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Los defensores del Antropoceno proponen el lanzamiento de la bomba atómica como el punto de partida

Bomba atómica

El Debate de las Ideas

Augurios de la catástrofe: a un minuto del apocalipsis y a nadie le importa

Jean -Baptiste Fressoz en su L’Apocalypse joyeuse utiliza el término «desinhibición» de origen religioso para referirse al desinterés o la falta de toma de conciencia de la situación extrema en la que nos encontramos. «La palabra desinhibición condensa los dos tiempos del paso al acto: el de la reflexividad y el de pasar a otra cosa; el de tomar en cuenta el peligro y el de su normalización».

Este aviso, que nos recuerda que desentenderse de los acontecimientos, o usar la estrategia del avestruz, solo puede conducir al desastre, ya había sido puesto en el candelero en el tiempo inmediatamente anterior al estallido de la Primera Guerra Mundial. Christopher Clark en su obra Los sonámbulos, hablaba de agosto del 1914 como ese momento en el que todo el mundo estaba seguro de que algo iba a suceder pero que no se acababa de creer que fuera posible.

Oigo por todos lados augurios de catástrofe. Que si la invasión del Kursk es una estrategia que Putin interpreta como procedente de la OTAN, que si Zelenski pide permiso para utilizar un armamento -que pretende hacer pasar por suyo pero que es donación de EEUU-, en cuyo caso su utilización justificaría el cambio que pretende Rusia en lo que se llama «doctrina nuclear», que si las elecciones americanas supondrán un cambio con consecuencias imprevisibles, etc. La posibilidad de una catástrofe, que parecía lejana para aquellos que confían en la capacidad disuasoria del armamento nuclear, se está barajando como posibilidad. Los analistas están ya utilizando el lenguaje clausewitziano: el riesgo de que el conflicto «escale a los extremos. La idea que lleva consigo es que todo conflicto humano puede llevar a la aniquilación mutua. A lo largo de la historia nunca ha tenido lugar el exterminio total. La gran mayoría de los conflictos armados no conducen a los extremos totalizantes, pero hay muestras innumerables de genocidios locales y regionales que atestiguan lo que predice la teoría mimética, a saber, que la aceleración del proceso y su frenado, o postergación, o su repetición en momentos posteriores cuelga de la mutua observación de los vecinos contendientes. La otra idea fuerte, que se encuentra en Clausewitz, es la “primacía de la defensa» sobre el ataque. Subraya paradójicamente que «el conquistador quiere la paz; el defensor la guerra». Hecho probado con las últimas decisiones de Zelenski. Parece contradictoria pero no lo es. Aboca a la paradoja, pero es fácil de explicar: el que se defiende es una víctima del ataque del rival, por lo tanto, está legitimado para usar la violencia. La defensa es lo que da legitimidad a las fuerzas armadas. Los movimientos pacifistas están desconcertados. ¿No es evidente para todo el mundo el riesgo de una catástrofe irreversible a la que habría de ponerse remedio antes de que sea demasiado tarde?

El pacifismo no tiene nada que decir. Es tan peligroso como el belicismo. De hecho los expertos advierten que fue la mentalidad pacifista francesa y la prepotencia de sentirse vencedores de la I Guerra Mundial lo que retardó la reacción contra Hitler que le envalentonó para seguir adelante.

Por más que nuestro discurso trate de tranquilizar o mostrar cierta confianza en la sensatez humana, la historia ha dejado demostrado que es infundada. Los lobos se disfrazan de corderos, y ya todos son lobos. Desde un punto de vista mimético, la violencia, siempre es del otro. Todo lo que hacemos es responder a un ataque, real o sospechado. Fue porque estaba «respondiendo» a las humillaciones del Tratado de Versalles y la ocupación de Renania por lo que Hitler pudo movilizar a todo un pueblo encontrando eco en los huérfanos y las viudas que mascullaban la revancha. Fue porque «respondía» a los Estados Unidos por lo que Bin Laden organizó el 11 de septiembre y sus secuelas una escalada en bucle por las mismas razones, aunque fueran en escenarios tan lejanos como Oriente Medio (ya no hay distancias en este planeta). En el caso de la guerra de Ucrania, la justificación de Putin es que solo estaba contrarrestando una amenaza proveniente de Ucrania, en realidad de la OTAN, del enemigo histórico de siempre, Occidente. El problema es que ahora no estamos en un escenario de armas convencionales, ni en un mundo bipolar. El binomio clásico de que defensa y seguridad iban unidas ya está obsoleto. Hay que diferenciar entre defensa y contraataque. La disuasión, realmente, es una amenaza de contraataque e implica renunciar a la defensa, o al menos es el mensaje que se quiere lanzar al contrincante. Es una toma de posición que acepta la desventaja que resulta peligrosa a priori, pero, como veremos, tal vez sea la única posible. El arma nuclear debería ser por concepto un arma de no-empleo, no es un arma de conquista. La violencia ya no tiene objetivo, solo se tiene a sí misma. Si esto fuera asumido tal cual por todas las partes implicadas estaríamos ante una buena noticia, nos dice un gran analista, Jean Pierre Dupuy. La guerra nuclear no tendrá lugar porque es imposible. Y eso es lo que ha sucedido después de Hiroshima y Nagasaki. Como dice el premio Nobel Thomas Schelling en su discurso en la Recepción del premio Nobel en Estocolmo en el 2005.: «hoy el acontecimiento más espectacular de este último medio siglo es un evento que no ha tenido lugar. Nos hemos beneficiado durante 60 años que se han desarrollado sin que las bombas atómicas exploten por la influencia de la rabia».

Estoy con Dupuy (How to think about Catastrophe. Toward a Theory of Enlightened Doomsaying, Michigan 2023), en que es irresponsable el discurso de los pacifistas u optimistas que piensan que no va a tener lugar. Ciertamente es poco probable pero posible. Frente a estos, tenemos que escuchar a los expertos que muestran a las claras su inquietud: Willian Perry, antiguo secretario de defensa de la era Clinton, y David Holloway, famoso analista de la capacidad armamentista soviética y ahora rusa, están persuadidos de que es más que posible. Como decía Robert McNamara: «es la suerte, la pura suerte, lo que ha hecho que no hayamos tenido una guerra nuclear. Decenas de veces durante la Guerra Fría y después, hemos estado a un pelo del desencadenamiento del horror» (Testimonio en la película de Errol Morris The fog of war. Eleven lessons from the Life of Robert McNamara (2003) Sony Classics).

El problema no es tanto los actores en el teatro guerrero y su supuesta capacidad de decisión racional si no en el poder mismo de las armas nucleares. Cuando la flecha está en el arco está ansiosa por partir. El instrumento nuclear no es neutro, no hace bien o mal según las intenciones de aquellos que lo manejan. Si una guerra nuclear debe desencadenarse en Europa, aquello que los actores en el presente no quieren, el responsable en última instancia no sería ni Putin, ni Zelenski, ni Biden, ni la OTAN, sino más bien el arma atómica misma y su poder desmesurado. Es esto lo que sienten confusamente los protagonistas del drama que está a punto de representarse, como testimonia la prudencia extrema con la cual ellos mueven sus peones, no sin contradicciones y una buena dosis de hipocresía. Los falsos rostros y esta mentira colectiva en sí misma son sin duda necesarios para evitar la catástrofe. No, la OTAN no hace la guerra a Rusia, no es un «cobeligerante», simplemente nutre a Ucrania de armamento sin el cual Rusia la habría arrasado desde hace tiempo. ¿Puede este juego de dobles que se mienten unos a otros durar indefinidamente? Un gesto mal hecho por parte de uno o de otro, puede ser suficiente para hacer bascular la ficción en el horror de la realidad. Lo único que está claro es que de lo que realmente se trata es de una guerra entre la EEUU y Rusia con la excusa de Ucrania. Una relación ancestral de rivales miméticos, que han cambiado de nombre y que traen al presente las tensiones de ayer que no fueron resueltas. Y que no lo serán tampoco en el nuevo marco multipolar. Intentar imponerse sobre el otro en la hegemonía mundial por la fuerza está demostrado que está abocado a la mutua destrucción asegurada. De momento el guion de la obra teatral se sostiene en el tiempo porque los lobbies industriales militares rusos y americanos se frotan las manos, renuevan el armamento convencional con el dinero de los europeos, los muertos los ponen los ucranianos y los rusos. Mientras, los títeres están centrados en su propia supervivencia política.

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