La hipocresía occidental que ridiculiza con 'drag queens' la religión cristiana y no la musulmana
El espectáculo diseñado por el dramaturgo Thomas Jolly para la ceremonia de apertura de los Juegos incluyó una representación con drag queens de La última cena de Leonardo da Vinci
En algunos lugares del mundo, como recientemente en Tennessee, Estados Unidos, están prohibiendo los espectáculos de drag queens para proteger a los niños. Sin embargo, en la Francia de 2024, el antaño corazón del arte o de la literatura de Europa, en la mismísima ceremonia de los Juegos Olímpicos, sus responsables han decidido incluir un espectáculo de drag queens.
Lo que tendrá que ver la gran cita del deporte mundial con una performance de hombres travestidos lo debe saber a lo mejor Macron, el presidente de la República francesa, Thomas Bach, el presidente del Comité Olímpico Internacional, Ana María Hidalgo, la alcaldesa de París, Tony Estanguet, presidente del Comité Organizador de los Juegos, o Thomas Jolly, el director artístico de la ceremonia.
O a lo mejor no lo sabe ninguno y simplemente se trataba de meter todo eso en este foco universal como fuera. Una cuestión recurrente en esta falsa vanguardia que asola el arte occidental es que siempre apunta en la misma dirección, cuidándose mucho de no molestar a ciertos colectivos, en perjuicio de otros, curiosamente los propios y no los ajenos en aras de la trampa de la «diversidad».
Resulta trágico que una religión incompatible con la esencia de Occidente goce en el mismo Occidente de todos los miramientos y facilidades de los que no goza el cristianismo, la religión que es la esencia de este Occidente extraño y también cobarde. Drag queens en la ceremonia de los Juegos Olímpicos y además para representar La última cena de Leonardo da Vinci supone en realidad y de momento el culmen de la aberración en la que avanza sin descanso el viejo continente.
Grotesca e innecesaria representación
Casi no se puede imaginar un dislate, una traición, un ridículo y una irrespetuosidad mayor y suicida. Una de las grandes pinturas del Renacimiento, obra de uno de los mayores nombres del gran período artístico europeo, ridiculizados ambos por una grotesca representación, idea del «genio» de la dramaturgia moderna francesa, Thomas Jolly, al que el Islam no le inspira drag queens, sino solo el cristianismo.
Y no es solo la violación artística de una pintura que ni en sueños imaginaría Jolly crear, sino la violación social y espiritual de millones de cristianos en todo el mundo. No verán esto los millones de musulmanes en todo el mundo, no al menos proveniente del caletre de un «creador» europeo como Jolly. El dramaturgo y su fea e insultante performance de La última cena de Leonardo Da Vinci no es el único responsable de la ofensa, sino también quienes le han permitido llevarla a cabo.
Comienza a ser esta una historia vieja, que no por vieja carece de actualidad, pero la cobardía y la deformidad occidental reflejada en la ceremonia francesa de los Juegos Olímpicos urge a una reparación inmediata de los valores tras el penúltimo y sonoro bochorno de una civilización cuyos máximos poderes se esfuerzan en acabar felizmente con ella.