El Debate de las Ideas
Por qué leer 'La Segunda Escolástica' de Rafael Ramis Barceló
Leer este libro es acercarnos a la historia del pensamiento y es caer en la cuenta de que las ideas tienen consecuencias, de que es necesario el cultivo de la razón para aproximarnos cada vez más al conocimiento de la realidad
Recientemente, el profesor mallorquín Rafael Ramis Barceló, estudioso de la historia de las universidades, ha publicado un libro titulado La segunda escolástica. Una propuesta de síntesis histórica. (Madrid: Dykinson, 2024). Dicho libro está accesible en internet, con lo que su lectura no solo es recomendable sino inexcusable. Bromas aparte, se trata de una obra que puede interesar a públicos diversos.
En ella, el autor aborda un amplio espacio de tiempo (desde comienzos de siglo XVI hasta finales del siglo XVIII) en el que estudia la evolución del pensamiento escolar católico durante esos casi trescientos años. Es un libro cuya lectura recomendamos vivamente, ya que nos ayuda a introducirnos en un importante asunto, que afecta directamente a la historia del pensamiento, y al mismo tiempo también a la historia política de Europa y a la Historia de la Iglesia. Y nos ayuda por su capacidad de síntesis, que nos presenta de forma ordenada y clara una serie de acontecimientos, ideas, personajes y libros.
Aunque no hay nada mejor que comenzar con la lectura del mismo, en el caso de que nuestro lector aún necesite ser convencido, digamos alguna cosa que sea también de ayuda para situarse a quien esté oyendo hablar de estos temas por primera vez.
Por una parte, cuando hablamos del pensamiento escolar católico nos referimos a aquel pensamiento nacido al calor de las escuelas (si bien el autor no apunta meramente a las escuelas como lugar físico, sino a las escuelas como vías de pensamiento), que por entonces se encontraban en universidades, colegios y conventos. En estas escuelas se enseñaban los saberes superiores (teología, derecho, medicina, filosofía...). Una parte muy importante de sus miembros (profesores y alumnos) eran clérigos. Había clérigos seculares y clérigos regulares. Los seculares estaban vinculados a las diócesis; los regulares a las órdenes y congregaciones religiosas. Estas últimas fueron diversas, si bien destacaron los dominicos y franciscanos, también los carmelitas, más tarde los jesuitas... Hay que recordar que, de los clérigos, no todos lo eran al mismo nivel: muchos recibían simplemente las órdenes menores (y quedaban marcados con la tonsura, lo que les permitía acogerse a la protección y beneficios eclesiásticos).
Además, hay que decir que los colegios eran aquellas instituciones que hoy vinculamos a los actuales Colegios Mayores: instituciones en las que se vivía y se estudiaba en comunidad, normalmente gracias a la generosidad testamentaria de un fundador. Los tres contextos estaban vinculados, y en no pocas ocasiones identificados (total o parcialmente).
Pues bien, en las escuelas que se desarrollaron en el interior de facultades, colegios y conventos, se dieron, durante el marco temporal que nos ocupa, una serie de corrientes, de origen anterior (albertismo, tomismo, escotismo, nominalismo) o surgidas entonces (molinismo, suarismo...), que presentaron diversas doctrinas de carácter filosófico y teológico, las cuales fueron debatidas, y compartidas o rebatidas, por distintos personajes y grupos del mundo escolástico. Estudiar todo este panorama nos habla de las luces y sombras del periodo, de los síntomas de fecundidad (y de los de esterilidad) que se dieron entonces.
Una segunda cuestión, después de haber señalado qué es el «pensamiento escolar católico», apunta a por qué hablamos de una «segunda escolástica». Pues bien, por la voluntad de continuidad con la primera. En efecto, los pensadores escolásticos católicos de entonces «buscaban afianzarse en las doctrinas de los autores medievales. Hay, por lo tanto, una permanencia en las escuelas y en las directrices de pensamiento, que se retrotraen a la Edad Media»(37). Además, la segunda queda no solo precedida de la primera, sino también seguida de «la tercera», a la que el autor del libro dedica unas páginas al final.
En tercer lugar, acabamos de aludir a la fecundidad del pensamiento de estos siglos (que, en no pocas ocasiones se empaqueta en un lugar al que denominamos de forma general «la escolástica», y al que acompaña la consideración, por parte del hombre actual, de periodo estéril e insulso donde sus integrantes se dedicaban a discutir acerca del sexo de los ángeles). Pues bien, la realidad es muy diferente. Porque no solo fue un periodo fecundo, sino que además (y quizá debido a esto) fue un periodo de constante mirada a la realidad de su tiempo. Así lo afirma el autor cuando dice: «Sin embargo, sí que creo que la «segunda escolástica» es un movimiento cultural en el que, por el contacto con otras corrientes, los autores discutieron mucho más con los de su época que con los medievales, tomando como pretexto a Tomás y a Escoto. Disputaron con humanistas, filósofos seculares y teólogos reformados, y fueron capaces de vencerles (e incluso, convencerles) en muchas cuestiones, porque pudieron asimilar muchas de sus reivindicaciones. Sin embargo, por el camino se dejaron tal vez los elementos más constitutivos de las doctrinas del Angélico y del Sutil» (22).
Al hilo del párrafo anterior hay que señalar dos cosas. Por un lado, que, como verá quien lea el libro, el autor del mismo traza una estructura tripartita (que toma de estudiosos previos como son Grabmann y Giacon), a lo largo de la cual vemos momentos de esplendor y un momento de declive final: es aquí donde vemos el alcance de su fecundidad y los límites a los que se enfrentó y se enfrenta su legado. Y, por otro lado, vinculado a esto, lo que sugiere Ramis cuando dice que «por el camino se dejaron tal vez los elementos más constitutivos de las doctrinas del Angélico [Santo Tomás de Aquino] y del Sutil [el beato Juan Duns Scoto]». Así pues, reflexionar sobre esta idea puede ser un estímulo (estímulo que sintieron en no pocas ocasiones muchos personajes que aparecen en el libro y otros que vinieron después) para ir a las raíces y buscar también allí aquellos elementos olvidados con el tiempo y que, sin duda, están esperando ser rescatados para iluminar el panorama del pensamiento actual.
Y es aquí donde llegamos a la doble importancia del libro: el libro tiene una función sintética, al ofrecer un panorama que deberá ser enriquecido con futuras investigaciones, pero que ya a muchos servirá para situarse ante un periodo del cual lo desconocen todo o casi todo; el libro, al mismo tiempo, debe ser ocasión para profundizar en cuestiones que salen a lo largo del mismo, ocasión para aproximarse con seriedad al pensamiento de grandes personajes que en él figuran (siendo Santo Tomás el más importante con diferencia) y ocasión para reflexionar acerca de la importancia que gran parte de las doctrinas mencionadas o apuntadas tuvieron entonces y tienen hoy.
Leer este libro es acercarnos a la historia del pensamiento y es caer en la cuenta de que las ideas tienen consecuencias, de que es necesario el cultivo de la razón para aproximarnos cada vez más al conocimiento de la realidad, para que, de este modo, la verdad conocida pueda ser difundida, y pueda iluminar la propia vida y la vida familiar y social.
Ojalá el libro de La Segunda Escolástica sea al mismo tiempo oportunidad de conocer una cuestión importante, aliento para nuevos estudios y motivo para reflexionar acerca de la importancia del pensamiento católico que, lejos de ser algo del pasado, constituye un legado siempre expectante de ser cultivado, elevado y difundido.