Los bólidos de Françoise Sagan
A la escritora francesa le ocurrió lo que a los futbolistas, se vio famosa y millonaria a los veinte, y fiel a su estilo libertino se dio a la buena mala vida
Hay al menos un estereotipo que, pese a todos los esfuerzos de la deconstrucción y la justicia social, resiste incólume al paso del tiempo: la asociación entre coches deportivos y de alta gama, y los hombres que afrontan con estoicismo fingido su inexorable crisis de los cuarenta. Y por eso mismo hay al menos una escritora que, pese a todos los avances en la consideración de la obra y vida de las mujeres, sigue desafiando la mentalidad colectiva.
Apellido proustiano
A Françoise Sagan, de nombre real Françoise Quoirez –sacó su apellido literario de los príncipes Sagan de Marcel Proust (Por el camino de Swann)– le pasó un poco como a Carmen Laforet, que triunfó con su primera novela, Nada (1954), extremadamente joven, para luego vivir a la sombra de ese debut estelar.
Pero le pasó solo un poco como a Laforet, porque si la española se volcaba a partir de entonces en sus hijos, Sagan pisó el acelerador de su vida social, ambas autoras muy en línea con sus diferentes concepciones de la vida y el mensaje de sus obras. No hay que olvidar que la joven Cécile, la protagonista de diecisiete años de la novela de Sagan, es todavía el gran icono narrativo de la libertad sexual, y que su creadora, que para cuando da vida el personaje tiene tan solo dos años más que su creación, y tuvo que firmar con el apellido cambiado por orden de su padre, para evitar que el escándalo afectara a la familia.
Al éxito de esta ópera prima se le sumaron Una cierta sonrisa (1956), otro triunfo editorial que además confirma su talento, y los derechos de autor por la adaptación al cine de Buenos días, tristeza bajo la dirección de Otto Preminger en 1958.
A Sagan le ocurrió lo que a los futbolistas, se vio famosa y millonaria a los veinte, y fiel a su estilo libertino se dio a la buena mala vida. Fiestas, bebida, drogas, parejas varias entre hombres y mujeres, prisión conmutada, multas y una afición desmedida por la velocidad en coches descapotables, deportivos y caros, que gustaba de conducir descalza.
Con su Jaguar XK 120 iba de París a Saint-Tropez acompañada de Preminger. Le supo a poco y se hizo con uno de los tres bólidos 36S de ocho cilindros para las 24 Horas de Le Mans. 233 caballos a las órdenes de toda una escritora, a los que siguieron el Aston Martin en el que se la pegó en 1957, al tomar mal una curva a 160 km/h. Quedó atrapada entre los restos del vehículo, y a punto estuvo de no contar –le llegaron a dar la extremaunción–.
Tras una larga recuperación, y muchos tranquilizantes y morfina a los que permanecerá enganchada de por vida, volvió a la carretera con un Ferrari 250 GT.