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Rosalía Lombardo permanece expuesta dentro de un ataúd con puerta de cristal

La otra Rosalía: el cuento de la bella durmiente hecho realidad

Durante el puente de mayo, si pasa por Sicilia, puede visitarla en sus catacumbas y comprobar que cien años de eternidad no son nada

Durante el puente de mayo, si pasa por Sicilia, puede visitarla en sus catacumbas y comprobar que cien años de eternidad no son nada.

Los turistas y curiosos podrán comprobar que la niña Rosalía todavía duerme sobre una manta de seda, ya un poco descolorida, y que la medalla de la Virgen está oxidada por el paso del tiempo.

Un padre desesperado

Los 104 años transcurridos desde su muerte, Rosalía se ha ido haciendo cada vez más famosa entre los sicilianos y los que llegan a la ciudad sureña de Italia, donde se juntan los costumbrismos hispanos, heredados del pasado, con el propio temperamento apasionado de sus nativos.

la imagen impresiona porque habla de una manera extraña –para nosotros– de la vida, de la muerte y del amor de un padre por su hija que, incapaz de soportar tal pérdida, encargó embalsamar su cuerpo para siempre.

Tras el magnífico proceso de momificación, fue colocada delicadamente dentro de un ataúd de cristal en las Catacumbas de los Capuchinos de Sicilia.

La bella durmiente

La perfecta momificación del cuerpo de Rosalía despertó pronto el escepticismo de aquellos que vieron el resultado, afirmando que Rosalía no estaba ahí y que solo se trataba de una réplica perfecta de cera.

La momia de la niña, como tantas otras en un sinfín de culturas, muestra el deseo de eternidad y de belleza que anima el corazón humano, y que ni la muerte, consigue apagar.

Rosalía Lombardo

La sepultura, el embalsamamiento, los homenajes mortuorios, los mármoles de las estatuas convertidos en el arte de la recreación, no son otra cosa que el intento de que aquello más querido quede, de alguna manera, para siempre entre nosotros. Y de este modo, se funden el arte con la vida y con la cultura de cada época; es decir, con un modo de afrontar el límite inexorable que la muerte impone sobre todo lo humano.