Fundado en 1910
CrónicaAndrés Amorós

La extraordinaria armonía de Morante, en su reaparición

Sale a hombros con Ponce, que se despide de Santander, y con Fernando Adrián, con bravos toros de Domingo Hernández

El diestro Morante de la Puebla lidia un toro este martes, durante el cuarto día de la Feria de Santiago de SantanderEFE

El azar ha aumentado mucho el atractivo que ya tenía este cartel, desde que se anunció: el joven triunfador Fernando Adrián, junto a dos grandes maestros, Ponce y Morante.

Sabíamos ya que, en su última temporada, Enrique Ponce se iba a despedir esta tarde de Santander. Lo que no podíamos imaginar es que Morante iba a interrumpir su temporada, por un problema psicológico, y que, después de casi dos meses, elegiría esta corrida, en el coso santanderino, para reaparecer. La suma de todo ello ha supuesto que la expectación se pusiera por las nubes: el premio justo para una Feria concebida y realizada con tanto esmero.

Los toros de Domingo Hernández, justos de presentación, han sacado casta y han dado buen juego; destacan 3º y 4º. El resultado ha sido triunfal, con los tres diestros a hombros. Los tres han estado muy bien, dentro cada uno de su línea. Lo mejor de la tarde, sin duda, lo ha hecho Morante: dos faenas verdaderamente extraordinarias de un torero fuera de serie.

Comienzo por Fernando Adrián, que hoy hacía el papel de «tercer hombre» (así se apodó a Chaves Flores, en la época de Aparicio y Litri). Discuten algunos su estilo pero nadie puede negar la realidad de sus salidas a hombros en tantas Plazas, incluida la de Las Ventas. Juega en otra Liga que los dos maestros pero ha sabido competir esta tarde con ellos, con las armas que él tiene: ambición, valor y una gran espada.

En su debut en Santander, recibe al tercero de rodillas, con cuatro faroles y verónicas. El toro acude al caballo al relance y levanta con facilidad las tablas de un burladero. Brinda a sus dos compañeros. Fernando hace la estatua, encadena muletazos por delante y por detrás, se lo enrosca a la cintura, ligando pases con mando. Lo ha dado todo, lo ha cuajado. Si hubiera llevado la espada en la mano, hubiera podido aprovechar el momento y le hubieran pedido hasta el rabo, pero los toreros actuales no lo saben hacer… Cuando logra que el toro cuadre, deja una gran estocada: dos orejas.

El diestro Fernando AdriánEFE

El sexto, muy escurrido, es algo menos claro pero Adrián mantiene su actitud de darlo todo. Sufre una fuerte voltereta, con el capote. Sin chaquetilla, muletea de rodillas, demostrando firmeza y valor, no le deja irse. Recurre a las bernadinas ajustadas. Esta vez, pincha, antes de una gran estocada: una oreja más, la tercera.

El 28 de junio de 2021, de modo inesperado, Enrique Ponce anunció que se retiraba de los ruedos «por tiempo indefinido». Evidentemente, no había podido soportar el peso psicológico que la había acarreado su separación matrimonial y su nueva pareja. Una carrera tan extraordinaria como la suya no merecía ese final. Era previsible y es perfectamente lógico que haya vuelto a los ruedos, para despedirse y para recibir el homenaje de los aficionados.

Hace esta tarde su paseíllo número 30 en Santander. Lo reciben con una gran pancarta: «Maestro de maestros». El primero es noble pero justo de fuerzas, le pegan poco. Brinda a Morante. El toro clava los pitones en la arena y se da una voltereta pero acaba sacando cierto geniecito. La faena es pulcra, sabia, larga, desigual. Mata con facilidad: oreja cariñosa.

Antes de que salga el cuarto, suena por los altavoces y el público corea «Santander la marinera», el himno que ya comenté, en honor a Ponce, que lo agradece. El toro parece lastimarse en una mano pero se sobrepone, con casta y bravura. Al son de La Misión, de Morricone, Ponce le va sacando suaves muletazos por los dos lados, con su conocida maestría; al final, dos poncinas. Ha tardado en cogerle el aire al toro y, por eso, ha prolongado demasiado la faena, como suele. En cambio, se muestra más seguro con la espada de lo que era habitual: logra una buena estocada y las dos orejas. En la vuelta al ruedo, se le ve visiblemente emocionado.

Morante de la Puebla es actualmente el mejor intérprete del arte taurino: el rabo que cortó en Sevilla obligó a reconocerlo así a los que se resistían. En los últimos años, además, siguiendo el ejemplo de su admirado Joselito el Gallo, ha asumido su responsabilidad de número uno. Como todos los diestros de su línea estética, ha alternado tardes gloriosas con broncas sonadas. Ya había parado, por no encontrarse a gusto en los ruedos, en 2004, 2007, 2009… Esa irregularidad se debe también, en buena medida, a la enfermedad que ahora le ha obligado a suspender sus actuaciones. La gran incógnita, esta tarde, es cómo se encontrará de ánimo.

Recibe al segundo con unas verónicas plenas de armonía. Luego, dibuja unas chicuelinas personalísimas, como si estuviera jugando al toro, tan lejanas de los violentos quiebros que tantas tardes vemos. Brinda a su apoderado y amigo Pedro Marques, que lo ha acompañado en su viacrucis. El comienzo de la faena es magistral: ayudados cargando la suerte, no dejando pasar al toro, y un precioso remate por bajo. Luego, enlaza muletazos por los dos lados con una facilidad y naturalidad únicas. La espada es desprendida pero de rápido efecto: una oreja. ¿Cómo no le dan la segunda? Todavía no me lo explico.

El quinto casi salta de salida, hace extraños, como si no viera bien, es incierto. José Antonio se dobla con él de maravilla, le enseña a embestir, logra naturales de sencillez extraordinaria, vaciando toda la embestida. No es solo estética; también, mando, lidia, torería. Aprovechando el viaje, deja media estocada en todo lo alto. Vuelven a darle una oreja y vuelvo a quedarme atónito. Ha merecido cortar las dos en sus dos toros. Pero es igual: lo que importa es la alegría de verle recuperado de ánimo y el deleite de haberle visto torear así. Si es capaz de mantener ese nivel, aporta a la temporada un enorme interés.

Enrique Ponce durante el cuarto día de la Feria de Santiago de SantanderEFE

Más allá de las novelerías y los sensacionalismos, no cabe duda de que, en la vida (y en su símbolo, el toreo), no apreciamos suficientemente aquello de lo que disfrutamos cada día. Esta tarde, nos hemos emocionado de modo especial porque sabemos que nos queda ya poco tiempo para ver a Enrique Ponce, en los ruedos. Y porque nos preguntamos cuánto tiempo será capaz José Antonio Morante de seguir ofreciéndonos el regalo de su arte.

Lo resume la canción que envió Antonio Machado a Guiomar, la renacida ilusión de su madurez: «Se canta lo que se pierde». Es verdad: se aprecia más lo que sentimos efímero, condenado a desaparecer. Mientras podamos, debemos disfrutar con esa belleza del gran toreo: la que ha nacido, esta tarde, sobre la oscura arena del coso de Santander.

Ficha

  • SANTANDER. Martes 23 de julio. Casi lleno. Toros de Domingo Hernández, justos de presentación, con casta y buen juego, en general. Destacan 3º y 4º.
  • ENRIQUE PONCE, de grana y oro, estocada (aviso, oreja). En el cuarto, buena estocada (aviso, dos orejas).
  • MORANTE DE LA PUEBLA, de gris y oro, estocada desprendida (oreja). En el quinto, media arriba (aviso, oreja).
  • FERNANDO ADRIÁN, de rioja y oro, buena estocada (dos orejas). En el sexto, pinchazo y gran estocada (oreja).