¿Por qué hablamos español? La culpa podría ser del modo en que se sentaban los antiguos pobladores del Cáucaso
Una reciente investigación desmonta el consenso sobre el origen de la expansión de las lenguas indoeuropeas
Las lenguas indoeuropeas son las más extendidas en el mundo. La etiqueta responde a criterios meramente lingüísticos, sin la existencia necesaria de vínculos étnicos o políticos entre los pueblos que las hablan o las hablaron en sus orígenes.
Pertenecieron a la familia de las lenguas indoeuropeas las lenguas celtas, el eslavo antiguo, el griego clásico, el latín clásico, las lenguas germánicas, el sánscrito o el persa.
Son lenguas indoeuropeas actuales el español, el francés, el portugués, el italiano, el inglés, el alemán, el ruso y las demás lenguas eslavas, el persa actual o el hindi.
¿Cómo es posible que lenguas tan diferentes entre ellas, desarrolladas en contextos culturales, sociales e históricos radicalmente opuestos y en distancias geográficas inverosímiles compartan un mismo origen?
Es el gran misterio de lenguas indoeuropeas –insistimos, una denominación actual– que lejos de resolverse parece que acaba de enrevesarse aún más cuando parecía que ya se le podía dar carpetazo.
Uno de los grandes problemas para rastrear el origen del idioma indoeuropeo primario de donde surgió toda la familia de lenguas indoeuropeas es el modo en que las lenguas se han transmitido de generación en generación a lo largo de la historia y el modo en que evolucionaron.
Un ejemplo: las lenguas romances (español, portugués, rumano, italiano o francés) no surgen del latín culto y clásico en que escribían Virgilio y Cicerón, sino en el bruto, rudo, rústico y poco refinado latín vulgar en que hablaban los legionarios romanos, quienes realmente expandieron el latín por todo el orbe romano.
Ello explica, entre otras cosas, que ninguna de las lengas romances actuales tengan declinaciones, y es que cuando el latín (el latín vulgar) empezó a evolucionar hacia las lenguas latinas modernas ya había perdido sus declinaciones.
Volviendo a las lenguas indoeuropeas, se ha aceptado durante mucho tiempo como verdad que empezaron a expandirse desde las orillas del mar Negro y del mar de Azov en algún momento cercano al 4.000 antes de Cristo, en plena Edad de Bronce.
El origen estaría en un pueblo muy concreto denominado cultura yamnaya, un conjunto de pobladores nómadas que ocuparían las tierras orientales de la actual Ucrania y el suroeste de la actual Rusia hasta los montes Urales y Kazajistán, penetrando luego, hacia el sur hasta abarcar todo el norte del Cáucaso y la costa norte del Caspio.
Esta hipótesis del origen de lenguas como el español recibe el nombre de hipótesis de los Kurganes. ¿Por qué? Porque el principal registro arqueológico de este pueblo son los enterramientos en túmulos denominados en la arqueología actual con el término ruso de origen túrquico de «kurgán».
Es decir, es fácil rastrear la expansión territorial de los yamnayas siguiendo únicamente el rastro de sus «kurganes».
Según dicha hipótesis los yamnayas habrían sido el primer pueblo en domesticar caballos y, a lomos de los equinos, habrían recorrido grandes distancias, se habrían instalado en nuevos territorios y habrían iniciado, gracias al empleo del caballo como medio de transporte, la mayor expansión lingüística jamás experimentada por la humanidad.
¿El problema de esta teoría?: que muy probablemente sea falsa. Según un reciente estudio de los investigadores del Departamento de Antropología de la Universidad de Colorado, Lauren Hosek, Robin J. James y William T.T. Taylor, la doma de caballos y su empleo como medio de transporte podría no haber sido tan temprana.
Han empleado para demostrar su tesis el análisis de huesos de pobladores yamnayas. Y es que, hasta ahora, se había empleado como principal prueba de la hipótesis de los kurganes las patologías y deformaciones óseas de los yamnayas que responderían al modo en que cabalgaban a caballo.
Sin embargo, el equipo de la Universidad de Colorado ha demostrado en su investigación publicada en la revista Science Advances que las patologías y deformaciones óseas detectadas en los yamnayas podrían responder a otras muchas circunstancias, y apuntan, en concreto, al modo en que se sentaban los miembros de esta comunidad indoeuropea.
Entre otras circunstancias, los humanos domesticaron y emplearon para trabajar otros animales antes que los caballos, animales de los que los yamnayas bien podrían haberse servido.
Para los autores del estudio, de hecho, está claro que «no hay evidencia del caballo doméstico en contextos asociados a yamnaya», sí en cambio hay «arqueofauna» que muestra «evidencia clara del uso de burros e híbridos en el transporte de carros ligeros».
Ateniéndose a las pruebas arqueológicas irrefutables, hay que avanzar al menos dos mil años para encontrar las primeras evidencias de la domesticación del caballo en el oeste de Rusia a orillas del río Don.
¿Significa esto que la cultura yamnaya no está relacionada con la explosión y expansión de las lenguas indoeuropeas por gran parte de los continentes europeo y asiático?
No, pero sí muestra que la solución al misterio de las lenguas indoeuropeas no es tan sencilla.
La domesticación de los caballos tal vez no haya jugado un papel tan esencial en la carambola que ha llevado al extremo occidental de Europa, es decir, España, una lengua cuyo origen se encuentra en las orillas del mar Negro. Pero el modo en que se sentaban unos señores del Cáucaso sí que podría tener algo que ver.