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La Dama de Elche en el Museo Arqueológico Nacional

La Dama de Elche, en el Museo Arqueológico Nacional, obra cumbre del arte íberoEFE

El español y sus fósiles lingüísticos: las palabras que todo el mundo usa y nadie sabe de dónde vienen

La larga y compleja historia lingüística del español la ha dotado de un rico sustrato que ha traído hasta hoy palabras de una gran antigüedad y de misterioso origen

El español, lengua latina cuyos primeros registros escritos se remontan a las glosas de los monasterios de San Millán y Silos en el siglo XI y que comienza su andadura con la evolución del latín vulgar traído a la península por las legiones romanas, es el resultado de un complejo proceso histórico.

En ese proceso evolutivo, los préstamos lingüísticos y la herencia lingüística de lenguas previas o coexistentes ha sido esencial y le ha dotado de un sorprendente sustrato.

El español cuenta entre su rico vocabulario con palabras provenientes del griego, del árabe, del mozárabe pero también del inglés, del alemán, del francés, del italiano, de otras lenguas españolas como el catalán, el gallego o el vasco, o, incluso, de idiomas originarios de América o Filipinas.

Sin embargo, pueden identificarse en el español palabras muy específicas y propias de nuestro idioma cuyo origen está oculto en las brumas de la historia. Palabras, algunas de ellas, que provienen de idiomas indoeuropeos existentes antes de la llegada del latín y con las que convivió el latín, como una serie de lenguas celtas.

Pero también encontramos palabras que ni siquiera provienen del tronco indoueropeo común que hermana a casi todas las lenguas de Europa.

Idiomas nativos de la península ibérica perfectamente identificadas en el registro arqueológico como el íbero, el tartésico o el vasco.

De ellas, las más comunes e identificables, por la supervivencia del idioma hasta nuestros días, proceden del vasco: palabras tan comunes en el español como izquierda, aquelarre o bacalao.

Palabras que, pese a su identidad claramente vasca, plantean la hipótesis de un origen común entre el idioma vasco y las lenguas íberas habladas en gran parte del levante español.

Sin embargo, hay un grupo de palabras españolas cuyo origen se sumerge en la más absoluta oscuridad al presentar una raíz que las emparenta con los albores de la humanidad.

Un sustrato lingüístico que nos retrotrae a lenguas preindoeuropeas de las que no se tiene ni noticia ni pista. Palabras que bien podrían proceder de idiomas preindoeuropeos hablados en el noroeste peninsular antes de la llegada de los pobladores celtas y de las que no hay registro escrito.

Idiomas que podrían haberse hablado con más o menos expansión en la península ibérica antes de la llegada de los pueblos íberos, tal vez emparentados con los antiguos tartésicos, de los que sí hay abundantes registros arqueológicos, o tal vez previos.

Lenguas que tal vez llegaron a la península provenientes del norte de África, o quizás de Oriente Medio junto con los colonizadores fenicios o, tal vez, provenientes del sustrato etrusco del latín.

La filóloga Rosa Pedrero Sancho planteó el debate en su artículo Aportaciones a la etimología de algunos términos de origen prerromano que vale la pena leer, y que cita algunos ejemplos de palabras cuya procedencia es discutida.

Palabras como barranco, sarna, arroyo, gordo, charco, sapo o morro, de uso tan cotidiano en el habla común, figuran clasificadas en el diccionario de la Real Academia Española como de origen incierto o, simplemente, prerromano, lo que indica que no existe una explicación clara a su origen.

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