El argumento más sencillo de la filosofía para creer en Dios
El físico y matemático Blaise Pascal redujo esta cuestión a un simple juego de azar
A lo largo de los siglos, la cuestión de Dios, su existencia, sus atributos o su intervención en el mundo ha ocupado el pensamiento de prácticamente todos los hombres. Algunos de ellos, a los que llamamos filósofos, han dejado por escrito sus reflexiones y argumentaciones, llenando cientos de páginas.
La existencia o no de un ente supremo es el pilar sobre el que se sostienen multitud de explicaciones sobre la realidad, el ser o el deber ser. Muchos pensadores han tratado de resolver este complejísimo asunto y no son pocos los que han puesto sobre la mesa argumentos racionales que defienden el teísmo.
Dos de las argumentaciones más famosas se las debemos a san Anselmo y santo Tomás de Aquino. Sus propuestas llegan a la misma conclusión, pero lo hacen por caminos bien distintos. El primero considera que la existencia de Dios está garantizada por la propia esencia de «aquello mayor del cual nada más grande pueda ser pensado».
Una explicación a priori, denominada argumento ontológico, que siguieron otros filósofos como Descartes y que contrasta con la del Aquinate. Este, siguiendo los pasos de Aristóteles, optó por un razonamiento que partía de la experiencia y que terminaba por concluir, a través de las conocidas como cinco vías, en la necesidad de un Dios entendido como motor inmóvil, causa incausada, ser necesario, perfectísimo e inteligencia suprema y ordenadora.
La apuesta de Pascal
Superada la Edad Media, la cuestión de Dios no solo fue un asunto que preocupase a los hombres de la Iglesia. Como ya se ha mencionado, el racionalista Descartes se aferró a la idea de infinito para justificar la existencia de una sustancia con esa cualidad capaz de sacar a la res cogitans del solipsismo.
Más adelante, en pleno siglo XVII, Blaise Pascal decidió transformar la cuestión teísta en algo parecido a un juego de azar. Antes de dedicarse a la filosofía y la teología, el francés realizó grandes avances y descubrimientos en la matemática y la física. Sus investigaciones sobre la presión, el vacío o la probabilidad son fundamentales para la historia de la ciencia.
Pascal reconoce que la pregunta sobre Dios supera los límites humanos. «Si existe un Dios, es infinitamente incomprensible, puesto que, al carecer de partes y de límites, no guarda ninguna relación con nosotros. Somos, pues, incapaces de conocer lo que es e incluso si es», escribirá el francés en sus Pensamientos.
Esta barrera puede ser superada por la fe, dice Pascal. Sin embargo, más allá de esta gracia, el matemático quiso exponer el motivo por el que creer en la divinidad es más racional que el no hacerlo y lo hizo a modo de apuesta, la famosa Apuesta de Pascal. Su argumentación compara este asunto con el lanzamiento de una moneda al aire, hay que decidir si se elige cara o cruz.
Para tomar esta decisión, para apostar por el sí o el no de la existencia de Dios, Pascal realiza un cálculo de los riesgos y las ganancias de cada opción. Expone el francés que si se opta por confiar en el teísmo «si ganáis, lo ganáis todo; si perdéis, no perdéis nada». Es decir, si creo en Dios y existe, el premio será «una eternidad de vida y de felicidad»; si no existe, no perdería nada, porque nada tendría.
En el caso contrario, no creer en Dios podría derivar en la condenación o el Infierno en caso de que sí fuese una realidad. De no serlo, tampoco gana nada el descreído.
Aunque su apariencia en muy sencilla, el enfoque pragmático de Pascal ha sido objeto de multitud de críticas. Algunos pensadores han tildado su apuesta de trivial y recuerdan al francés que deja fuera de la ecuación multitud de posibilidades sobre la deidad. Por ejemplo, se puede elegir creer, pero ¿en que dios, a través de que religión?
Como suele ocurrir con las cuestiones filosóficas, las respuestas son solo el punto de partida para nuevas preguntas.