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Miguel Pérez Pichel

No tendrás nación y serás feliz: ¿estamos en la era de los apátridas?

El mundo occidental parece avanzar hacia una era sin identidades nacionales ni patrias como un elemento más del proyecto ideológico woke

Celebración del Día de la Hispanidad en BarcelonaGTRES

En 2016, el Foro Económico Mundial difundió un vídeo con 8 predicciones sobre el mundo en 2030 para promover la Agenda 2030 y sus objetivos de desarrollo sostenible.

El vídeo empezaba con una provocativa frase que anunciaba que en 2030 «no tendrás nada y serás feliz».

La desafortunada frase —un desliz del equipo de comunicación que, más que otra cosa, ilustra hasta qué extremo determinadas élites se han desconectado de la realidad— iba acompañada de imágenes y mensajes que mostraban un futuro pretendidamente utópico, pero, en realidad, distópico, si se aplicaban los preceptos de la Agenda 2030 para evitar el colapso civilizacional.

El vídeo, sin embargo, se interpretó como que las élites económicas quieren privar a las masas populares del acceso a la propiedad privada para acumular las riquezas mundiales en unas pocas manos.

A pesar del desmentido, el daño a la imagen del Foro Económico Mundial ya estaba hecho. La sorpresa vendría pocos años después, con la pandemia de coronavirus.

La situación de emergencia mundial la aprovecharon muchos gobiernos supuestamente democráticos y liberales para introducir medidas intervencionistas e intrusivas que afectaban a la vida privada de los ciudadanos con la excusa de la aplicación de la Agenda 2030 y los objetivos de desarrollo sostenible.

La inflación disparada, con la subida de los precios de los alimentos, aumento de impuestos hasta bordear un nivel confiscatorio, la subida de los precios de los carburantes, de los billetes de avión y tren y, sobre todo, el aumento del precio del alquiler de viviendas y de las hipotecas hizo sospechar a muchos que las élites políticas y económicas estaban maniobrando para construir una sociedad más pobre y, como consecuencia, más dependiente de las limosnas de los estados.

¿Es este escenario distópico real o un mero fruto de una coyuntura nada favorable, lastrada por los efectos de la pandemia y por las guerras en Ucrania y Oriente Medio?

Seguramente el escenario actual, un escenario que todavía no es catastrófico, pero que sí que empieza a dar miedo, no sea buscado. Al fin y al cabo, ningún gobierno en su sano juicio desea soliviantar a las masas y crear el caldo de cultivo perfecto para una revolución.

Sin embargo, el camino por el que el llamado mundo occidental avanza a lomos de caballo desbocado parece inconfundible.

¿No tendrás nada y serás feliz? La fase de la pérdida de la propiedad privada parece bastante avanzada, con una población a la que se le ha hecho imposible hasta tener un coche de segunda mano para ir a trabajar, porque contamina.

Por supuesto, ni hablar de tener casa, una empresa y tal vez ni trabajo, en sustitución del cual los gobiernos ofrecen generosos subsidios que son posibles gracias a desangrar a impuestos a quienes tienen nómina y que mantienen a los desempleados con cierta tranquilidad y sin ánimos levantiscos.

No tendrás patria y serás feliz

Ahora, la Agenda 2030 parece avanzar por una segunda fase: no tendrás patria y serás feliz. ¿Se nos está despojando a los ciudadanos de identidad nacional, de patria, de país? Una pregunta que parece pertinente plantear pocos días después del Día de la Hispanidad.

El debilitamiento de las identidades nacionales parece un fenómeno común en el mundo occidental, no solo en España.

El mundo occidental ha experimentado un proceso de evolución constante de fragmentación y reconfiguración política que se inicia en la Edad Media con la fractura de los despojos del Imperio Romano y que sigue en nuestro tiempo.

Se ha pasado del modelo feudal medieval donde las masas del pueblo llano se identificaban con su señor, a un mundo ilustrado donde se construyen Estados-nación y, con ellos, una nueva identidad para los pueblos.

El Estado-nación, nueva institución soberana, sustituye a la monarquía como elemento aglutinador de la sociedad. Ese modelo ha estado vigente desde finales del siglo XVIII y XIX hasta hoy.

Sin embargo, con el siglo XXI el mundo parece haber entrado de lleno en una nueva fase postnacional en la que los pueblos, las masas ciudadanas, pierden su identidad nacional —básicamente, se les despoja de ella— y se sustituye esa identidad por otras: identidad de género, identidad étnica, etcétera, uno de los pilares de la ideología woke.

El proceso para llegar hasta este punto ha sido paulatino, lento, se ha avanzado poco a poco, y no tiene fecha de inicio, aunque las revoluciones de baratillo de 1968 con el campus de la Sorbona parisina como epicentro son su momento fundacional simbólico, con el triunfo de las ideas demenciales de Herbert Marcuse o Jean-Paul Sartre.

Para debilitar las identidades nacionales se comenzó fragmentándolas mediante la promoción de nacionalismos regionalistas. El caso de Cataluña y País Vasco en España es paradigmático.

Al mismo tiempo, se ha cultivado un sentimiento de culpa de las identidades nacionales de los Estados soberanos e independientes con siglos a sus espaldas, para lo cual se recurrió a supuestos episodios históricos sangrientos más o menos ciertos de los que se hace responsable a la totalidad de la población actual. Da igual si dichos hechos han ocurrido hace cientos de años. Nuevamente, el caso de la leyenda negra antiespañola es paradigmático.

Mientras se debilita la identidad nacional, se debilitan también las estructuras estatales. En Europa, tenemos el caso evidente de la cesión de competencias de los Estados a la Unión Europea, creando una monstruosa Bruselas burócrata que toma decisión con total opacidad a espaldas de unos ciudadanos a los que el Parlamento Europeo queda demasiado lejos.

La promoción de movimientos migratorios masivos sin control, sin canales regulados y sin planes de integración son otro de los pilares de esa destrucción de las identidades nacionales.

Al mismo tiempo, se trata de infundir un sentimiento de culpa en la población europea por los migrantes que mueren en el Mediterráneo a la vez que se imponen cuotas de inmigrantes sin dar voz ni voto a las poblaciones que los acogen.

El fenómeno es especialmente virulento en Europa, donde los Estados son cada vez más irrelevantes en el plano internacional, dependientes de terceras potencias y cuya sangría de soberanía engorda cada vez más a una Bruselas igualmente irrelevante.

Junto a ello, los gobiernos llevan años aplicando políticas educativas que se traducen en nuevas generaciones de ignorantes incapaces de pensar por sí mismas.

Esa masa de ignorantes, formada por orteguianos hombres-masa sin capacidad de discernimiento, son presa fácil para las maniobras de manipulación y propaganda puesta en práctica por gobiernos sin escrúpulos que tratan a sus ciudadanos como menores de edad de intelecto limitado a los que es fácil quitarles un caramelo o darles un buen mordisco a sus nóminas vía IRPF.

El debilitamiento de los ejércitos es también un elemento más en el proceso de desnacionalización. Los ejércitos han sido tradicionalmente los garantes de la soberanía de los pueblos. Sin ejércitos que la defienda, ¿Quién se va a oponer a la pérdida de soberanía?

Esa estrategia, como tantas otras en este asunto, es un sueño de la sinrazón que produce monstruos como la amenaza militarista rusa. Una vez que la Rusia de Putin se ha lanzado a la conquista de Ucrania, ¿por qué no haría lo mismo con sus vecinos?

La Europa desarmada embobada con la Agenda 2030 se echó las manos a la cabeza y se lanzó a un estéril rearme mientras trataba de mentalizar a sus despistados ciudadanos, educados en el antimilitarismo y el pacifismo, de que tal vez tendrán que ir a la guerra, morir o quedar mutilados en defensa de las causas e intereses de sus oportunistas élites.

¿Se adentra el mundo occidental y, en particular, Europa en una era postnacional, una era de los apátridas?

El tiempo lo dirá. Al fin y al cabo, el surgimiento, inesperado o no, de movimientos y partidos políticos que defienden una identidad nacional fuerte frente a los intentos disgregadores internos y externos, y la vuelta a una escala de valores firmes frente al relativismo moral woke, es una reacción que podría echar al traste los intentos de destruir las identidades nacionales.

En esto, como en todo, no hay nada escrito y los movimientos sociales, como nos ha enseñado la historia, son caprichosos.