Roberto Piles, el matador francés que toreó en el Belgrado comunista
El torero de Nimes con orígenes valencianos conoció y trató a grandes personajes de la historia y de la cultura como el mariscal Tito, el actor Yves Montand o el director de cine Costa-Gavras
Cuando llega Roberto Piles a la redacción de El Debate, se lo presento a Bieito Rubido:
–Quizá no conozcas a nadie que haya charlado con el Mariscal Tito. Este señor lo hizo, cuando toreó en Belgrado.
Él lo confirma:
–Es verdad. Estuvo muy amable con el grupo de españoles. Me preguntó: «¿Qué tal, Roberto, todo bien?». Me sorprendió que hablara español con tal facilidad y me lo aclaró: «¿Cómo no voy a hablarlo, si hice allí la guerra?».
No es ninguna novela sino la pura verdad. En octubre de 1971, los Dominguín organizaron un par de corridas de toros en Belgrado. Luis Miguel quería universalizar la Fiesta, intentó organizar corridas en Roma y en Moscú, sin éxito. Sí lo logró en la capital de Yugoslavia, con la ayuda de Domingo, su hermano mayor, miembro del Partido Comunista. Me sé bien la historia porque mi padre se ocupó de los trámites legales, que no fueron escasos, en la época de Tito y de Franco. Pocos días antes, Luis Miguel le dijo a mi padre que se habían olvidado de algo imprescindible, quién iba a presidir las corridas: se lo pidió a mi padre, que era su notario. Él aceptó, encantado, e hizo ese papel. Lidiaron toros españoles, de Guardiola y Carlos Núñez, el rejoneador portugués Alfredo Conde y los toreros Luis Miguel Dominguín y Roberto Piles. Le pido a éste que comencemos esta charla con sus recuerdos de aquellas corridas. ¿Cómo se les ocurrió esa idea?
–Los Dominguín eran así de imaginativos. Las dos corridas formaban parte de una Semana Española, con algo de flamenco y gastronomía.
–No sería fácil ni siquiera organizar los viajes.
–A los toros los embarcaron en sus ganaderías andaluzas, los llevaron en camión hasta Barcelona. Desde allí, en barco, a Génova. Otro camión, conducido por el chófer de los Dominguín, los llevó hasta Belgrado. Los toreros fuimos en avión a Roma, donde hicimos una corta escala, en la que nos rodearon muchos periodistas italianos: allí también, Luis Miguel era un verdadero ídolo. Luego, fuimos en avión a Dubrovnik y, por carretera, a Belgrado.
Antes de la corrida hicimos un desfile, por las calles de Belgrado, como si fuéramos artistas de circo
–Supongo que no habría corrales preparados, para los toros. ¿Es cierta la broma de Luis Miguel sobre lavarlos?
–Así fue. Los encerraron con unos mansos y teníamos miedo de que los toros los mataran. Los empleados yugoslavos vieron que venían muy sucios, por el largo viaje, y le pidieron permiso a Luis Miguel para lavarlos. Con su retranca, les dijo que podían hacerlo, si querían: imagínate cómo salieron huyendo, en cuanto se acercaron a los animales… Para hacer propaganda, antes de la corrida hicimos un desfile, por las calles de Belgrado, como si fuéramos artistas de circo. El cartel lo pintó Rafael Alberti.
–Los miembros de las cuadrillas no habían vivido nada semejante, tuvo que haber muchas anécdotas.
–Vinieron con nosotros los hermanos Luque Gago, Antonio y Andrés, el alto y el bajo: dos grandes peones, de la cuadrilla de Luis Miguel. También, el excelente picador Antonio Salcedo, un hombre sencillo. Al recibirlo, un yugoslavo le dio un beso en la boca, como allí era costumbre. Luego, Antonio, nos dijo: «Quiero pediros un gran favor: no le conteis esto a mi mujer»… Luis Miguel se cabreó mucho porque, en la traducción de su nombre al yugoslavo, escribían «Luisa Miguel».
–¿Cómo fue la corrida, les gustó a los yugoslavos?
–Fue un éxito. Tuvo lugar en un gran Estadio, con cabida para diez mil espectadores, y acudieron cada tarde unos ocho mil. Estaba prevista para unos días antes pero llovió y hubo que retrasarla. Recuerdo a una chica yugoslava que no paraba de mirar las nubes, para ver si iba a llover, y Domingo Dominguín le dijo: «No mires tanto al cielo: yo me he pasado toda la vida buscando una estrella y nunca la he encontrado»… En vez de Banda, actuó una gran orquesta. A partir del segundo toro, el público yugoslavo comenzó a meterse con los picadores: como si fueran españoles…
–Me contaba mi padre que, al comienzo, el público estaba un poco frío; entró en el espectáculo cuando el toro le dio una voltereta a Luis Miguel, se le clavó en la mano el arpón de una banderilla, le salió bastante sangre y pasó a la enfermería.
–Nos dimos cuenta entonces de que creían que los toros estaban amaestrados, como los leones de un circo. Cuando vieron el peligro real, valoraron el riesgo. Aunque pinché un toro, yo corté trofeos.
–Conociste entonces a Tito: ¿qué te pareció?
–Salimos con él, nos llevó a un supermercado. Allí, Luis Miguel se hinchó a firmar autógrafos a las chicas en las camisetas, en los brazos. Luego, fuimos a cenar con el Mariscal. Tenía una gran personalidad: transmitía fuerza, pero también sencillez, naturalidad, como si fuera un yugoslavo más.
–¿Cómo fue la vuelta?
–Volvimos por París: allí, estuvimos tranquilamente con Jorge Semprún, con Yves Montand y Costa Gavras, con Santiago Carrillo… Luis Miguel le gastaba bromas a su hermano : «Me vas a meter en un buen lío». Y Domingo le contestaba: «No te quejes. Gracias a mí has conocido a Picasso y a tanta gente importante».
–Volvamos atrás para saber algo de tu biografía: naciste en Nimes, en 1952, de padres españoles.
–Mis padres eran de Benifayó, un pueblo valenciano. Él, José, fue novillero con caballos. He visto un cartel en que le anuncian, durante la guerra, en un festival «a beneficio de las Brigadas Antifascistas». Mi madre se fue primero a Francia, con parte de su familia. Él la siguió: lo metieron en un campo de concentración pero logró escaparse. Me contaba que llevaba en la maletita un traje, una camisa blanca y una corbata. Se los puso, se compró un periódico y se subió al tren: como parecía un señor, la policía no lo detuvo.
Me puse delante de un becerro por primera vez a los seis años
–Se instalaron en Nimes.
–Creó allí una Escuela Taurina. Además, trabajaba como decorador. Pintaba bastante bien: en el Museo Picasso de París está un cuadro suyo, de unas banderillas, que le regaló.
–En esa escuela nació tu afición a los toros.
–¡Claro! Me puse delante de un becerro por primera vez a los seis años. Toreé sin caballos, en capeas: lo que allí había. Fue Pierre Pouly, la gran figura taurina de Arles, torero, ganadero y empresario, el que me dijo que, para ser torero, tenía que irme a España y me recomendó que fuera a casa de los Dominguín, en la calle Ferraz.
–Allí te acogieron bien.
–¡Como si fuera de la familia! Los Dominguín me educaron, en lo taurino y en lo no taurino. Además de llevar mi carrera como torero, me orientaron, me transmitieron valores. Cuando oigo hablar de la Lotería, yo sé que a mí ya me tocó el Premio gordo: fue cuando me acogieron los Dominguín.
–Te llamaban entonces «Tranquilito»: ¿por qué?
–Una broma cariñosa: yo era muy inquieto, no paraba.
–Empezaste en el toreo cómico. ¿Qué te parecen los ataques que ahora está sufriendo?
–Domingo Dominguín me metió en la parte seria del Bombero Torero. Como muchos matadores, allí aprendí el oficio, junto a figuras como Arévalo padre. Los ataques actuales a estos espectáculos me parecen un disparate total: les quitan a unas personas la posibilidad de ganarse honradamente la vida. Y la gente no se ríe de ellos: son unos artistas, que saben crear su espectáculo.
–Te fue bien como novillero.
–Sí, tuve suerte en muchas Plazas importantes. Torée varias veces en Vista Alegre, que, como sabes, era de los Dominguín. Alterné, por ejemplo, con El Platanito. Recuerdo que una tarde toreamos los dos con un novillero al que apoderaba el cura Luis Lezama. Después de verlo torear, Domingo le dijo a éste: «Aunque lo mande tu jefe, es imposible que este chico sea torero». Lo del jefe iba por Dios, naturalmente. No llegué a torear en Las Ventas, salvo como sobresaliente, en octubre de 1970, en un festival a beneficio del Perú que torearon Luis Miguel y Antonio Bienvenida. Domingo Dominguín ha sido mi único apoderado (a veces, me acompañaba también Manolillo de Valencia). El decidió cuándo estaba ya preparado para la alternativa.
–La tomaste en Barcelona, el 12 de septiembre de 1971, Te la dio Luis Miguel, con Palomo Linares de testigo. ¿Qué piensas de lo que ahora pasa allí con los toros?
–Me parece increíble. Entonces, se daban en Barcelona más festejos que en Madrid. No entiendo cómo los herederos de don Pedro Balañá no han luchado más por mantener los toros.
–Tienen también cines, temen represalias.
–Pero los toros fueron la raíz de todo su negocio.
–No tuviste mucha fortuna como matador: ¿por qué?
–Conocía el oficio pero no tuve el valor de dar ese paso p'alante que hace falta para ser figura. Tenía la cabeza despejada, era un torero más técnico que artista, te lo puede contar El Niño de la Capea, con el que alterné mucho. Un día, me dijo Domingo Dominguín: «Eres demasiado inteligente para ser torero».
–Pasaste a banderillero en 1978.
–En Francia, toreaba con todos los matadores. José Mari Manzanares padre me dijo: «Vente conmigo». Pero la ley no lo permitía entonces, a un francés. (Ahora tengo la doble nacionalidad, francesa y española).
No tuve el valor de dar ese paso p'alante que hace falta para ser figura
–Conociste a grandes banderilleros.
–Los Luque Gago, Chaves Flores, Bojilla… Éste era un personaje extraordinario, graciosísimo.
–En los años ochenta entraste en el negocio taurino.
–Con Simón Casas, en Nimes. Era un torero bullidor, muy listo, supo ver sus limitaciones: tomó la alternativa y se despidió la misma tarde. Yo fui entonces lo que se llamaba Director Artístico de la Plaza de Nimes: el encargado de organizar los festejos, en nombre del Ayuntamiento.
–Has sido apoderado de muchos toreros: Antonio Barrera, Frascuelo, Fundi, Rafaelillo, Escribano, Lamelas… Te voy a preguntar por dos que tú has llevado y que ahora están en boca de todos. El primero, Juan Ortega.
–Me encanta su concepto del toreo. Yo estoy un poco harto de circulares invertidos y de rodillazos. Es lo mismo que sucede en la música (ya sabes que mi mujer es cantante): hay que volver siempre a lo clásico. Como persona, Juan es reservado, tranquilo; como torero, se coloca muy bien, tiene una gran estética. De cien fotos que le saquen, son bonitas noventa (algo muy poco frecuente). Tiene que arrear un poco más.
–¿Es un problema de carácter o de técnica?
–A veces, no logra resolver las cosas, no lo ve claro, igual que en la vida. Yo le he visto faenas extraordinarias: si le sale un toro que le permita hacer una de esas faenas en Sevilla o en Madrid… Ha de hacer un esfuerzo con el toro medio, que es el más frecuente. Y no es torero para torear cien corridas al año. No pasa nada: tampoco lo eran Curro Romero y Rafael de Paula. Le dije, hace poco: «Para todo lo que necesites, a nivel humano, cuentas conmigo». Después de todo lo que ha pasado, ahora lo veo más relajado, más tranquilo.
–También apoderaste a Daniel Luque.
–Es un superdotado: tiene técnica, facilidad, domina la lidia, puede con todos los toros. Es el más poderoso que hay ahora y tiene también estética (algo poco frecuente en los de su línea). Le perjudica un poco su facilidad: el público no valora suficientemente lo que hace. Conviene preparar a la gente para que se entusiasmen con lo que van a ver. ¿Qué le falta? Rematar un poquito y hablar menos. Tiene su carácter. Yo le solía decir: «Estate tranquilo».
–Como aficionado, yo echo de menos que toreen juntos Luque y Roca Rey. Los toreros siempre han resuelto sus diferencia en el ruedo y esa rivalidad sería muy buena para la Fiesta.
–En los pueblos andaluces, los entornos de los toreros, a veces, complican mucho las cosas. Lo he visto más de una vez. Esas polémicas no son buenas para nadie. Y Luque merecía estar en el cartel sevillano del Domingo de Resurrección.
–Has tenido la suerte de ser amigo de gente muy importante, en muchos terrenos. Trataste a Mitterrand.
–Tenía una finca entre Dax y Bayona. Él me llamaba «Señor taurómaco». No era muy aficionado pero tampoco era contrario a la Fiesta.
–Más amigo tuyo fue Jorge Semprún.
–¡Sin duda! Cuando ya era ministro de Cultura, la primera vez que fui a visitarlo me preguntaron si conocía al ministro: contesté que no. Él me recibió con un gran abrazo y se sorprendieron mucho. Les aclaré: yo era amigo de Jorge pero hasta ese momento no conocía al ministro. Él escribía en francés y le traducían al español. Quise convencerlo para que se tradujera él mismo y me contestó: «Si lo traduzco yo, lo escribiría de nuevo». Semprún sí era aficionado a los toros pero no un gran entendido.
–Conociste a Luis Buñuel.
–Me llevó a verlo Domingo Dominguín, en su piso de la Torre de Madrid. Jugamos al mus: Domingo y Buñuel contra el hijo de Domingo y yo. Le dije a mi compañero: «No te hacen falta las señas porque este señor está sordo». Como yo no sabía quién era , se lo pregunté a Domingo y me contestó con una frase muy suya: «Uno que dice que hace cine».
Cirujano Jefe de la Enfermería de Las Ventas
García Padrós: «Es fácil que en una enfermería como la de Las Ventas Manolete se hubiese podido salvar»
–Luis Miguel fue tu padrino de alternativa.
–Tenía una personalidad increíble. Fue el primer torero mediático, con su figura de conquistador, de seductor, de chulo, de tío con… En lo suyo, ha sido lo que él decía siempre: el Número Uno.
–Habrás vivido con él muchas anécdotas.
–¡Muchas! Te cuento una. Una vez, cuando iba a reaparecer, Domingo pidió hora para él a un médico para que le ayudara a fumar menos. Miguel me pidió que le acompañara. El doctor le preguntó qué tabaco fumaba. No lo dudó: «El mío: LM». Es decir, Luis Miguel. Cuando quiso quitarle los cigarrillos del desayuno, Luis Miguel se levantó y me cogió del brazo: «¡Vámonos! Este tío me quiere quitar lo mejor de la mañana». Y lo dejó plantado. Fue el primer torero que tuvo presencia y brillo en el mundo entero, pero con categoría. También le ayudó mucho su hermano.
–Con Domingo tuviste todavía más amistad.
–Para mí, ha sido el mejor taurino de la historia, como apoderado y como empresario, además de haber sido matador de toros. Era el más bohemio de la familia. Y no te olvides de las hermanas. Muchos comentan lo lista que era Carmen, la mujer de Antonio Ordóñez, pero se recuerda menos a Pochola, que era todo un carácter. Le decía a Luis Miguel: «Tienes suerte de que yo haya nacido mujer porque, si no, habría sido mucho mejor torero que tú». Y él se callaba: la respetaba mucho.
–La rivalidad con Antonio Ordóñez, su cuñado, no fue un montaje de propaganda.
–Los dos eran grandes toreros pero totalmente opuestos en su estilo de torear, su carácter, sus relaciones. Don Domingo, el padre de Luis Miguel, opinaba que Antonio, como torero, era un monstruo. Pero fuera del ruedo no había comparación: Luis Miguel era mucho más brillante.
–Miguelín.
–Era un verdadero fenómeno, un superdotado. Lo tenía todo para triunfar. Estando en la finca «La Companza», se iba andando hasta Quismondo, siete kilómetros, entrenaba a fondo y volvía de nuevo caminando, otro siete. Tenía los ojos verdes, era medio gitano, chiquitito, con el pelo rizado, muy listo. Cuando estaba centrado, era un rival muy difícil de superar.
–Manuel Benítez, El Cordobés.
–Un personaje único. Decía: «Yo siempre he tenido un ojo y un oído dirigidos hacia el toro y un ojo y un oído, hacia el público». Aunque tenían estilos de torear muy diferentes, Luis Miguel siempre lo defendía, si algún amigo le decía que Benítez era un chufla: «Yo nunca he visto que un chufla mate ciento veinte corridas de toros en el mundo entero, durante una temporada, en todas las Plazas de primera de España, Francia y América, llenando los tendidos y triunfando».
Tenemos el mejor árbitro, que es el toro, y él no conoce a nadie
–Es muy difícil llegar a figura del toreo.
–Además de tener condiciones y jugártela de verdad, hay que dar el pasito p'alante, no engañarse a sí mismo ni dejar que te engañen con excusas tus amigos. Si no vales para figura, no vales. Tenemos el mejor árbitro, que es el toro, y él no conoce a nadie. Yo siempre he pensado que somos una raza aparte. Hemos de ser inteligentes, para tomar decisiones rápidas. La base de todo es el sacrificio. Siempre buscamos la perfección. Podemos ser unos «bichos» pero el toreo es grandeza.
–¿Qué te parece un ministro de Cultura como el actual, que sólo ve en la Fiesta una tortura animal?
–Simplemente, no se merece el puesto que ahora ocupa. Es un ignorante. Domingo Dominguín hubiera dicho: «Un imbécil». No se debe usar la Tauromaquia como escaparate, para llamar la atención, en vez de atender a tantos problemas reales que tiene la sociedad.
–Estás contento de haber sido torero.
–¡Sin la menor duda! Con los Dominguín, descubrí una serie de valores : el conocimiento, la entrega, el respeto, la categoría, la educación… Gracias a los toros, he conocido a muchas personas interesantes, he vivido una vida mucho más rica que si hubiera tenido cualquier otra profesión. Los toreros nos sentimos reyes: es como una droga, un gusanillo. Representamos una mezcla de sueños y de fantasmagorías. No existe otro oficio igual en el mundo.