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17 de septiembre de 2024

Captura de la intervención de Thomas Jolly en la televisión francesa

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Thomas Jolly, director de la ceremonia de los Juegos, saca pecho de la ideología de su espectáculo

Muy lejos de pedir disculpas, el dramaturgo celebra las «ideas» reflejadas, la primera de ellas «inclusión», mientras hasta la izquierda radical, en la figura de Mélenchon, critica la burla «incluso cuando somos anticlericales»

Thomas Jolly ha admitido que el objetivo de su espectáculo no tenía nada que ver con el deporte y sus valores, sino con «ideas republicanas, inclusión, amabilidad, generosidad y solidaridad». Ideología y política para estrenar los Juegos Olímpicos de París. No se salva nada de la doctrina, ni siquiera el mayor evento deportivo del mundo, símbolo de valores muy distintos a los que tuvieron protagonismo por obra de Jolly y las autoridades y responsables franceses.

Tony Estanguet, presidente del comité organizador de los Juegos, dijo sentirse «orgulloso de haber revolucionado los códigos de la ceremonia de inauguración», es decir, orgullosos de la decapitación de María Antonieta, otra burla, mientras cantan los verdugos, y orgullosos de haber ofendido a los cristianos. Jolly ha apuntado que «En Francia, la gente es libre de amar como quiera, es libre de amar a quien quiera, es libre de creer o no creer».

Una nueva muestra de la hipocresía de quien solo ve la libertad de expresión de un lado, sin admitir que nunca se atrevería a hacer nada para ofender a los musulmanes, a los judíos (él mismo lo es) o a los budistas, pero sí a los cristianos como ha sucedido. Jolly se justifica en que todo es teatro, al mismo tiempo que asume el carácter político de su «obra». La contradicción que confunde, como toda la ceremonia. La supuesta grandilocuencia del director fue un batiburrillo de cuatro horas breado de flechas «woke» que pretenden clavarse y pasar desapercibidas.

Pero no lo han hecho. Y Jolly no lo niega, aunque tampoco lo admite. Echa balones fuera y se remite a que todo es teatro, negando con cinismo la «glorificación de la muerte» en la escena de María Antonieta decapitada. Mientras en su expresión y en sus palabras muestra el orgullo por «el deber cumplido». «Nunca encontrará por mi parte ningún deseo de burlarme, de denigrar nada. Quise hacer una ceremonia que reparara, que reconciliara. También que reafirmara los valores de nuestra República», dijo en el canal BFMTV.

Quien no opina así, al otro de los cristianos, es el mismísimo Mélenchon, líder de la extrema izquierda francesa: «No me gustó la burla de la Última Cena cristiana, la última comida de Cristo y sus discípulos, fundador del culto dominical. Por supuesto, no entro en la crítica de la 'blasfemia'. Esto no concierne a todos. Pero pregunto: ¿por qué arriesgarse a herir a los creyentes? ¡Incluso cuando seamos anticlericales! Esa noche estábamos hablando con el mundo. Entre los mil millones de cristianos que hay en el mundo, ¿cuántas personas valientes y honestas a quienes la fe les ayuda a vivir y saben participar en la vida de todos, sin molestar a nadie?».

Una Última cena que, a pesar de las evidencias, Jolly dijo que «no fue mi inspiración. La idea era más bien hacer un gran festival pagano conectado con los dioses del Olimpo... Olimpia... Olimpismo», aseguró. El «festival pagano», en su propias palabras, en que convirtió la obra de Da Vinci.

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