Ni arte ni lidia: 'Rián de rián'
La terna de artistas se estrella contra un encierro deslucido
Con la Puerta Grande de Borja Jiménez, la Feria de San Isidro ha encontrado el empujón que le faltaba. Ya no es sólo el arrollador éxito de público, lo que supone una clamorosa desautorización de los ministros Urtasun y Puente, que insultan a los aficionados y diagnostican con ignorancia sectaria la irrelevancia y el final de la Fiesta.
Hacía falta un golpe claro, rotundo, definitivo: el triunfo indiscutible de un matador de toros. Eso es lo que ha logrado Borja Jiménez, poniendo a todo el mundo de acuerdo. A todos, salvo a un Presidente que mostró una lamentable falta de criterio, premiando por igual dos faenas de méritos distintos e ignorando los del toro. En la Feria de Libro, por la mañana, he charlado con muchos aficionados y todos ellos han coincidido: «¡Qué absurdo!». Es lo mismo que hizo, el día anterior, el Presidente que le negó el trofeo a Manuel Escribano.
Creo que eso sólo puede tener su origen en dos cosas: la ignorancia o el temor a lo que un sector del público pueda opinar. En ambos casos, me parece lamentable.
La corrida de este sábado se dedica, como homenaje, a la Policía Nacional, en su 200 aniversario: un acierto.
Si se busca que un cartel de toros no sea una simple suma sino que tenga un sentido unitario, puede hacerse por dos caminos, la armonía o el contraste. En la corrida de este sábado, se ha seguido el primero: tres diestros catalogados como artistas, con toros de una categoría considerada manejable.
Lo de definirlos como artistas no me gusta mucho: todos los toreros lo son, en mayor o menor medida, porque la Tauromaquia es un arte. Más certero me parece hablar de tres diestros en los que predomina la estética.
La ganadería jienense de Sorando, de origen Domecq, tiene fama de criar toros nobles, con clase, buenos para los toreros, que pueden pecar de falta de fuerza. Ha sido una de las predilectas de Enrique Ponce. Ahora mismo, está muy vinculado a ella Juan Ortega. Los de esta tarde, flojos y deslucidos, no han servido, ni los sobreros. Tampoco los diestros han estado afortunados; sobre todo, los dos sevillanos: antes de intentar ponerse bonito, hay que dominar al toro.
El veterano Diego Urdiales es riojano pero su estilo ha sido bendecido nada menos que por Curro Romero (de cuya recuperación, después de la operación de cadera, todos los aficionados nos congratulamos). Su estética es clásica, sin necesidad de adornos barrocos.
Recibe con buenos lances de salida al primero, que apenas cumple en varas, embiste con cierta nobleza pero sale distraído y no repite. Luce Diego su buen estilo en algunos muletazos sueltos pero no hay faena completa. A la segunda, la espada queda contraria. No se ha puesto pesado pero no hemos visto gran cosa.
En la pareja que se intentó hacer de los dos nuevos artistas sevillanos, Juan Ortega y Pablo Aguado, el primero ha adelantado claramente al segundo. Juan es capaz de torear primorosamente, sobre todo con el capote. Posee el don innato de hacer más lenta la embestida de los toros, con el gran efecto estético que eso produce. Un episodio bien conocido de su biografía lo ha convertido también en personaje de la prensa rosa, aunque personalmente mantenga un talante impecable. Me contaba Roberto Piles, que ha sido su apoderado, que es uno de los diestros de los que más fácilmente se obtienen fotografías bonitas. Ser partidario suyo parece que da patente de buen aficionado. A cambio, es desigual, le resulta difícil conseguir faenas completas, logradas.
El segundo toro de esta tarde mansea claramente desde la salida, sale huyendo después de tres entradas al caballo; no permite capotazos lucidos; huye a tablas. Juan Ortega no logra sujetarlo y desiste. ¿No tienen una lidia estos toros mansos? Parece que no. Se lo quita de delante a la primera. Seguimos sin ver casi nada.
Pablo Aguado despertó unas extraordinarias expectativas en una tarde inolvidable de Sevilla y, luego, en Madrid. La gran baza de su estilo es la naturalidad, una gran cualidad, pero, al buscarla, no pocas veces se queda a mitad de camino, limitándose a dibujar unas hermosas verónicas.
En el tercero, que sale suelto, Aguado apenas logra esbozar tres lances porque el toro duda y el diestro, también. Flaquea el toro y lo devuelven: gesto de enfado del torero.
Al sobrero, de José Vázquez, le dan demasiados capotazos, para llevarlo al caballo. El toro, cercano a los seis años, se mueve sin clase; espera, en banderillas. En la muleta, es andarín pero embiste con sosería. Después de algunos muletazos aseados, el diestro desiste. Logra una estocada corta de rápido efecto. Como cantaba Julio Iglesias, «la vida sigue igual».
El cuarto no se entrega en el capote, echa la cara arriba en el caballo, sale suelto. Le pega un palotazo en el codo a El Víctor, en banderillas; acude a la muleta pegando tornillazos. Urdiales intenta someterlo por bajo pero el toro saca genio, no bravura, engancha la muleta. No mata bien. La tarde no remonta.
El jabonero quinto flaquea, lo cuidan mucho, tampoco vemos lances lucidos. En el tercer muletazo por alto de Juan Ortega, en tablas, el toro se derrumba. Y vuelve a hacerlo en el inicio de las series de muletazos. Vuelve a cortar Juan la faena. Y mata sin confiarse, de cinco pinchazos y descabello: en vez de silencio, esta vez hay pitos.
Acapachado de pitones es el sexto, que sale frío, pone en apuros al banderillero, lo pican trasero, cae y se devuelve. Nuevo gesto de enfado de Aguado, que se ha inhibido de la lidia. Tarda en salir el sobrero de Montalvo, alto, largo, bien armado. Aguado se pelea con él pero pierde el capote. Lo pican trasero y fuerte. Desde el comienzo, el torero machetea, sin confiarse; se ha limitado a quitarle las moscas (decían antes). Entra a matar con visibles precauciones, da un mitin con la espada: cuatro pinchazos y descabello.
Concluye el festejo con el triste –pero lógico– espectáculo de la lluvia de almohadillas. En vez de un festejo, hemos vivido un derroche de monotonía, un tostón de aúpa. No sirven las excusas del mal juego de las reses ni de los sobreros. No han servido los toros, es verdad, pero tampoco los diestros han sabido vencer las dificultades ni darles la lidia adecuada. «Rián de rián», decían los revisteros, en francés macarrónico.
La etiqueta de artistas no debe ser un pretexto para esperar que salga el toro que «se deje»: un matador de categoría debe dar la lidia adecuada a sus toros, sean bravos o mansos. Ésa es la norma básica de la Tauromaquia clásica y así debe seguir siendo.
Postdata
La Asociación Nacional de Organizadores de Espectáculos Taurinos (ANOET) acaba de dar a conocer los resultados de un estudio sobre la asistencia a los festejos taurinos, celebrados en Plazas españolas, en la temporada 2023: en total, acudieron nada menos que unos seis millones y medio de espectadores. Eso supone un aumento notable sobre los datos del año anterior y la vuelta a unas cifras que no se habían dado desde 2012.
Éstos son datos indiscutibles, no opiniones ni teorías. Más allá de las cifras concretas, lo que importa sobre todo es la tendencia. Pasada la pandemia, la sociedad española ha vuelto a acudir en gran número a las Plazas de toros. Eso demuestra la buena salud de la Fiesta y las fuertes raíces que tiene en el pueblo español.
Quizá parte del mérito de este renovado interés por la Tauromaquia se deba a la absurda cruzada que emprendido contra ella, desde la ignorancia y el sectarismo, el ministro Urtasun. Ya he comenzado a escuchar opiniones que proponen concederle a él mismo, por su aportación a la Fiesta, ese Premio Nacional de Tauromaquia que él quiere suprimir. Estos datos confirman también el acierto del sutil análisis del ministro Óscar Puente: seis millones y medio de espectadores son, sin duda, algo absolutamente irrelevante…
FICHA
- Madrid. Feria de San Isidro. Sábado 8 de junio. Corrida de Homenaje a la Policía Nacional, en su 200 aniversario. Casi lleno. Toros de Román Sorando, flojos y deslucidos, igual que dos sobreros: el 3º, de José Vázquez; el 6º, de Montalvo.
- DIEGO URDIALES, de caña y azabache, pinchazo y estocada (silencio). En el cuarto, dos pinchazos y tres descabellos (silencio).
- JUAN ORTEGA, de verde y oro, estocada corta (silencio) En el quinto, cinco pinchazos y descabello (pitos).
- PABLO AGUADO, de negro y plata, estocada corta (silencio). En el sexto, cuatro pinchazos y descabello (bronca).