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Retrato del filósofo René Descartes de Frans Hals

El método de Descartes para llevar una vida moral de la forma más fácil posible

El filósofo francés, ocupado en encontrar verdades indubitables, optó por una serie de máximas que guiaran su forma de actuar

Su «pienso, luego existo» (cogito ergo sum) es una de las sentencias más famosas de la historia de la filosofía. René Descartes encabezó el racionalismo que abrió las puertas a la modernidad y dedicó buena parte de su vida a buscar aquellas verdades de las que no pudiera dudar.

Enfrascado en esta labor, el francés tuvo que optar por una moral provisional que, como él mismo explica en su Discurso del método, le permitiese «no permanecer irresoluto» en sus acciones. Lejos de construir una estructura ética a gran escala, redujo el problema moral a «tres o cuatro máximas» con las que guiarse por el camino de la vida.

Costumbre y moderación

La primera idea que propone Descartes para su moral es la de «seguir las leyes y las costumbres de mi país, conservando constantemente la religión en que la gracia de Dios hizo que me instruyeran desde niño, rigiéndome en todo lo demás por las opiniones más moderadas y más apartadas de todo exceso».

La propuesta cartesiana se encuentra en este punto muy próximo a lo que hoy llamaríamos conservadurismo. Evitar problemas, y posibles errores, es más fácil si uno se rige por aquellos que conoce mejor. La segunda parte de su máxima puede pecar de tibieza, pero se entiende mucho mejor si se continúa con su Discurso, en el que aboga por adscribirse a las opiniones «admitidas en la práctica por los más sensatos». En palabras menos filosóficas, el francés no está lejos del viejo refrán que dice que «a quien buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija».

Firmeza y resolución

Además del «pienso, luego existo», Descartes es recordado por su duda metódica, su decisión de poner todo en entredicho hasta encontrar la evidencia de su verdad. Decidido a no dar un paso en falso en materia de la razón, el filósofo sí quiso ser mucho más resolutivo en su obrar. La segunda máxima del francés propone ser «lo más firme y resuelto que pudiera» una vez que se ha tomado una elección.

Sin espacio para «arrepentimientos», la constancia es la clave a la hora de actuar para Descartes. Una vez elegido un camino, lo ideal para el racionalista es seguir adelante de forma decidida y reconociendo que en la vida hay situaciones que no admiten demora.

Estoicismo

Toda la moral provisional cartesiana está impregnada por el estoicismo. Sin embargo, es en la tercera máxima en la que esta relación se hace mucho más evidente. Habla Descartes de vencerse a uno mismo y de que «nada hay que esté enteramente en nuestro poder sino nuestros propios pensamientos».

Siguiendo la línea trazada por autores como Zenón o Marco Aurelio, el filósofo del siglo XVII apuesta por una actitud en la que se deje de pretender aquello que no está a nuestro alcance. De este modo, «no sentiremos pena alguna por carecer» de todas esas cosas que quedan al margen de nuestro control.

La mejor vida posible

Descartes concluye su breve trayecto por el camino de la moral con una última idea de mucha utilidad. Siguiendo los pasos de Aristóteles, que señalaba la vida contemplativa como aquella que aporta mayor felicidad al hombre, él también evaluó las «diferentes ocupaciones» del ser humano.

No dudó en considerar la suya, aplicada al «cultivo de la razón y adelantar cuanto pudiera en el conocimiento de la verdad», como la mejor posible. Pero para llegar a esa conclusión llevó a cabo un proceso previo de análisis que puede resultarle útil a cualquiera: buscar la forma de ser más feliz en la vida.

En definitiva, cuatro máximas que permitieron al francés «proseguir su viaje» y que ofrecen al lector del siglo XXI materia de reflexión.