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Jaime Urcelay

Jaime Urcelay

El Debate de las Ideas

«La descristianización de España conlleva el suicidio de su comunidad histórica»

Una escucha al modo como García Morente entendía la esencia de España puede ayudar a comprender claves que hoy parecen olvidadas. Jaime Urcelay, que ha editado en Encuentro al filósofo jienense, facilita algunas pistas: «el patriotismo constitucional es un sucedáneo completamente estéril»; y «estamos viendo la dilución de España en un globalismo anónimo y plano»

¿En qué consiste España? ¿Desde cuándo se puede hablar de España? ¿Se consideraban Marcial, Prudencio, Isidoro de Sevilla españoles? ¿En el Poema de Fernán González (siglo XIII) se viene a sostener que España nace con Roma y su cristianización? Hoy seguimos discutiendo acerca de si, durante la Edad Media, las expresiones de «pérdida y recuperación de España» ya nos hablan de una conciencia nacional. Sobre lo que puede llamarse «filosofía de la historia de España» de Manuel García Morente (1886–1942), la editorial Encuentro ha publicado un libro que recoge dos conferencias suyas: la primera se conocía poco, pues sólo dispuso de una edición muy limitada en un folleto de 1934 impreso en Tetuán —entonces, bajo soberanía española. La segunda, pronunciada en un ámbito académico en 1942, resulta más difundida, y presenta notables cambios. De qué es España y quién era García Morente charlamos con Jaime Urcelay, a quien ha correspondido estudiar y presentar estos textos, reunidos con el título Esperanza de España.

– ¿Qué diferencia una conferencia de otra?

– Hay una diferencia fundamental, que es la conversión de García Morente. La base filosófica, su teoría general de la cultura y su filosofía de la historia es prácticamente la misma en las dos conferencias. Pero lo que marca la diferencia es la incorporación de la trascendencia y de la Providencia a la hora de acercarse a la historia, y al adentrarse en la definición de una filosofía de la historia de España.

– García Morente establece una división cuatripartita de la historia de España. En los años 30, al definir uno de esos periodos habla de una vocación civilizadora española. Que en los años 40 concreta como la expansión de la fe. Cuando él está hablando de esa España «civilizadora», en los años 30, ¿es representativo del planteamiento intelectual del momento?

– No cabe duda. Se trata de una visión puramente racional. Él sostiene que la vocación histórica de España es la afirmación de la dignidad moral del ser humano. Esto conecta de alguna manera con la Institución Libre de Enseñanza y lo más rescatable y lo más sano que podía haber ahí. Pero al final es una afirmación incompleta que solamente encuentra plenitud de sentido cuando incorpora el elemento de la fe a raíz de su conversión. En todo caso, es importante saber —y eso es lo que le da especial valor a este inédito que apenas se había repartido en un ámbito muy restringido en Tetuán— que se trata de un texto que contradice lo que hasta ahora se había sostenido de manera unánime: que García Morente no se había enfrentado a la reflexión sobre lo que la generación del 98 llamaba el problema de España. Este texto demuestra que sí se encontraba entre sus preocupaciones, que tenía muy elaborada una filosofía de la historia de España, y que estaba buscando la verdad de España.

– Entre ambas conferencias se observa, además, una enorme diferencia de estilo: en el segundo texto se nota mayor implicación personal, hay muchos incisos. ¿A qué se debe? ¿A una evolución en su manera de expresarse, o bien la conversión también provoca que su modo de hablar sea distinto?

– Sí, concurren dos factores. Por una parte, el primer texto es una reproducción, posiblemente taquigráfica, de una conferencia expresada verbalmente y por lo tanto es menos precisa, menos madura, menos ponderada en la forma de expresión. En cambio, la segunda es el discurso inaugural del curso académico en 1942 de la Universidad Central, y se nota que es un texto en que cada frase está bien pensada. Pero es importante lo segundo que usted apunta. En el primer texto se encuentra todavía una cierta vacilación e inseguridad personal. En cambio, a raíz de su conversión en abril de 1937, y después de su formación sacerdotal y su intensa vida espiritual y ministerial de esos años, se le nota que está viviendo un momento de absoluta plenitud personal que le desborda. Y por eso se expresa de una manera tan torrencial y, a la vez, tan medida, tan precisa, tan sistemática. Este buen hombre se había pasado toda la vida buscando la verdad, por fin la ha descubierto y eso le inunda absolutamente el corazón.

– En la primera conferencia se advierten muchas similitudes con Claudio Sánchez–Albornoz e incluso Américo Castro. Hablamos de una concepción republicana e intelectual de España que, tras la Guerra Civil, desparece por completo.

– En la primera conferencia solamente cita a tres autores como referentes para la reflexión sobre el problema de España, que son Ganivet, Unamuno y Ortega. Pero la convergencia en muchos puntos de vista con Sánchez–Albornoz y Américo Castro, que son dos gigantes contemporáneos, resulta evidente. Lo que ha sucedido después es que se ha producido una evidente polarización, y hoy en día no tanto una polarización como una renuncia, con carácter general, a una aproximación a la filosofía de la historia de España. Los que han buscado nutrir el patriotismo lo han hecho con lo que, desde mi punto de vista, es un sucedáneo completamente estéril, que es el famoso patriotismo constitucional; es inviable, puesto que carece de sustancia y está llamado en sí mismo a malograrse. Aparte, hoy a García Morente no se le perdona su conversión, su ordenación sacerdotal y su filosofía de la historia de España. Ha pasado a ser un filósofo de minorías, a pesar de que tuvo tres discípulos extraordinarios —Millán–Puelles, Rafael Gambra y Julián Marías— y de ser reconocido unánimemente como uno de los principales filósofos de la primera mitad del siglo XX. La mayoría de los españoles, incluso la gente que ha estudiado filosofía, ignora por completo quién es este gigante extraordinario que es García Morente. Por otro lado, y más allá de determinados clichés posteriores a la guerra, determinados reduccionismos y determinadas polaridades en el entendimiento de España, releyendo ahora el texto de «Ideas para una filosofía de la historia de España», su planteamiento parece enormemente abierto, dinámico y en el que distingue a la perfección entre lo que es la esencia vital de España y lo que es la vocación temporal, que requiere de un ejercicio de discernimiento prudencial de lo que el momento y las circunstancias del tiempo exigen. Es sugestivo, y nos invita a reflexionar, en un momento en que nos hemos instalado en una postura inerte ante nuestra propia identidad.

– La primera conferencia se pronuncia en el Club Rotario, en Tetuán, e invitado por un judío español.

– Un judío sionista, además. Sí, comprendo la sorpresa. Es algo que ha estudiado Montiu, que es uno de los principales biógrafos de García Morente. Ha dedicado mucho espacio a estudiar la conexión de García Morente con los ambientes masónicos, cuyo núcleo fundamental estaba en la Institución Libre Enseñanza. Él fue un grandísimo admirador de Giner de los Ríos, y se presentó en 1934 a la candidatura del Ateneo de Madrid con Fernando de los Ríos, ministro de Instrucción Pública. Montiu cree que se sirvieron de él, pero, por personalidad y por lo que cabe descubrir de García Morente a través de sus escritos, y el testimonio de quienes le trataron, muy difícilmente pudo haber estado en la masonería. Por otro lado, quien lo invita a esta conferencia es Jacobo Bentata Sabah, un personaje interesantísimo. Era un hombre muy prominente de la comunidad judía del norte de África. Además, era sionista y tuvo una participación muy directa y activa en la creación del Estado de Israel. Acabó exiliado en Venezuela. Y tenía otra característica: su exacerbadísimo patriotismo español, hasta el punto de que fue el representante de España en la Asamblea Internacional que gobernaba las plazas de soberanía compartida en el norte de África. Jacobo Sabah va emboscado en el crucero del Mediterráneo el año 33. Emboscado, en el sentido de que va vestido de técnico de turismo, pero en realidad iba con una misión cultural o política muy concreta, que era servir de conexión con las comunidades judías con las que se iban a encontrar los participantes del crucero. Cuestión que interesaba muy mucho al gobierno en aquel momento. En ese crucero García Morente ejercía de director y posiblemente tuvo que hablar mucho de España; sabemos que impartió dos conferencias, una en Atenas y otra en Jerusalén, sobre España. Convive durante un mes y medio con Jacobo Sabah, quien a raíz de ello lo invita a una especie de tour cultural por los clubs rotarios del norte de África. Tánger, Tetuán, Ceuta. En la prensa sí se habla de este tour a comienzos de enero de 1934, en plenas vacaciones de la universidad.

– Hablando de convicciones religiosas, ¿cómo pierde la fe el joven García Morente?

– Pierde la fe porque va a estudiar al Liceo de Bayona, donde había un ambiente muy laicista. Va interno y lo remata después en La Sorbona, donde estudia la licenciatura de Filosofía, y donde había un anticlericalismo y un laicismo verdaderamente rampante. Por supuesto, la muerte de su madre a una edad tan temprana debió de influir en sus creencias religiosas. Su madre era muy piadosa y su padre era todo lo contrario. Esa polaridad, que luego se dio en su propio matrimonio, debió de afectarle también.

– En 1895 muere la madre de García Morente y en 1923 su esposa. Y en julio de 1936 asesinan a un yerno suyo, otro familiar de fe profunda. A raíz de esa represión religiosa, se exilia y parece que comienzan sus dudas y el inicio de su retorno a la fe. ¿Cierto?

– Después de mucho leer a García Morente, llego a la conclusión de que el «hecho extraordinario» en abril de 1937, es solamente la culminación de un proceso. García Morente busca la verdad desde siempre. Está permanentemente insatisfecho, porque su corazón ansía otra plenitud. Sus hijas no querían insistirle en el retorno a la fe, pero no dejaron de rezar y de confiar por su conversión, y debieron de darle un ejemplo verdaderamente extraordinario. Por otro lado, su hermana Guadalupe, en el lecho de muerte, le dice a García Morente que, por favor, si se siente llamado, no se resista a la acción de la gracia, y quiere que le prometa que así lo hará. Y García Morente —el García Morente joven— le promete a su hermana que así será. Son como piezas de un rompecabezas que nos proporciona la idea de que hay mucho más que el «hecho extraordinario».

– Quizá la traducción más famosa de García Morente sea La decadencia de Occidente, de Spengler. En la conferencia de 1942 se observa una fuerte distancia con respecto al pensamiento de Spengler, en particular su determinismo histórico. ¿Cómo se produce este distanciamiento?

– García Morente estaba ya de vuelta del idealismo. Él se va acercando cada vez más a la filosofía de los valores, a la filosofía vitalista de Ortega; busca el realismo y considera el idealismo alemán y el kantismo como una barrera. Admira, sin duda, a Spengler, pero, cuando él traduce a Spengler, publica una reseña en La revista de Occidente en la que critica con contundencia aspectos de la filosofía de la historia de Spengler, fundamentalmente en lo relativo a la libertad y a la sistemática determinista. Más allá de eso, acepta y aprovecha todo lo que aporta Spengler. De hecho, creo que toda su filosofía de la historia nace, de alguna manera, de la lectura y de la crítica de Spengler. Para entender a García Morente hay que entender su crítica y su recepción de la filosofía de la historia de Spengler, con este enorme diferencial que es el factor de la libertad humana.

– Al final de la conferencia de 1942 García Morente afirma: «El panorama ideológico del mundo actual manifiesta inequívocamente el comienzo de un período de extraordinaria progresión y encumbramiento para la Iglesia Católica. El que no lo vea es ciego para las cosas del espíritu. La curva de la ‘descristianización’ ha llegado ya a su punto más alto, e inicia ahora el descenso; el cual significa ascenso y rápido aumento de la correspondiente recristianización progresiva». ¿El ímpetu del momento condicionaba demasiado la perspectiva?

– Es una constatación muy condicionada por lo que estaba pasando en España; en los años 40 se vive en España una explosión del catolicismo y no hay más que mirar las cifras de cómo estaban los seminarios y los grandes seminarios que se empiezan a construir en ese momento. Hay un renacer de la Iglesia Católica, posiblemente también nutrido por la sangre de los muchísimos mártires que hubo durante la guerra. Entiendo que él participa de ese fervor. Un fervor que tenía bastante de externo, de grandes procesiones, grandes manifestaciones religiosas, ostentación, pero también había mucho de sincero. Era inevitable que hubiese bastante de postizo y de fenómeno algo gregario que marca el momento político e histórico. Acabamos de salir de una guerra en la que el factor religioso había sido importante. Se trata de un juicio entusiasta, aunque, si uno mira al mundo, en ese momento no hay tantas razones objetivas para ser tan optimista respecto a esa supuesta decadencia de la filosofía moderna y del laicismo y esa emergencia y esa nueva primavera de la Iglesia según lo refleja en este párrafo. Creo que es una perspectiva española.

– ¿Qué nos aportan hoy estas dos conferencias?

– El otro día me lo decía en la universidad un buen amigo catedrático: «Jaime, ¡qué providencial que haya aparecido este libro ahora!». Estamos en un momento que enlaza muy bien con lo que plantea García Morente en la segunda conferencia. Las circunstancias eran completamente distintas, pero él habla de tres riesgos de infidelidad a la esencia vital de España, a nuestra identidad. Uno es la reacción, que es una utopía de pretender volver atrás. Otro es la inercia, que conduce a la decadencia y la esterilidad. Y luego habla de la revolución, donde introduce el concepto de imposible histórico. En estos momentos, una de las causas de nuestra sensación de crisis en España tiene mucho que ver con que hemos abandonado la reflexión sobre España y carecemos de un entendimiento claro y compartido de qué somos como comunidad histórica encarnada en un territorio. Este libro de García Morente supone una invitación a retomar el conocimiento de la historia de España y de su prototipo, que él plasma, primero, en el hidalgo y, luego, en el caballero cristiano.

– La situación actual ¿se parecería a esos momentos en que García Morente habla de «suicidio de España»?

– Sí, puesto que la renuncia a nuestra identidad como nación está llevando a la inviabilidad de la nación española. García Morente insiste mucho en qué medida España está vinculada a la Iglesia. Evidentemente, la propia situación de la Iglesia —que hoy está atravesando un momento de cierta dificultad y de cierta confusión—también repercute en el reconocimiento de nuestra identidad nacional, tan vinculada a la fe. Nos hallamos en uno de esos momentos que él describe como de decadencia y riesgo de desaparición. Desaparecidos los vínculos en los que nos reconocemos como comunidad, la viabilidad como comunidad humana de España empieza a ser difícil y lo estamos viendo por el separatismo y por el lado de la dilución de España en un globalismo anónimo y plano. La descristianización de España conlleva el suicidio de su comunidad histórica.

– De hecho, las regiones más descristianizadas de España son precisamente donde el nacionalismo periférico está más arraigado.

– Este es un dato muy interesante, teniendo en cuenta que antes era a la inversa, pues precisamente Euskal Herria y Cataluña eran regiones muy religiosas y, en el momento que se han abrazado al nacionalismo separatista, se han vuelto las que tienen menos práctica religiosa. A la vez, son las que sienten un menor vínculo con el conjunto solidario de esa unidad en la diversidad que es España.

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