Entrevista I Escritor y conferenciante
Javier Fernández: «Para un comunista la verdad y la mentira no existen; solo los cambios de opinión»
Javier Fernández Aguado recrea lo que podría ser una entrevista con Stalin: «Para un comunista, la verdad es lo que ahora mismo me interesa decir en función de mis objetivos»
Muchos lo conocen por sus conferencias, por sus publicaciones, por su labor docente o por su tarea de consultor. Conjuga el humor y el humanismo. Entre sus clientes destacan organizaciones como Coca-Cola, ESADE, IESE, Grupo Santander, BBVA, Deloitte. Además, es el único español que ha recibido el premio Peter Drucker en managment (2008), en Estados Unidos.
Es Javier Fernández Aguado (Madrid, 1961) y, desde hace unos años, comenta el modelo de gestión de entidades tradicionales o simula coloquios con personajes históricos. El año pasado Aristóteles, y ahora le ha tocado el turno a Entrevista a Stalin (Kolima). «Stalin es un extraordinario manipulador; es capaz de engañar a todos permaneciendo agazapado hasta que llega el momento de saltar al cuello de aquellos a los que quiere destruir». A pesar sus defectos, el tirano comunista –valga el pleonasmo– cuidaba mucho su imagen pública: «Stalin llevaba habitualmente un maquillador, porque las cicatrices de la viruela le duraron toda la vida».
También «estaba acomplejado por la estatura; en los desfiles en la Plaza Roja, utiliza siempre un escalón para estar a la misma altura, por lo menos, que los demás». Aparte, «tuvo serios problemas al principio con el idioma, porque él no habla inicialmente ruso, sino georgiano». Apostilla Fernández Aguado: «Son muy curiosos los paralelismos entre Hitler y Stalin, porque Hitler no era alemán, sino de origen austriaco». Ambos también compartían ciertas disfunciones familiares, incluyendo el suicidio de los más allegados: «son vidas paralelas».
—En este libro habla Stalin, usted le da voz. En lo que Stalin nos cuenta ¿es sincero o nos miente?
—La verdad, entendida desde el punto de vista aristotélico-tomista, es adecuación de la realidad y el intelecto. Pero, para un comunista, la verdad es lo que ahora mismo me interesa decir en función de mis objetivos. Como puede comprenderse bien por el comunista que nosotros tenemos en el gobierno, la verdad y la mentira no existen; existen cambios de opinión. Ese cambio de opinión es que ahora la verdad es diferente, porque la verdad está en función del interés. Stalin cometió una serie de barbaridades que son relativamente conocidas: asesinatos, crueldades, torturas. Pero él tenía su justificación lógica para hacerlo, y en este libro he procurado reflejar el razonamiento de Stalin, permitiéndole hablar.
—¿Stalin nació en un entorno donde se cumplía aquello de «el hombre es un lobo para el hombre»?
—Sus padres no son unos padres ejemplares. El padre es, sobre todo, borracho y maltratador. La madre también le maltrata. Vive en un entorno de hambrunas, de pobreza, y Stalin es un superviviente. Un superviviente que no está dispuesto a ser de los golpeados, sino que él se propone ser de los que golpean y, en su justificación intelectual, encuentra el comunismo. El comunismo para él es el escudo con el que justifica el comportamiento sanguinario que tenía desde antes.
—¿De joven Stalin ya era un criminal?
—De joven Stalin es una persona que vive en una selva y está dispuesto a ser uno de los que salen vivos de esa selva. Vive durante unos años en un entorno muy especial, que son dos seminarios, porque su madre deseaba que sea sacerdote ortodoxo. Allí él estudia, pero tiene ese afán del poder, es un adicto al poder.
El comunismo para él es el escudo con el que justifica el comportamiento sanguinario que tenía desde antes
—¿Por qué dejó de ser seminarista?
–Primero porque abandona la fe, no es creyente y se siente fuera de lugar. En segundo lugar, porque es un luchador, quiere estar por delante de los demás. Y, evidentemente, virtudes como la humildad o la modestia no entran dentro de sus planes estratégicos.
—¿Con Stalin el Estado ocupa el lugar de Dios?
—Stalin es pagano desde muy pronto, un ateo. Se ordena sustituir todos los iconos de la Virgen o de Jesucristo, o de cualquier santo, por las imágenes de Stalin. En todas las casas de la Unión Soviética tiene que haber fotografías, grabados de Stalin, porque él se autoproclama el dios de la Unión Soviética y el Estado. Las revoluciones, como la que encabeza Lenin y luego Stalin, no pretenden cambiar el orden de las cosas, sino cambiar el mando; es decir, el zarismo es sustituido por una nomenclatura. No se aspira a la democracia del proletariado, sino a otra dictadura que sustituya al zarismo. Lenin y Stalin lo que quieren es ser los nuevos zares.
—Stalin justifica toda su violencia y represión ¿en nombre de qué?
—Como buen comunista, para Stalin, el fin justifica los medios. Para Stalin, las personas no existen. Lo que existe es la masa social. Está esa frase que no es suya, pero que se le aplica: la muerte de un millón de personas es una estadística. Él tiene un propósito de dar supuestamente un gran paso adelante, desde el punto de vista industrial, y toma todas las decisiones, sin ningún tipo de trabas.
Stalin es el mejor alumno de Lenin y dispone de mucho más tiempo, no tiene ningún escrúpulo
—¿Él se lo creía?
—Sí, porque él carece absolutamente de capacidad empática, lo mismo que Lenin. Hay una anécdota que recojo en ¡Camaradas! De Lenin a hoy; Lenin viajaba en Rolls Royce, tenía hasta veinte personas de servicio, y un proletario le dice: «Oiga, ¿pero no habíamos hecho la revolución para ser todos iguales?». Y Lenin responde: «Sí, hemos hecho la revolución para que todos seáis iguales». Stalin es el mejor alumno de Lenin y dispone de mucho más tiempo, no tiene ningún escrúpulo y lo que hace es aplicar lo que Lenin habría hecho si hubiera tenido unas cuantas décadas por delante. Por cierto, Trotsky era igual de criminal que ellos, pero su error consistió en ser un listo que se creía listo.
—Esto me recuerda a ciertos gobernantes que nosotros tenemos muy próximos. ¿El poder te convierte en psicópata, o la psicopatía te conduce al poder absoluto?
—Primero hay una pequeña psicopatía que el poder incrementa. Decía san Juan Crisóstomo: «el poder es como vivir en una casa con una chica muy guapa y no pasar a mayores». Para poder controlar el poder, hay que tener muchas virtudes humanas, y también sobrenaturales. Si tú eres un sociópata y caes en la droga del poder, eso arrastra a peores comportamientos, y la lógica de muchos gobernantes –en los que creo que estamos pensando los dos– y la lógica de Stalin es exactamente la misma. Se consideran dioses. La única diferencia es que hoy nos defiende un poco la pertenencia a la Unión Europea y la transparencia de la información. Pero si no, las actuaciones serían absolutamente semejantes.
—Llegó a nuestro gobierno el comunista Alberto Garzón, célebre por aparecer ufano en redes sociales vistiendo un chándal de la RDA. ¿Qué habría pasado si un político hubiera posado con chándal del III Reich?
—Desde el punto de vista de comunicación social, si hubiera vestido un chándal del partido nazi, hubiera sido insultado, menospreciado, y además con toda razón. Lo que sucede es que el comunismo, siendo inmensamente parecido al nazismo, ha conseguido una mejor imagen de marca. Y esa imagen de marca hace que uno pueda cruzarse por la calle con una persona que lleva una camiseta de Stalin, que fue mucho peor asesino que Hitler. No sé si es por mero desconocimiento, o por una mezcla de desconocimiento y perversidad intelectual.