Diez años sin García Márquez, el castrista al que permitieron hablar de política en la ceremonia del Nobel
Este requisito junto al de la indumentaria de frac eran (y son) fundamentales en un protocolo que se saltó el escritor colombiano con la aquiescencia de las autoridades
Entre claveles amarillos y vestido de blanco entre negros trajes de etiqueta recibió Gabriel García Márquez el Premio Nobel de Literatura en 1982. La Filarmónica de Estocolmo le dedicó el Intermezzo Interrotto de Bela Bartok, el músico favorito del colombiano, quien ya había advertido que se presentaría con guayabera o con mezclilla. Las crónicas de la época hablaron, sin embargo, de su indumentaria como del liqui-liqui, un traje blanco de gala típico que había pertenecido a su abuelo que «caribeñizó» o «americalatinizó» la fría ceremonia sueca.
«En esta casa no se hace política»
A García Márquez el encargado del discurso le comparó con Faulkner, un cotejo que no podía ser más del gusto del premiado, quien más tarde dejaría escrito, en el prólogo de los cuentos de Hemingway (el rival contemporáneo del autor de El Villorrio), que nunca había podido descifrar los secretos de su escritura. El secretario de la Academia le advirtió de que «en esta casa no se hace política», pero a él se lo permitieron, como a un niño bonito, a un privilegiado, una estrella o una curiosidad que merecía semejantes prerrogativas.
No se sabe bien por qué sucedió todo esto. Pero no se recuerda en la historia del premio una excepción tal. Cuando murió Gabriel García Márquez, el 17 de abril de 2014, habían pasado 32 años desde que ganó el Nobel. Fue un galardonado joven y sobresaliente de los demás. Su primero amigo y después enemigo, Mario Vargas Llosa, consiguió el reconocimiento casi tres décadas después, cuando para el otro el laurel era ya un recuerdo de otra época, porque efectivamente sucedió en otra época.
La revolución
El motivo oficial, redicho, por el que obtuvo el premio fue «por sus novelas e historias cortas, en las que lo fantástico y lo real se combinan en un mundo ricamente compuesto de imaginación, lo que refleja la vida y los conflictos de un continente». No se podía hablar de política, pero casi le invitaron. Así que se presentó allí a armar la revolución con el beneplácito, casi se diría con el improbable gusto, de las autoridades menos revolucionarias posibles.
García Márquez era tan joven en comparación a lo habitual y al resto de premiados que casi se puede decir que era un adolescente y como tal se comportó desde el principio hasta el final. Cien años de soledad llevaba por entonces quince años haciéndole rico y famoso. El otoño del patriarca terminó de confirmarle ante los ojos de todos, pero también antes La hojarasca o El coronel no tiene quien le escriba ya le habían hecho un autor famoso. El Nobel colombiano (que también se decía medio mexicano) fue un Nobel popular más que académico.
Revisionismo primigenio
Su discurso donde abordaba las guerras y las dictaduras que «se enseñoreaban de América Latina» fue aplaudido durante largos minutos en el lugar donde nunca se hablaba de política, pero él sí. Fue aquella salvedad que terminó haciéndose costumbre. La suerte de revisionismo histórico de izquierdas primigenio donde, como Neruda años antes, le echó a Europa encima, representada en la solemne y nórdica Estocolmo, los problemas de América.
García Márquez hipnotizó con su realismo mágico disertador a unos alucinados miembros de la Academia que se lo tragaron todo, como si la historia de Aureliano Buendía fuera real y, casi sobre todo, fácil de entender. García Márquez convirtió el auditorio de los Nobel en un improvisado auditorio de las Naciones Unidas, cuando no lo era.
Pro castrista y pro soviético
Todo el ruido y el color de los claveles, las rosas, los aplausos, los parabienes y las guayaberas, mezclillas o liqui-liquis silenciaron las críticas de, por ejemplo, el Pen-Club Internacional y otras entidades y literatos del mundo sobre la conocida posición pro castrista y pro soviética del galardonado, el mismo hombre que «quería creer» que su premio era un «homenaje a la poesía» al mismo tiempo que llamaba «contrarrevolucionario» al compatriota poeta Armando Valladares cuando fue liberado después de 20 años encarcelado por ideología en las prisiones de su amigo Fidel Castro.