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Mario de las Heras

La ceremonia vistosa e inclusiva de los Paralímpicos deja en evidencia a la de los Olímpicos

Thomas Jolly, el dramaturgo responsable de las ceremonias de los Juegos Olímpicos fue quien eligió personalmente al coreógrafo sueco Alexander Ekman

Madrid Actualizada 00:02

El obelisco en la Plaza de la Concordia, gran protagonista de la ceremoniaEFE

Se tenía cierta curiosidad por ver si la ceremonia de apertura de los Juegos Paralímpicos iba a ir por los derroteros de su homónima de los Juegos Olímpicos, pero antes de que empezara el espectáculo ya se imaginaba que sí cuando se conoció que Thomas Jolly, el responsable de la segunda, fue quien le había encargado la realización de la primera al coreógrafo sueco Alexander Ekman, famoso por, por ejemplo, inundar un escenario con 6.000 litros de agua para revisionar El lago de los cisnes.

No solamente se lo había encargado, sino que además le había pedido expresamente que fuera un espectáculo «festivo y político». «Un honor» para Ekman. El obelisco de la Plaza de la Concordia parisina se elevaba agobiado en medio de un escenario donde se dio un baile inclusivo-eurovisivo (la dudosa tendencia de todo aquello que se considera artístico en la nueva modernidad) con bailarines con discapacidad y sin ella. A lo lejos el Arco de Triunfo hacía de bello fondo en el atardecer al que fueron llegando las delegaciones mientras un DJ amenizaba el desfile.

Un momento de la ceremonia de inauguraciónEFE

«Por la inclusión y un nuevo futuro» era la motivación confesada de Ekman, quien también había dicho previamente que «El arte puede utilizarse como vector de nuestros mensajes», una frase que remite sin duda al neolenguaje característico de los neodramaturgos mayormente «woke». Tony Estanguet, el presidente del comité organizador, al igual que lo fue de los Juegos Olímpicos, estaba encantado con el montaje y su dirección, igual que lo estuvo con el montaje y la dirección del montaje de Jolly, definiendo la función como «un perfecto equilibrio entre modernidad, emoción, humor y gran espectáculo».

El obelisco

El DJ arrastraba la bandera de Francia por el suelo como una larguísima bata de cola. Eso sí que era una poderosa metáfora junto al obelisco de Luxor, regalo de Egipto al país galo que nadie ha considerado, ni siquiera sugerido (con singular criterio acertado), un signo de colonialismo que debe ser restituido. El sopor del desfile solo lo combatía el interés por ver lo que iba a deparar la continuación del espectáculo.

Terminó el desfile y sonó Aznavour, ¡un clásico! Iban apareciendo símbolos, la Torre Eiffel, el obelisco protagonista. Hubo testimonios de superación y de orgullo de ella ante la discapacidad justo antes de que empezara la nueva coreografía que exhibió la discapacidad del cantante (le faltaba un brazo) como punto culminante de una canción reivindicativa de su diferencia.

Ceremonia de apertura de los Juegos ParalímpicosEFE

La bandera tricolor se alzó al son de una melódica Marsellesa, poco guerrera (aunque allí estaban los soldados), con una flauta travesera como guía. Parecía una banda sonora y no un himno. Una película que era la «revolución paralímpica». Un elogio de la revolución el que hizo a continuación Estanguet («no os preocupéis que no habrá guillotina ni toma de la Bastilla», dijo). Una «revolución suave» tras la que en septiembre nos vamos a levantar diferentes, La misma «revolución de inclusión» a la que se refirió el presidente del comité paralímpico.

Una 'performance'

Macron declaró abiertos los Juegos y volvieron los testimonios impactantes y los ejemplos de grandeza humana en los dos paneles circulares que flanqueaban al obelisco protagonista. Luego apareció un grupo nutrido de bailarines caracterizados como boxeadores. Una joven con discapacidad en un brazo iba a hombros de uno de ellos bajo una música extraña. Era un performance, el género del XXI.

Bailaban y hacían deporte en una coreografía multitudinaria con efectos de luz sobre el obelisco, la auténtica estrella a pesar del bailarín surafricano al que le faltaba una pierna (bailaba con fuerza y gusto con muletas, mientras los demás las utilizaban como instrumentos artísticos).

El 'Bolero' de Ravel

No es que la belleza inundara todos los rincones del espectáculo (sí la tocó al escucharse el Bolero de Ravel y en el sobrio y elegante recorrido del fuego por las Tullerías hasta el pebetero, culminado con una explosión popera y el Je t'aime... moi non plus de Serge Gainsbourg y Jane Birkin), pero tampoco la fealdad ni por supuesto la ideología (no pareció hacerle mucho caso al final Ekman a Jolly) ni los extemporáneos ataques a los cristianos y a la Historia de la ceremonia de los Juegos primeros.