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Mario de las Heras

Si Pedro Sánchez fuera un filósofo, ¿cuál sería su filosofía?

Aunque parezca difícil, existe un pensamiento que se ajusta casi perfectamente a la personalidad y a la forma de actuar y de gobernar del presidente del Gobierno

El presidente del Gobierno, Pedro SánchezGTRES

Parece casi imposible que una filosofía unitaria, una corriente de pensamiento, pudiera identificarse con un personaje tan poliédrico (se diría mejor ideológicamente caleidoscópico) como Pedro Sánchez. Pero la hay. Y está basada en quizá la característica principal del personaje: el tan traído y llevado y manifiesto Ego que Sartre hubiera negado. El solipsismo que el escritor y pensador de la «izquierda caviar» abolió: «el Ego no es más que una síntesis ideal de los estados y las acciones de la conciencia».

El egoísmo moral

Pero no nos compliquemos demasiado. Sánchez, de conocer esto, se haría aún más fuerte donde el Ego no es el Yo, y por lo tanto el Ego que le caracteriza no sería él. Lo que nos faltaba. Pero no nos compliquemos demasiado, se decía, porque sin ni siquiera acercarse a la contradicción del comunista francés, rico y «divino» que se enfadó con su hasta entonces amigo Camus por criticar los campos de concentración soviéticos, existe una doctrina filosófica que casi se funde con la figura del presidente.

Se trata del egoísmo moral o ético, la creencia teórica de que actuar en interés propio es la única forma moral de actuar. ¿Lo conocerá Sánchez o esta filosofía será connatural en él? ¿Qué será el presidente, un egoísta moral individual, personal, universal o todos ellos juntos? La diferencia entre ellos es que el universal piensa que todos deben pensar y actuar como él y a los otros les da lo mismo. Las características del personaje invitan a pensar más bien en los dos primeros tipos, que sobre lo que hacen los otros no piensan o no se manifiestan, respectivamente.

Sin problemas con la moralidad

Thomas Hobbes pensaba que los hombres eran esencialmente egoístas por la simple cuestión de la supervivencia. Estamos obligados a pensar en nosotros mismos para vivir, ¿pero cuánto? ¿Siempre? ¿Todo el tiempo? En el egoísmo ético o moral nadie puede hacer nada incorrecto porque todo proviene de motivaciones psicológicas. Es como si la célebre ausencia de escrúpulos del presidente en realidad fuera una asombrosa corriente filosófica documentada en Hobbes o en el Tratado de la naturaleza humana de Hume, donde las reglas de todo están basadas en el egoísmo: una distopía real. Es la visión negativa del egoísmo, el egoísmo ético donde la única obligación es conseguir el beneficio personal, sin racionalidad.

Así el egoísmo es obligatorio donde todo lo demás, incluidas las personas, son medios o son dependientes para el fin del Ego, del egoísmo. John Hospers, autor de La conducta humana, decía que el egoísta ético da constantemente razones para que quienes le rodean faciliten su beneficio, su bienestar o su poder. Lo mejor para el egoísta ético es que no tiene problemas con la moralidad porque todo lo que es bueno y deseable para él es moralmente aceptable. En este caso sí racionaliza su inmoralidad. Es lo contrario del altruismo y es el puro relativismo de todo, menos de uno mismo, el «ismo» más importante.

Si, por ejemplo, el filósofo Epicuro creía en el difícil hedonismo racional del epicureísmo y el filósofo Epicteto proponía el imposible equilibrio de la imperturbabilidad del estoicismo, el improbable filósofo Sánchez solo creería en su bien personal del egoísmo ético. Ahora imagínese que en vez de filósofo fuera presidente del Gobierno.