Urtasun elogia a Miguel Hernández omitiendo que era un grandísimo taurino
Alguna vez acierta el ministro de Cultura. Lo malo es que en este caso se ha basado en un error verdaderamente grosero
Hay que reconocerlo: si, alguna vez, incluso el gran Homero dormitaba –como afirma Horacio en su Arte poética– también alguna vez acierta el ministro Urtasun: es totalmente justo afirmar que Miguel Hernández era un gran poeta. Lo malo es que ese acierto ha nacido de una raíz sectaria (la manida acusación a la derecha) y se ha basado en un error verdaderamente grosero.
Urtasun faltó a clase ese día
Ha elogiado Urtasun al poeta por su «indisociable compromiso político», para sacar esta conclusión: «El régimen franquista lo sabía y por eso le asesinó».
Basta con leer cualquiera de las muchas biografías de Miguel Hernández para evitar ese error. Ni siquiera un alumno de Bachillerato lo cometería. Copio lo que dice Contexto 2. Lengua castellana y literatura (ed. SM): «Enfermó y murió en el penal de Alicante en 1942». Quizá el ministro de Cultura faltó a clase ese día…
Pero hay algo más curioso. No ha cesado Urtasun de llamar torturadores a los aficionados a los toros pero admira y defiende a uno de los mejores poetas taurinos, como es Miguel Hernández. El toro bravo está presente en su poesía desde el primer libro hasta el último. Al tema taurino dedica también su obra teatral El torero más valiente. (Tragedia española).
Evidentemente, Miguel Hernández conocía bien el mundo y el lenguaje taurinos. Cuando vino a Madrid, pasó grandes dificultades económicas. Para ayudarlo, José María de Cossío lo contrató como colaborador de la enciclopedia 'Los toros', que él dirigía, para que recopilara datos sobre diestros históricos y escribiera algunos textos.
Es indiscutible que en esa enciclopedia, 'Los toros', considerada «la Biblia de la Tauromaquia», hay textos que escribió Miguel Hernández. No llevan su firma, igual que sucede con los textos de otros colaboradores, pero el propio poeta lo proclama así: en sus cartas, comenta sus trabajos de investigación sobre temas taurinos en la Biblioteca Nacional, en medio del calor de un verano madrileño. Por ejemplo, afirma que escribió la biografía del legendario torero Tragabuches, una verdadera leyenda romántica.
En las antípodas del buenismo actual
Muchos poetas se quedan en los aspectos más externos de la Fiesta: en lo costumbrista, en el colorido pintoresco. En los admirables sonetos de El rayo que no cesa, en cambio, Miguel Hernández profundiza en su valor simbólico. Además, utiliza muchas suertes y términos taurinos para expresar sus sentimientos: así, da forma plástica y expresiva a varios grandes temas de la poesía contemporánea. Baste con unos pocos ejemplos concretos.
Su novedad fundamental: el poeta se identifica con el toro bravo, herido por el amor y condenado a la muerte. Acepta el dolor que le ha traído el amor y se sitúa en las antípodas del buenismo actual, al proclamar con orgullo su virilidad: «Y, por varón, en la ingle, con un fruto».
Todos los animales –incluido el hombre– tendemos a huir del lugar donde nos han herido. El toro, en cambio, demuestra su bravura porque, después de recibir el primer puyazo, acude de nuevo al caballo, aunque sabe lo que le espera.
Se aplica a sí mismo Miguel Hernández una bellísima expresión del lenguaje taurino, que resume el indomable afán de lucha del fiero animal: «Como el toro, me crezco en el castigo». (Recuerdo cómo le gustó esta expresión a Mario Vargas Llosa, cuando se la comenté, viendo, juntos, una corrida de toros).
Ese amor loco, absoluto, al que no podemos resistir
Afirma el existencialismo que el ser humano es un ser-para-la-muerte: ésta no supone sólo el final de nuestra vida sino que la condiciona y la define, porque –como ya subrayó Pascal– somos conscientes de que vamos a morir.
Miguel Hernández dice lo mismo, con palabras sencillas, nada intelectuales, impregnadas de un fuerte sabor:
«Como el toro he nacido para el luto…»
Y, en otro soneto:
en que prueba su chorro repentino,
que el sabor de la muerte es el de un vino,
que el equilibrio impide de la vida».
El surrealismo francés defendió el mito del «amour fou»:
«Ese amor loco, absoluto, al que no podemos resistir, aunque sepamos que nos hará sufrir».
«Alza, toro de España...»
Expresa eso mismo Miguel Hernández con un término taurino, la querencia, esa fuerza misteriosa que empuja al toro bravo a ir hacia un lugar del redondel: «Una querencia tengo por tu acento…»
Un ejemplo más, de una etapa posterior. A partir de la vieja metáfora del mapa de nuestra Península como una piel de toro, tendida en el Mediterráneo, Miguel Hernández convierte a este toro bravo nada menos que en símbolo de España y lo impreca, con una serie de imperativos:
«Alza, toro de España, levántate, despierta…»
Podría citar muchos más ejemplos. No hace falta. Cualquiera que se asome a la obra de Miguel Hernández los encontrará. Sin duda, no es el caso del ministro Urtasun. Se ha erigido en defensor de un poeta que trata con tanta profundidad el tema taurino: eso que Urtasun considera solamente «tortura»; el mismo arte que el ministro Óscar Puente, el que proclama que el tren español «vive el mejor momento», reduce a algo «irrelevante».