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Morante de la Puebla durante la lidia de uno de sus toros el martes en SantanderEFE

Cuando los demonios de Morante se convirtieron en ángeles

El diestro sevillano regresó de su breve apartamiento de los ruedos tras superar una crisis de su enfermedad mental con la expresión vital, expresada en el toreo, plenamente recuperada

Casi se podría decir que, volviendo Morante, vuelve la alegría a los ruedos. La ilusión, como la recuperada por el propio diestro después de dos meses apartado de la arena. No estaba bien Morante. Lo sabían todos, incluso los de la parte más alejada de los tendidos. No hacía falta verle la expresión del rostro perdido, casi deformado como un retrato de Francis Bacon. Se le veía en las maneras pesadas, donde siempre aparecía un destello de ligereza, lo que ahora explica que Morante no estaba del todo perdido.

Se fue por un tiempo breve para encontrarse y recuperarse y se encontró y se recuperó. Ya lo escribió el maestro Amorós en su crónica de la reaparición en Santander junto a Ponce y Fernando Adrián. Igual que se le veía mal, el martes se le vio otra vez bien, y cómo. Cargando la suerte, templado, torero en la mejor obra de la tarde y la menos premiada por el público, aunque lo suficiente para salir a hombros junto al resto de la terna.

Pero a estas alturas (las de Morante, no la frase hecha), poco importan los trofeos, sino la gloria reciclada y silenciosa del mayor torero del mundo. Nunca una enfermedad mental tuvo tanto reflejo en el hacer público y notable en una persona, razón de la cumbre de la personalidad y del arte del genio de la Puebla, que hasta muestra los padecimientos íntimos como si fuera un escáner psicológico.

La tauromaquia de Morante es intangible, sensible y también «mecánica» en este aspecto, reveladora de enfermedades, de humores. El momento de los toreros siempre ha sido un espejo de su situación personal, pero nunca como en el sevillano había habido un antes y un después tan seguidos en el tiempo y tan mensurables. Ya se le vieron los ojos en los tendidos de Cuatro Caminos un día antes: la imagen del hombre nuevo.

Y el martes se vio la expresión del torero nuevo. Del Morante liberado de sus demonios, un conjuro, una historia fantástica y taurina, una bendición la del artista salir del pozo de sí mismo para aparecer en su jardín de albero, en su vergel no de naturaleza sino de muletazos, capotazos, estética y verdad. La técnica y el mando como dos elevaciones de terreno, dos colinas frondosas de vegetación rozagante, frente a la vejez, a la decadencia, al ajamiento de la época anterior a esta nueva.

Llueve en Morante

Ha llovido en Morante y está precioso, como cuando llueve en el campo. Es primavera en el verano en Morante y el martes se pudo disfrutar de ella en Santander. Qué llueva, qué llueva y que siga lloviendo para que continúe la estación feliz donde torea el matador profundo de otra época que es esta.