Lucrecia Borgia, la hija de un Papa convertida en mercancía a cambio de poder
Antes era más común –o más visible y manifiesto– el uso del apellido, las tierras, los afectos y los hijos para cerrar negocios y, de paso, corromper la libertad
Hoy día ya no se conciben –aparentemente– los casamientos por conveniencia, o las uniones por intereses más allá del amor. Quizá habría que apuntar a las clases más altas para este tipo de corrupción del matrimonio, concebido como cerrojo de fortunas e influencias, camuflado tras una ceremonia formal de boato e inciensos. Pero antes era más común –o más visible y manifiesto– el uso del apellido, las tierras, los afectos y los hijos para cerrar negocios y, de paso, corromper la libertad.
De mano en mano
Así debió sucederle a la pequeña Lucrecia Borgia, hija del cardenal Rodrigo Borgia y de su cortesana Vanozza Catanei, quien tras ser elegido su padre como nuevo Papa de la Cristiandad (Alejandro VI) en 1493, usó (casó) a su hija de trece años para crear una alianza poderosa con Giovanni Sforza.
Milán le abrió su puerta con la llave de Lucrecia, la joven Borgia que acrecentó tanto el poder de su padre y sumo Pontífice que llegó un momento en que ya no necesitó a los Sforza para seguir haciendo acopio de poder.
De este modo, Alejandro VI, vio que era inútil tener a su hija casada con Giovanni y decidió, tras intentar asesinarlo, anular el matrimonio de interés. ¿Cómo? haciendo declarar a Giovanni su impotencia y enclaustrando a Lucrecia, embarazada de un niño.
Con 18 años, la joven Lucrecia fue entregada a otra mano; la de Alfonso de Aragón, para cerrar otra alianza–negocio que duró lo que Alfonso tardó en ser asesinado.
Tras quedar viuda, Lucrecia no se quedó sin sustento, ya que su padre la nombró administradora del Vaticano, mientras barruntaba una nueva unión fructífera para su hija. Pero ya no fue tan fácil.
La tranquilidad
La solución para limpiar la honra de la joven Lucrecia, fue el dinero que la propia familia desembolsó para casarla con Alfonso d'Este. Y, a la tercera, fue la vencida y la tranquilidad.
En el ducado de Ferrara, el nuevo matrimonio vivió alejado de la corrupción familiar. Lucrecia pudo ejercer como mecenas de artistas, como gestora de las tierras y como madre de cinco hijos. El último de ellos vivió tan solo unos días y murió junto a su madre en 1519, cuando la hija del Papa Borgia no había cumplido los cuarenta.