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Mauricio Wiesenthal

Mauricio WiesenthalEl Debate

Entrevista escritor

Mauricio Wiesenthal: «El indigenismo es una simplificación de la historia que forma parte del populismo»

«.... pero la llegada de España a América fue una suerte: España llegó en el Renacimiento, cuando existía la brújula, cuando existía el reloj, cuando existía una medicina cultivada en Europa», señala el barcelonés

Tiene el mismo apellido que aquel famoso investigador afincado en Viena que logró descubrir el paradero de muchos nazis criminales de guerra. Y este verano ha participado en el curso estival organizado por el Instituto CEU de Estudios Americanos con el título Cultura, Europa y libertad, junto con Elio Gallego, Jorge Vilches y José María Carabante, entre otros. Es Mauricio Wiesenthal (Barcelona, 1943), Medalla de Oro al mérito en las Bellas Artes y autor de libros como Las reinas del mar (Acantilado). En su vida hay resonancias de aquella Europa de Stefan Zweig y la calma de Sorrento, y también del Evangelio que leía Dostoievski.

–Su apellido Wiesenthal contiene muchas resonancias. ¿Podría comentarlas?

– Wiesenthal es un apellido judío alemán y significa «el Valle de los Prados». Así que tengo raíces judías y luteranas por parte de padre, y por parte de madre, que era católica muy tradicional, soy de familia cántabra y asturiana. He vivido muchos años en Cataluña, en Andalucía, en Francia, en Suiza. Tengo sangre italiana, sueca, danesa. Pero, como dice Pío Baroja, con la sangre lo que se hace son morcillas. Por lo tanto, me siento más bien heredero de las culturas en las que he nacido y en las que me he educado, porque nada de lo europeo me es ajeno. Desde los griegos es lo que hemos tenido, una educación en nuestros valores. Lo tienen todas las culturas, y hoy existe un racismo enorme, incluso en el indigenismo, aunque precedentes indígenas tenemos todos. Yo no tengo la pretensión de buscar unos orígenes cromosómicos, ni la esperanza de llegar al neandertal. Lo que tengo es la memoria de mis mayores, mis antepasados, los que me precedieron. Y creo que la educación europea se nos ha quitado y hemos sido colonizados.

Hoy es la moda intentar borrar esa cultura en nombre de un pretendido cientifismo que no es científico

–¿Qué sucede?

–Los griegos no eliminaron nunca su propia mitología, que estaba basada en psicología iniciática, formativa, y que se expresaba mediante las obras de teatro, la poesía, los juegos, las formas de manifestación de la cultura del pueblo que nosotros vamos continuamente borrando, cancelando. Hoy es la moda intentar borrar esa cultura en nombre de un pretendido cientifismo que no es científico, porque no nos creemos el mundo mitológico como si fuese un mundo de supersticiones. Es un mundo de psicología, de formación, un mundo de ideas, de estructuras que nos enseñan a pensar.

Todo nuestro pasado es un trampolín del futuro. Por eso es muy importante reivindicar el respeto a nuestra historia

–¿Cómo funciona el discurso indigenista?

–Es un discurso que pretende ser cada vez más crítico, como si la historia fuese solamente objeto de crítica y no fuese también objeto de esperanza, de luz y de fe. Todo nuestro pasado es un trampolín del futuro. Por eso es muy importante reivindicar el respeto a nuestra historia, a nuestros mayores. Y el indigenismo es como lo que hicieron aquellos falsos científicos nazis de la biología. Es una simplificación de la historia que conviene a muchos políticos, porque forma parte del populismo, esa forma de conseguir el poder a través de un atajo. Y yo soy muy americanista, he vivido buena parte de mi vida en América Latina, y estoy hablando ahora mismo en español, que es el idioma que nos hermana. Pero también he cantado en guaraní y en náhuatl y en quechua, porque he procurado aprender de cada país lo que hubiese de rico y maravilloso. Y, cuando me preguntan qué significó la llegada de España a América, digo que hubo suerte. Suerte para mis hermanos americanos, para mis hermanos indígenas también. Suerte que España llegó en el Renacimiento, cuando existía la brújula, cuando existía el reloj, cuando existía una medicina cultivada en Europa.

Es terrible, porque, si se elimina, nuestra cultura, nuestra iniciación, ¿con qué vamos a sustituirla?

–En Europa hay un cierto ocaso de la cultura clásica y, al mismo tiempo, estamos en un proceso de construcción institucional de Europa, con muchas leyes, muchos organismos. ¿No es contradictorio?

–Evidentemente, esa Europa siempre va a estar construida en falso. La vieja cultura europea había nacido en el mundo griego, en el mundo minoico, en el Cercano Oriente, todavía en conflicto. Como decía Zweig, un «momento estelar» para mí, un momento luminoso, es la batalla de Salamina, la lucha contra los persas, la victoria de la Hélade que descubre que está defendiendo una cultura frente a las filosofías orientales. Se está creando otra manera de pensar: analítica, crítica, no dada la molicie, dada la disciplina, y con un gran número de valores que todavía están en nuestras propias religiones, que nos llegaron a través del judeocristianismo y que las hemos perdido de alguna manera. Es terrible, porque, si se elimina, nuestra cultura, nuestra iniciación, ¿con qué vamos a sustituirla?

No podemos ofrecer a los jóvenes una crítica siempre absoluta de lo que ha sido el pasado, porque perderán a sus maestros

–Ha mencionado usted a Stefan Zweig. ¿Es una figura de lo que fue Europa o de lo que debiera volver a ser? ¿O bien miramos hacia su época de forma idealizada?

–Es verdad, y eso lo decían su mujer y algunos de sus amigos, que idealizaba esa imagen que nos deja en El mundo de ayer. Pero no podemos ofrecer a los jóvenes una crítica siempre absoluta de lo que ha sido el pasado, porque perderán a sus maestros. Tenemos que aceptar que los maestros vivieron también con esperanza y con idealismo su época. Zweig sabe destacar las horas felices, las horas doradas. Es lo que han hecho todas las culturas. En la batalla de Castillejos, cuando los soldados han retrocedido, dejando las mochilas y el enemigo va a capturarlas, ¿qué se le ocurre al general Prim para levantar la voz y animarlos? Les habla de una manera poética: «Soldados, en esas mochilas están las cartas de vuestras madres, en esas mochilas están las cartas de vuestras mujeres, en esas mochilas está la historia de vuestra vida; vayamos a por ellas».

Como judío, Zweig adopta una postura de profeta, a partir de una idea mesiánica, bíblica de que la cultura está siendo castigada

–Hablando del suicidio de Zweig; si hubiera esperado un poco y le hubieran llegado las noticias de Stalingrado, ¿habría cambiado algo su decisión?

–Pienso que no. Como judío, adopta una postura de profeta, a partir de una idea mesiánica, bíblica de que la cultura está siendo castigada. Europa, como Sión, ha incumplido sus principios, y deja de ser la patria del momento estelar de la cultura. El pueblo judío tiene ese drama, entre comillas; el Mesías está al final de los tiempos, no antes. Y eso también explica el Muro de las Lamentaciones. Es un drama que él arrastra, en ese momento de conciencia de judío cuando ve que sus hermanos están siendo exterminados. Y tiene esa impaciencia de acabar ahí, de unirse al destino de las víctimas.

La inteligencia artificial es el nuevo Titanic, porque el Titanic era un progreso, una obra maravillosa para navegar, pero tenía sus errores

–Para terminar, ¿cómo ve la inteligencia artificial alguien con toda su experiencia?

–Me parece una herramienta maravillosa. El progreso se ha basado en las herramientas, es lo propio del ser humano desde el homo faber. Lo que ocurre es que las herramientas no son el hombre, sino un vehículo. Y me da miedo que vivimos una época de ocio. Es la blasfemia más grande que se le puede decir a un europeo. Una época de diletantismo, una época del aficionado, porque nos unimos para hacer, y para pensar nos desunimos, y para estar ociosos y tocarnos la panza. Una época que piensa en menos horas de trabajo, para luego estar delante de una pantalla de una manera pasiva. Eso me provoca terror. La inteligencia artificial es el nuevo Titanic, porque el Titanic era un progreso, una obra maravillosa para navegar, pero tenía sus errores. Si nos enamoramos de esa «salvación» que nos va a permitir estar más tiempo durmiendo, más tiempo sentados en el sofá y comiendo palomitas de maíz —el mundo entero me huele al olor mantecoso de las palomitas de maíz—, me parece un espectáculo que, si Europa se va a convertir en eso, prefiero no verlo.

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