El Quijote: el restaurante de comida española más antiguo de Nueva York y el favorito de los artistas
El establecimiento se encuentra justo debajo del Hotel Chelsea, que hasta la reapertura en 2023 nunca había contado con restaurante propio
En el 226 de la avenida 23th de Manhattan entre la séptima y la octava se encuentra el que un día fue el edificio más alto de Nueva York. Bajo esa mole de ladrillo rojo de estilo gótico victoriano, en uno de los locales de la planta baja, hay un establecimiento en el que predominan dos colores: el rojo y amarillo. Se trata de El Quijote, el restaurante español en activo más antiguo de Manhattan; distinción que hasta 2012 ostentaba El Faro, que tuvo que echar el cierre por su incapacidad para asumir deudas de miles de dólares con el Departamento de Salud.
El Quijote nació en 1930 unas calles al sur de Little Spain, el barrio donde se asentaron durante décadas los inmigrantes españoles que llegaban a la isla. Muchos de ellos eran gallegos, como José García, el casero del gran Robert De Niro cuando todavía era un niño y vivía con su madre en uno de los edificios que tenía en propiedad –lo contó Artur Balder en un documental sobre el distrito–.
El Faro era el restaurante favorito de los residentes de Little Spain pero a El Quijote los comensales llegaban de todas partes; sobre todo era el lugar más frecuentado por los clientes del Hotel Chelsea, con el que compartía una conexión en el interior. «El Hotel Chelsea es mi casa y El Quijote mi bar», aseguraba la cantante y escritora Patti Smith. La sangría era la bebida más buscada por los que cruzaban sus puertas, la paella valenciana el plato estrella y la langosta el placer de los que tenían la cartera llena. Los que no la tenían, como Smith o su compañero Robert Mapplethorpe, esperaban a que los otros pagasen la cuenta para ir a chupar las pinzas de la mesa de al lado.
Mejillones en salsa verde, almejas a la marinera, vieiras al ajillo, rape a la gallega, costilletas de cerdo a la bilbaína o a la riojana... la carta era interminable. Había hasta platos vegetarianos. Entre los postres, queso con membrillo, torta, flan o fruta. Es la típica carta de esos restaurantes con varios comedores que todavía se encuentra en muchos restaurantes españoles de los de toda la vida. Los que sobreviven a la corriente actual de cartas escuetas, cocina renovada y mesas sin manteles de tela; el estilo que predomina ahora en la nueva era de un El Quijote menos quijotesco.
Pero, a fecha de hoy todavía perviven en internet algunas fotografías de los platos de cuando El Quijote era El Quijote de Smith. La presentación dejaba mucho que desear, pero a la gente le gustaba y nunca dejó de ser el refugio de los artistas y el lugar de celebración de encuentros oficiales. Hasta es probable que cenase allí Constant Leroy –pseudónimo del pseudónimo del anarquista Miguel Villalobos– cuando se reunió en el hotel Chelsea para planificar el atentado que acabó con la vida de José Canalejas en 1912 y que él mismo contó en su libro Los secretos del anarquismo.
Si entras directo desde la calle 23th, a la izquierda se encuentra la barra, que está prácticamente igual que antes de que el restaurante fuese adquirido por los propietarios actuales del Hotel Chelsea. En sus estanterías, las botellas de licor están acompañadas por figuras de Don Quijote. Detrás, un espejo que luce el nombre del local y al mismo tiempo refleja una hilera de bombillas de colores que cuelgan de una especie de tejadillo que sale de la pared como para cubrir de la lluvia el lugar de las bebidas.
Una pared abierta con arcos separa la barra de la zona de comedor. En el margen derecho las paredes estaban, y están, decoradas con un mural que es un espectáculo y que, por suerte, se mantiene en el nuevo concepto y ha sido restaurado. Son escenas de la más célebre novela de las letras españolas, escrita por Miguel de Cervantes y que da nombre al restaurante.
Es difícil saber con exactitud por cuántas manos pasó El Quijote desde su apertura. Con seguridad se puede decir que al frente del negocio estuvieron Gilberto Otero y Manuel Muíño, al menos desde 1962 –la prensa los sitúa ese año como los «nuevos dueños» del establecimiento– y hasta finales de la década de los 60 –la última mención encontrada data de 1967–.
A Otero y a Muíño les gustaba festejar y solían organizar fiestas para despedir el año. Cada vez que había evento había música en directo con artistas españoles. Amenizaron algunos de esos cócteles artistas de la época como Manolo Leyva, Virgilio Manuel, Emilio Prados o un tal Felipe Gayo, que tocaba flamenco a la guitarra.
Fue en esos años en los que Andy Warhol y William Burroughs bajaban juntos a celebrar. Cuando Patti Smith y sus colegas celebraban sus primeros triunfos. O el lugar al que bajar, simplemente, a ver si te cruzabas con algún famoso. A veces, sin más, el lugar donde comprar la cena para los inquilinos del Chelsea y subírsela a la habitación.
Narciso Serra terminó su zarzuela de El loco de la guardilla diciendo:
La patria ingrata no vió / que Cervantes no cenó / cuando concluyó el Quijote
Y en la época de Otero y Muíño decían: «¡Claro, porque aún no existía el restaurante El Quijote en Nueva York». Pero, ¿Qué fue de El Quijote en los años 70? solo pueden responder los que estuvieron allí.
Manuel Ramírez, Manny, fue el último propietario de El Quijote. En el año 2002 logró para el restaurante el accésit como Mejor establecimiento ubicado en cualquier país del mundo. Distinción que firmó el exministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, Miguel Arias Cañete. En los tabloides neoyorquinos se dice que todavía le quedaban muchos años de contrato en El Quijote, pero el dinero llamó a la puerta.
Los propietarios que se hicieron con el Hotel Chelsea adquirieron también el restaurante y el hotel pasó a tener restaurante incorporado. Lejos queda en El Quijote el horario de almuerzos, de comidas y de cenas. Ahora está reducido a seis horas, de 17 a 23 horas –imagino que porque al otro lado de la entrada del hotel han abierto el restaurante francés Café Chelsea–.
La carta se ha reducido al mínimo y ya no lucen en las mesas esos platos de pinta regulera. Aunque, cierto es que puedes disfrutar de unas patatas bravas, unas croquetas o unos pimientos de padrón acompañados de una Estrella Galicia en pleno centro de Manhattan. Eso sí, donde la paella costaba entre unos 20 o 30 dólares –según si era de langosta o sin ella– ahora no baja de los 42 dólares de la vegetariana.