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El diestro, Roca Rey, da un pase a su primer astado durante la corrida de toros de la Feria de Fallas, con reses de Victoriano del Río y Cortés, y en la que ha compartido cartel con Castella y Pablo Aguado

El diestro, Roca Rey, da un pase a su primer astado durante la corrida de toros de la Feria de Fallas, con reses de Victoriano del Río y Cortés, y en la que ha compartido cartel con Castella y Pablo AguadoEFE

Un entusiasmo descriptible

En tarde de gran expectación, solo Roca Rey corta un trofeo

En el fin de semana fallero, con sol y buena temperatura, las calles de Valencia están abarrotadas. A mediodía, la hermosa mascletá ha recreado el ritmo de un corazón enamorado. Se ha indultado el ninot de un abuelo con su nieta, en una tradicional horchatería. En la Plaza de Toros, por la mañana, con los recortadores, se ha puesto el cartel de «No hay billetes»; por la tarde, casi lleno, con un público festero, ilusionado.

Después del invento de la corrida mixta, volvemos a un cartel normal: ¡qué alivio! Los toros de Victoriano del Río y Cortés, manejables. Solo Roca Rey corta una oreja en el quinto. Castella, buen profesional, y Pablo Aguado, con detalles estéticos, se quedan en petición.

Nos enseña el genio Juan Belmonte – a través de la pluma de Chaves Nogales – que se torea gracias a un poderoso mecanismo interior, que permite transmitir al público un sentimiento. Cuando ese mecanismo se destensa, el diestro debe parar. Hizo bien Castella en tomarse un descanso, cuando su toreo estaba algo mecanizado: ha vuelto mejor, con más clasicismo y más ganas. Lo ha demostrado triunfando en Sevilla (es el primer diestro francés que ha abierto la Puerta del Príncipe) y en Madrid.

El primer toro, cinqueño, sale de naja en el caballo, tiene querencia a chiqueros. A las saltilleras de Roca Rey responde Castella por chicuelinas: aunque los aplauden, ninguno de los dos quites sirve para sujetar al toro, que es lo que necesitaba. Brinda Castella a Enrique Ponce, con jersey y gafas de sol, que de un brinco salta a la arena y recibe la ovación de sus paisanos: no lo verán torear aquí hasta su despedida, en octubre. Castella se dobla bien con el toro, lo mete en la muleta, le saca con oficio todo lo que tiene el manso encastado, que acaba rajándose a tablas. Prolonga la faena sin necesidad y surgen enganchones: ¡el sentido de la medida!... Mata entrando recto (también ha mejorado en la suerte suprema, en su nueva etapa) aunque la espada queda algo desprendida: petición. Sin las dos últimas series, que han sobrado, hubiera cortado la oreja.

Como el cuarto, de salida, transmite poco, recurre a las chicuelinas (otra moda actual). Mide bien el castigo Manuel José Bernal. Se luce José Chacón, con los palos. Después de unos estatuarios innecesarios, Castella se muestra firme con un toro que acaba rajado. Prolonga demasiado, otra vez, y suena un aviso. (Mal el público, más atento al solo de la Banda que a un toro con dificultades). En tablas, mete la mano con habilidad. Sin triunfar, ha mostrado su buen momento.

El diestro, Pablo Aguado, momentos antes de salir al ruedo durante la corrida de toros de la Feria de Fallas, con reses de Victoriano del Río y Cortés, y en la que ha compartido cartel con Castella y Roca Rey

Pablo Aguado, momentos antes de salir al ruedoEFE

En sus comienzos, tan brillantes, Pablo Aguado nos ilusionó a todos: ¡necesita tanto la Fiesta el buen toreo sevillano! Pero aquellas expectativas no se han consolidado. Suele quedarse en detalles estéticos, sin redondear faenas completas (el mismo riesgo que acecha a Juan Ortega). La clave, me temo, es que acompaña las embestidas con naturalidad y con cierto empaque pero manda poco en el toro: en cuanto éste presenta dificultades, el trasteo se viene abajo.

Pitan al tercero, alto, algo escurrido, pero derriba en el primer encuentro, se encela con el caballo y acierta un monosabio en el coleo. (Es la suerte que esculpió Benlliure, en un grupo monumental, que se conserva en Cuba). Lancea Aguado voluntarioso pero movidito. Los doblones iniciales tienen empaque; corre la mano con naturalidad pero el toro flaquea, dice poco. Faena de buen gusto, con algún muletazo excelente, pero solo alguno. Mata a la primera pero no bien: petición escasa.

Flaquea de salida el último. Quita Aguado por chicuelinas y remata con una media: un precioso detalle. En la muleta, el toro repite, codicioso, y Pablo traza muletazos con su personal estética, aunque a veces le tropieza el engaño: otra vez, detalles, no una faena compacta. Mata yéndose de la suerte.

Dejo para el final a Roca Rey, el primero al que llaman los empresarios, porque es el que atrae a más público. Ha empezado fuerte la temporada: dos tardes en Olivenza; otras dos en Valencia; cuatro, en Sevilla… Pero no le veo feliz como debiera, dada la privilegiada situación que se ha ganado con su entrega. El público exigente (una parte minoritaria pero importante) ha comenzado a cansarse de tantas espaldinas y alardes populistas. Lo he comprobado ya en la Maestranza y en Las Ventas. Además, el diestro peruano atraviesa una racha floja con la espada y eso es decisivo para los triunfos. Ha perdido la rotunda regularidad que antes tenía: escuchó tres avisos en México y ha pinchado varias veces, en este comienzo de temporada. Técnicamente, la causa parece clara: si da un paso hacia la izquierda, para sortear el pitón, es casi inevitable que la espada quede atravesada. También se ha confirmado públicamente su negativa a torear con Daniel Luque: además de ser un error, eso perjudica su imagen. Una figura del toreo debe imitar lo que decía Joselito, cuando surgía un nuevo aspirante a la corona: «¡Que me lo pongan!» Y lo colocaba en su sitio… Las rivalidades de los toreros se deben resolver en la arena, no en los despachos.

Al segundo, con menor presencia, recibido con alguna protesta, le pega fuerte José Manuel Quinta y lo acusa, aunque embiste con nobleza. La faena es correcta, sin más. Para calentar al público, recurre a tres series de circulares invertidos, esa moda actual que tan poco me gusta, y al arrimón. Pincha tres veces sin estrecharse, suena un aviso y todo se diluye.

El quinto se llama «Jaceno», como otro de la misma ganadería, muy bravo, con el que triunfó Roca Rey, hace un par de años. Éste mete la cabeza dentro de un burladero: una estampa insólita. De rodillas, el diestro liga derechazos pero el toro también flaquea y desluce. El toro es noble y Andrés lo aprovecha con naturales mandones, de mano baja. Después de un momento de apuro, prolonga el trasteo con derechazos, una espaldina y los invertidos, que levantan un clamor. Ya lo dijo Lope de Vega: si eso es lo que quiere el público, ¿por qué no dárselo? Suena el aviso antes de coger la espada. Ahora sí mete la mano con decisión, saliendo perseguido. Aunque el toro tarda en caer, el público ha podido vivir, por fin, el deseado triunfo: dos avisos y una oreja. Cerca de mí, protestan y me preguntan: «¿Por qué no le dan las dos?» Otro espectador añade: «¡Y el rabo!» Y no se me ocurre qué respuesta darles.

Una tarde más, el festejo ha durado casi tres horas: es demasiado. La expectación ha superado al resultado. Eugenio d’Ors lo hubiera resumido con una de sus irónicas frases: «Un entusiasmo perfectamente descriptible».

Ficha

  • VALENCIA. FERIA DE FALLAS. Sábado 16 de marzo, casi lleno. Toros de Victoriano del Río y Cortés, manejables.
  • CASTELLA, de celeste y oro, estocada desprendida y descabello (petición y saludos). En el cuarto, estocada corta caída (palmas).
  • ROCA REY, de rosa y oro, con cabos negros, tres pinchazos y dos descabellos (aviso, silencio). En el quinto, estocada (dos avisos, oreja).
  • PABLO AGUADO, de azul marino y oro, estocada corta caída (petición escasa y saludos). En el sexto, dos pinchazos y descabello (aviso, palmas de despedida).
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