Entrevista al filósofo José María Barrio Maestre
«El fenómeno anglosajón de la cancelación se está contagiando por todo occidente»
El profesor subraya que la deriva woke «es delirante: la Universidad nace para abrir hueco a la discusión racional, no para cancelarla»
Doctor en Filosofía, profesor titular de Antropología Pedagógica de la Universidad Complutense de Madrid y uno de los maestros en España con el criterio mejor formado para identificar una dirección moral que guíe las decisiones.
José María Barrio Maestre acaba de publicar el ensayo De qué va la ética (Rialp) que, con el subtítulo de Lo específico de la moral, trata de buscar un encaje para lo moral y lo natural.
—Cita a Ortega cuando dice que la vida no nos llega hecha, sino que hay mucho trabajo por delante. Parece algo obvio, pero usted mismo lo plantea, es inevitable preguntarnos: ¿Por qué todo tiene que ser tan difícil, o por qué nos parece que es tan difícil?
—Por una parte, es claro que a los patos o a las focas comportarse como lo que son les sale, digamos, espontáneamente, mientras que al ser humano no. La humanidad, al hombre, hay que hacérsela salir, valga decirlo así, no sale sola. En buena medida la educación es eso: educir la humanidad de cada ser humano.
Kant decía que la educación es la «humanización del hombre
En este sentido, Kant decía que la educación es la «humanización del hombre» (Menschenwerdung des Menschen). Desde esa perspectiva se entiende la alusión a Ortega.
Por otro lado, la ética –tanto la vida moral como la discusión sobre ella– pone de manifiesto que es esa una tarea difícil, en la que hay que pensar, «meter la cabeza», pues son asuntos en los que nos jugamos mucho, que nos salpican, al menos más que lo concernido en las discusiones sobre astronomía, que sin duda también nos afectan –sobre todo a los astrónomos–, pero no tanto como estas otras.
Para qué vivir y, en función de eso, cómo vivir; de qué alforjas hemos de proveernos para encarar la vida de forma que, hacia el final de ella, podamos decir que, aunque nos arrepintamos de muchas cosas, no nos arrepentimos de haber vivido (el balance global no ha sido un fracaso)… En definitiva, en qué estriba una vida buena, que merezca la pena ser vivida, es la gran cuestión ética.
También me ocupo en el librito del conocimiento moral y del criterio, es decir, de qué herramientas racionales podemos disponer para saber que una acción, una conducta, una actitud, es buena o mala, correcta o incorrecta, justa o injusta, debida o indebida, en último término, humana o inhumana, o sea, realiza nuestra humanidad o la colapsa.
La ética no es solo algo de pensar bien; ante todo tiene relación con vivir bien
Son cuestiones difíciles que han nutrido desde siempre la discusión ética, que en ella a veces cobran perfiles abstrusos, incluso algo extravagantes en algunos filósofos, pero no por eso dejan de ser asuntos esencialmente humanos y que a todos los humanos nos afectan de manera radical.
Cabe no plantearlos, pero es la posibilidad que todo humano, pese a ser racional, tiene de vivir irracionalmente, a saber, como lo que no es.
Cabe aplazarlos hasta que se le acerque a uno la hora de morir, o hasta disponer de más tiempo, pero es esta una forma de autoengaño y de perder el tiempo, al menos no aprovecharlo humanamente.
Sócrates decía que no es humana una vida no examinada, no pensada, vivida sin más, tal como viene dada. La ética no es solo algo de pensar bien; ante todo tiene relación con vivir bien. Desde luego es imposible afrontarla, teórica y vitalmente, sin meter en serio la cabeza, digamos, tan solo dejándose llevar por la inercia, la mera costumbre o la moda ambiental.
—En el libro se plantea la distinción entre la esfera de lo moral (genus moris) y la de lo natural (genus naturae)…
—He intentado clarificar la distinción y al mismo tiempo el enlace o conexión entre ambos tipos de realidad. Es este, sin duda, uno de los asuntos más complejos de la teoría ética: ¿qué tipo de realidad posee lo moral?
Está claro que no podemos advertirla mirando al mundo de los hechos, de lo dado, de lo estadísticamente «normal», o de lo natural en sentido no filosófico sino, digamos, mostrenco: lo que está ahí.
Todos tenemos un acceso intuitivo e inmediato a esa esfera de lo moral, y esto se refleja en la forma que tenemos de reaccionar a la presencia o ausencia de lo éticamente valioso.
Pero cuando tratamos de elevar esa intuición a concepto –digamos, de reparar de una manera más detenida y reflexiva sobre la índole de dicha esfera– vemos que es de todo menos simple.
He tratado de exponer esta discusión, filosófica y sesuda, de manera que puedan comprender sus fibras fundamentales personas que no tienen una especial formación filosófica, pero a quienes afectan en lo más hondo, precisamente a título de seres humanos, los términos y ante todo los resultados de ella.
—¿Podría concretar algo más la relación entre lo natural y lo moral?
—La veo sobre todo centrada en la noción de hábito tal como la desarrolla Aristóteles. Hábito es, precisamente, segunda naturaleza, es decir, no lo que somos porque «nacimos» siéndolo —lo que éramos al principio, cuando comenzamos a ser— sino lo que hemos acabado siendo como resultado de que nos lo hemos hecho ser a base de actuar —ante todo, de pensar y decidir— con una pauta estable.
El orden moral atañe a estas tenencias (eso significa la palabra «hábito» en latín, que es sustantivación del verbo habere, tener) que hemos hecho tan nuestras —las hemos «natualizado» tanto— que casi llegan a confundirse con la esencia, con lo que somos.
Pues bien, esa segunda naturaleza puede «secundar» nuestra primera naturaleza —nuestra humanidad—, o, por el contrario, desmentirla, degenerarla. En el primer caso, tenemos los hábitos buenos (virtudes), y en el segundo los malos (vicios).
Los hábitos, en definitiva, son prolongación ergonómica, valga decirlo así, de nuestra primera naturaleza, digamos, no lo que el hombre nace siendo sino lo que se hace ser.
El «drama» ético de la vida es que en nuestra mano está que aquello en nuestra biografía que depende de nuestra libertad —de eso trata concretamente la ética, del obrar humano libre— puede ser ganancia o pérdida, puede que incremente nuestra humanidad —nos haga ser más como humanos— o, por el contrario, que la deje muy vacía. Vuelvo a la intuición de Ortega.
—Usted es profesor universitario. ¿Qué opina de la deriva woke de algunas de las más prestigiosas universidades del mundo, principalmente en Estados Unidos y Reino Unido? ¿Está la Universidad en crisis?
—Es delirante esa deriva. La Universidad nació precisamente para abrirle hueco a la discusión racional, no para aparcarla o cancelarla. Y el principal servicio que ha podido aportar a la historia de occidente —y, por concomitancia, a todo el mundo— ha sido familiarizarnos la idea de que la razón pinta algo, mucho, en el progreso de la civilización. Casi todo progreso consiste en detectar y corregir desaciertos anteriores, que justamente se ponen de relieve en las discusiones serias.
Este fenómeno de la «cancelación», originario del mundo anglosajón, ya está contagiándose por toda el área occidental y está suponiendo efectivamente una crisis de identidad de la institución universitaria de enorme magnitud. Me he ocupado de este problema en un artículo reciente.
—¿Qué papel histórico ha jugado España en la configuración de la Universidad?
—No sé contestar a eso. En todo caso, creo que la Universidad es un invento europeo, por cierto, no de gente atea o agnóstica. Algunos de mis colegas de la Universidad Complutense se molestan mucho cuando les recuerdo esto.
Quienes dieron a luz esta institución eran cristianos que deseaban entender a fondo lo que profesaban en el credo y lo que leían en la Biblia. Y ha sido el tremendo potencial autocrítico de la teología cristiana —digamos, su capacidad de volver reflexivamente sobre sus propias bases, para comprenderlas más a fondo— el principal catalizador del pensamiento europeo, naturalmente, además de la enorme herencia de la Atenas del período clásico.
No se puede ignorar, desde luego, lo que ocurrió después, en el siglo de «las luces», y tras la revolución francesa. Pero para decir que ahí nació el progreso, la ciencia y la racionalidad europea, como pretenden hacernos ver algunos iluminados hoy, hace falta ponerse gafas de madera.
Si ha habido algún siglo en la historia europea que haya merecido destacarse por su «lucidez» ha sido el XIII, que es cuando comenzaron las primeras universidades, a partir de su embrión en las escuelas catedralicias ya a finales del XII.
Entre el XIII y el XVIII se sitúan los siglos del barroco español (XVI-XVII). Desde luego lo que ocurrió en España en esa época, principalmente en la llamada Escuela de Salamanca, es de una grandeza intelectual y cultural, humana y humanizadora, que es muy difícil de ponderar. Yo no tengo autoridad para hacerlo como es debido, pero sí lo ha hecho mi colega y amigo el Dr. León Gómez Rivas.