Se equivoca Daniel Luque lidiando estos toros
La sosería y falta de casta de las reses de La Ventana del Puerto provocan otra tarde soporífera
Otro «No hay billetes» y otro petardo ganadero absoluto: toros sin fuerza, ni casta, ni emoción alguna. Contra ellos se estrellan Castella y Daniel Luque. Se muestra voluntarioso el confirmante, Christian Parejo. Él tiene menos responsabilidad, no ha elegido los toros de esta tarde. Las dos figuras se han apuntado a ellos y la empresa los ha comprado. Deberían reflexionar todos. No se debe abusar tanto de la paciencia del personal: se pueden aburrir e irse, buscando otro espectáculo más emocionante. Éste sí que es un riesgo para la Fiesta, más que las sectarias ideas de Urtasun y la sutiles frases de Óscar Puente.
Resumen: ninguno de los toros de La Ventana del Puerto (incluido el 4º, de El Puerto de San Lorenzo) han permitido ninguna faena emocionante. Todos han flojeado, se han distraído, han manseado: unas verdaderas birrias. El mejor, el primero, que se ha apagado muy pronto. Sólo el confirmante ha escuchado algunas palmas cariñosas, premio a su voluntad. No hemos visto ni una sola verónica aceptable en toda la tarde. Y han sonado nada menos que cuatro avisos: ¡vaya desastre!
Los más aplaudidos ha sido algunos excelentes subalternos: el picador El Patilla; los banderilleros Antonio Chacón, José Chacón e Iván García, que han saludado, en banderillas.
Christian Parejo es gaditano, de una tierra tan taurina como Chiclana: la cuna del gran Paquiro, «el Napoleón del toreo», autor de la segunda Tauromaquia (1836), cantado por el poeta Rilke; también, de José Candido, El Chiclanero y la dinastía de los Oliva. (Emilio padre sufrió en esta Plaza una cornada tan grave que recibió la extremaunción y, poco después, se casó in articulo mortis: sobrevivió y de ese matrimonio nació su hijo Emilio, también matador de toros).
Aunque haya nacido en Chiclana, Christian Parejo se ha formado en la Escuela de Béziers. Ha toreado ya tres veces en Las Ventas, de novillero. Tomó la alternativa la pasada temporada, también de manos de Castella, que ahora se la confirma.
Le toca la «Bonoloto» con el primero (así se llama): el único que un poco aguanta. Lo recibe con una mezcla de delantales y chicuelinas; replica a las tafalleras de Castella con gaoneras: ¿para cuándo las verónicas, el lance básico? El toro es noble, justo de fuerzas, le permite un trasteo correcto, hasta que, muy pronto, se para. Lo mejor que hace Christian es alargar los pases de pecho. Lo peor, rematar a pies quietos, mirando al tendido: algo que me parece feo. Mata con facilidad pero lo que más aplauden es el acierto con el descabello, una suerte menor: así está el público.
En el último, que se duerme en el peto, Christian Parejo da algunos lances compuestos. Comienza la faena haciendo la estatua: así, ni se domina ni se sujeta a un toro rebrincadito, que quiere huir a tablas. El joven matador se justifica con voluntad; se ven venir los momentos de apuro; alarga demasiado la faena. Recibe palmas cariñosas.
El segundo, recibido con protestas, acude al caballo pero en seguida se va. Es un toro tan obediente que merece un premio de urbanidad, no lidiarse en una Plaza de primera categoría. El trasteo de Castella es fácil, sin emoción alguna. Da la impresión de que puede hacer con el toro lo que quiera, con muy poco esfuerzo: ¿cómo lo van a valorar? Suena un aviso mientras se empeña en dar manoletinas. Comenta mi vecino: «¡Qué pesado!» La espada cae defectuosa.
El cuarto sale echando las manos por delante, con feo estilo. Lo pican mal. Embiste corto y protesta. Metiéndose en su terreno, Sebastián, que ha brindado al público, se empeña en sacarle pases que no dicen nada. Todo su oficio se estrella contra esta birria de toro. Mata mal, aliviándose. Recuerdo el título de Shakespeare: Trabajos de amor perdidos.
El foco de atención se centraba en Daniel Luque, en su primera actuación en la Feria. Si a Roca Rey nadie le discute que es el más taquillero, para mí está claro que, ahora mismo, Luque es el mejor lidiador, el más poderoso. Por eso, necesita absolutamente toros que también tengan poder, para dominarlos; si no tienen fuerza ni casta, todas sus virtudes lidiadoras se quedan en casi nada. Así sucede, esta tarde.
El tercero sale suelto, dormidito, flaquea: una verdadera birria. Con ese toro, los suaves muletazos de Luque dicen nada. Le piden que mate y lo hace con facilidad (salvo el descabello).
El quinto es suelto, corretón , huido, se va al otro caballo. Ni esforzándose mucho logra Luque darle una verónica: cuando dibuja una, el toro se derrumba. A pesar de todo eso, brinda al público, se va al sol y allí, aprovechando con sabiduría la querencia, dibuja algunos preciosos muletazos, corre la mano con empaque. Han sido unos pocos momentos de buen toreo… pero sin toro. Surge la fuerte y lógica división. Mata a la segunda.
El público, que le esperaba, le ha respetado pero no es ése el Luque que desean ver. Durante la lidia del tercero, ha sonado una voz: «Tú, que puedes con todo…» Faltaba la segunda parte: «¿Por qué vienes con estas birrias?». Tenía razón.
El resumen es bien fácil: con toros que «se dejan», las faenas aburren a las ovejas. Se equivoca Luque viniendo a Madrid con estos toros. Charlando con él, hace un par de años, en Sevilla, después de un gran triunfo, me lo dijo rotundamente: «No volveré a caer en ese error». Esta vez, no lo ha cumplido. Después de los cinco avisos de Roca Rey –su rival a distancia, el día anterior– Daniel Luque hubiera podido dar esta tarde un buen golpe sobre la mesa. No lo ha podido hacer. Le quedan los toros de Alcurrucén, el día 30, para demostrar su capacidad.
Las figuras son las que mandan en el toreo porque son las que atraen al público a la taquilla: ¿se convencerán alguna vez de que con toros sin casta ni fuerza ellos no se destacan de cualquier pegapases? Me gustaría creerlo.