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Oliver Reed en Gladiator

Oliver Reed en Gladiator

Historias de película

La trágica muerte de Oliver Reed durante el rodaje de Gladiator

Le había prometido a Ridley Scott mantenerse sobrio durante el rodaje de la película en Malta

Fue un actor carismático de carrera irregular y final funesto del que la prensa diría: «Tachar a Oliver Reed de impredecible es como llamar pintoresco a Iván el Terrible». Sin embargo, al margen del anecdotario más o menos escandaloso o más o menos simpático que acompañó siempre a su nombre, Reed fue un gran actor. Y lo demostró decenas de veces, dejando un testamento vital en su última película: Gladiator.

Compañero de farra y melopeas de algunos de los mejores actores británicos de todos los tiempos como Richard Burton, Richard Harris, Albert Finney o Peter O’Toole, los excesos de Oliver Reed, le pasaron factura (a él y a todos), pues su carrera estuvo marcada por papeles indignos de su talento en los que se vislumbraron siempre destellos de genialidad. Su historia, como la de tantos otros, desde Errol Flynn a Spencer Tracy, es la de un actor pegado a una botella. Y con la botella en la mano, murió.

Oliver Reed

Oliver Reed

Reed se crio como actor en las películas de la Hammer a principios de la década de los 60, aunque su popularidad llegó a raíz de su papel en Oliver de Carol Reed en 1968. En los 70 logró definitivamente el éxito con películas como Los cuatro mosqueteros, Diez negritos, Botas duras medias de seda, El príncipe y el mendigo o Detective privado, pero en la década de los 80, precedido por su terrible reputación, su carrera empezó a decaer. Enamorado de su Inglaterra natal, se atrevió, además, a decir que no a las mieles de Hollywood rechazando sendos papeles en El Golpe o Tiburón e incluso se le escapó de los dedos el mismísimo James Bond.

Víctima de su propia leyenda asociada siempre al exceso y a pillarse cogorzas de las de beber hasta reventar, Reed se había inventado el cóctel llamado 'gunk', consistente en mezclar todas las bebidas del bar. Su fama le precedía allá donde iba y en los 90 protagonizaba más la sección de cotilleos de los periódicos, que las de cine o teatro. Y es que los papeles que fue haciendo durante la década eran cada vez más secundarios, televisivos y menores. Por eso, emocionado ante la idea de participar en la superproducción épica de Ridley Scott, Reed le prometió al director mantenerse sobrio durante toda la filmación.

Fue un día de descanso del rodaje en Malta. Reed salió a tomar algo y recaló en un pub irlandés donde se tomó unas cuantas pintas. Minucias. Pero cuando se iba de regreso al hotel, algunos parroquianos que le habían reconocido le animaron a beberse la última y le «retaron» a beber. Durante aquella noche fatídica, pidió tres botellas de ron jamaicano que alternaba con chupitos dobles de whisky y más pintas de cerveza alemana. Retó a pulsos a varios marinos ingleses de la Royal Navy y convidó a muchos a sus rondas. Después de varias horas de farra, empezó a sentirse mal y fue al baño. Al encontrárselo en el suelo y sin sentido llamaron a una ambulancia, pero ya era tarde. Murió de una parada cardíaca el 2 de mayo de 1999 en el bar The Pub de La Valeta, capital de Malta. Tenía 61 años.

Tras su fallecimiento, el cuerpo de Reed fue deportado a Irlanda y enterrado en el condado de Cork. Ridley Scott, que le dedicó la película, tuvo que concluir las escenas del actor en Gladiator mediante una sofisticada e innovadora técnica de CGI y sus frases dobladas por un imitador. Su final fue sonadísimo en todo el mundo: El actor inglés con fama de juerguista sucumbió a sus propios excesos. El bar donde murió cambió su nombre por Ollie’s Last Pub (El último pub de Ollie) y aún tiene colgada en su pared la cuenta que el actor no llegó a pagar.

Su papel en Gladiator fue una despedida del cine por la puerta grande, acorde con el tamaño de su carisma y personalidad porque hizo suyas las palabras de su personaje, Próximo, y que pueden extrapolarse a su carrera como actor: «Yo no era el mejor porque fuera ágil matando, era el mejor porque la gente me amaba». Y es que Oliver Reed, que escondía un terrible drama de adicciones bajo su imagen de borrachín pintoresco, tuvo la suerte de ser un hombre muy querido. Y completamente libre.

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