«Sin 'La metamorfosis' de Kafka, García Márquez no habría podido dar vida a su realismo mágico»
Coloquio en la Feria del Libro de Madrid sobre la influencia de Kafka en García Márquez: «Como Kafka, vivimos en la victoria de la burocracia sobre el individuo; nos va a hacer falta humor para soportarlo»
Franz Kafka, el autor de La metamorfosis, El proceso y un largo número de relatos y cartas, falleció hace cien años: el 3 de junio de 1924. Dentro de los actos en torno al centenario de la muerte de Kafka, la Embajada de Colombia en Madrid y el Foro Cultural de Austria han organizado un coloquio en la Feria del Libro de Madrid. Se trata de un diálogo en que se confronta la influencia de Kafka en Gabriel García Márquez (1927–2014), uno de los escritores ubicados en el llamado «realismo mágico». El acto ha contado con la bienvenida del embajador austriaco, Enno Drofenik, y su homólogo colombiano, Eduardo Ávila Navarrete. Velia Vidal modera la tertulia y, a su conclusión, actúan la cantante colombiana Carolina Muñoz y el intérprete de cello Andrés Arroyo.
El embajador Ávila ha comentado que, mediante esta actividad, se recalca «la importancia de hacer visibles puntos de encuentro de países América y Europa». En este caso, gracias a un «viaje entre Macondo y Viena», entre Kafka y García Márquez, «dos de los escritores más universales en lengua alemana y española». Por su parte, el embajador Drofenik ha dicho que «Kafka es uno de los escritores más complejos», cuyas «obras desafían al lector».
Un autor poliédrico: judío, austriaco, checo, de lengua alemana y hebrea, «transnacional y transcultural». De modo que se asemeja a la «diversidad cultural y lingüística» que hoy se aprecia en Europa. Asegura Drofenik que «sin 'La metamorfosis', García Márquez no habría podido dar vida a su realismo mágico». En su opinión, la pasión por la literatura es común en Austria y Colombia.
El antropólogo colombiano Weildler Guerra, Premio Nacional Cultura, y profesor en la Universidad del Norte en Barranquilla, ha comenzado el coloquio declarándose «lector perseverante de Kafka y de García Márquez». Señala que en el Caribe colombiano, a partir de 1920, aparecen escritores orientados «hacia lo popular y no hacia lo francés», de modo que se mira «la aldea para entender el universo». García Márquez, cuando estudiaba Derecho, leía «de todo, y en Kafka encuentra su propio universo represado». También cobraba importancia el influjo de Steinbeck; eran escritores que le mostraban los «diques que se pueden romper».
«Kafka le aporta la estilística para desahogar» ese universo propio que construye a partir de su entorno. García Márquez «abreva en lo inmediato e indígena». Guerra comenta que la transformación es un tema que surge en muchas culturas, no sólo en la occidental, como se observa en los libros de Ovidio. Son transmutaciones más bien exteriores –de humano a animal, planta o roca–; el interior permanece igual. Según Guerra, las «barreras ontológicas resultan más difusas en el mundo indígena», donde se contempla a los animales y plantas como «humanos caídos». En este sentido, en la obra de García Márquez se concede mucha relevancia al modo de entender la noción del tiempo (Cien años de soledad) y al animismo africano.
Guerra alude al año 1536 y al andaluz Martín Tinajero y otros aventureros españoles que se adentraron en las tierras de Venezuela; en sus crónicas se relatan sucesos que parecen adelantar el «realismo mágico». Como el caso de un panal que surgió en torno a la pierna de uno de estos aventureros, al que habían enterrado de manera incompleta. García Márquez expresa «el asombro del encuentro entre el Viejo y el Nuevo mundo», con sus diferencias en flora, fauna y hombres. Incluso lo común resulta distinto. En las crónicas de Indias hay muchos episodios de este tipo. Por eso, Guerra cree que hay un abuso de la expresión «realismo mágico», que aparece antes de que naciera García Márquez y se aplicaba a un tipo de pintura.
Con respecto a la novela En agosto nos vemos, editada de manera póstuma hace un par de meses, Guerra entiende que, «si no estaba concluida, nos ayuda a ver el proceso de composición de García Márquez; si estaba concluida, permite añadir más a su producción».
Por su lado, el escritor austriaco Franz Stefan Griebl (1967), más conocido como Franzobel –debido a un partido de fútbol entre Francia y Bélgica–, fue pintor hasta 1991, y luego ha publicado 24 libros (novela, poesía, teatro, género infantil) y ha logrado el Premio de Literatura de Humor Grotesco. Señala que «la obra de Kafka era poco leída cuando murió; en cambio, su amigo y editor Max Brod sí cosechó éxito». Tres décadas tardó en darse a conocer a Kafka de manera amplia; en Estados Unidos, Francia y luego Alemania, y más tarde Checoslovaquia. Brod no siguió las indicaciones de su amigo Kafka y no quemó su obra tras su fallecimiento.
«Era un autor desconocido en su país, donde sólo el 7 % de la población hablaba alemán», la lengua en que Kafka escribía. Según Franzobel, Kafka no daba carácter individual a sus personajes, «son figuras abstractas, a veces sin más nombre que la inicial, y sin más datos que la profesión; no conocemos apenas su historia». Se trata de personajes que no caben definirse como buenos o malos, sino que los caracteriza el modo como los afecta y oprime la ley. «Son seres expuestos a la legislación, algo que resuena en la Europa actual», dice Franzobel.
«Kafka se pasó la vida buscando su propia identidad, en ningún sitio se sentía parte de algo», prosigue el escritor austriaco. «En el colegio, conforme mejores notas sacaba, más dudas tenía sobre sí mismo», añade. Además, «el conflicto con su padre es omnipresente a lo largo de su obra», como se atisba en Gregorio Samsa, el protagonista de La metamorfosis, o se evidencia en Carta al padre. Por estos conflictos con respecto a la identidad «es un autor muy típico del siglo XX».
Según Franzobel, «la identidad es un invento moderno; en la Edad Media es más colectiva, mientras que en la Modernidad se va desarrollando dentro de un marco burgués, individualista, como se observa en los retratos». Influye el cambio de paradigma, los descubrimientos geográficos y científicos, el lugar de la Tierra en el universo, una transformación profunda similar a la que hoy supone la irrupción de Internet. «Kafka no sabe quién es y vive una época de transformación», insiste el escritor.
Franzobel indica que el modo como Kafka maneja el idioma es diáfano, porque era jurista de formación y buscaba «la precisión de la palabra exacta» al escribir. La condena es un relato que escribió de un tirón en ocho horas, durante una noche; «esto es literatura», pensaba él. Aunque, por lo general, Kafka debía luchar contra el texto. Sólo escribía en su tiempo libre, de noche, porque la mayor parte del día estaba ocupado en su trabajo. Franzobel escribió hace treinta años un libro sobre Kafka, partiendo de sus cartas y diarios, «en los cuales hay humor y pasajes divertidos». Es un humor sutil el de sus libros, también en La metamorfosis o El castillo. El escritor checo se comprometió cuatro veces, pero nunca se casó; «tenía temor al compromiso».
«Kafka ve posible lo imposible, lo absurdo en un mundo lógico»; como ejemplo, Franzobel indica que hace poco ha tenido que sacarse un número para que lo atendieran en la estación del tren, a pesar de encontrarse delante del mostrador. Un momento kafkiano, «vivimos la victoria de la burocracia sobre el individuo». «Y ahora nos toca empezar a hablar con la inteligencia artificial; como a Kafka, nos va a hacer falta humor para soportarlo», se sonríe.