La lección que aprendió el primer filósofo de la historia al caerse a un pozo
La anécdota, recogida por Platón, señala uno de los males modernos de este saber
Se suele apuntar a los primeros años del siglo VI a. C. cuando se habla del conocido como paso del mito a logos. Fue entonces cuando en distintos puntos de la civilización griega surgieron una serie de hombres que trataron de superar las explicaciones sobrenaturales sobre la Naturaleza para encontrar un principio y un orden racional de la realidad.
Hoy conocemos a estos pensadores como presocráticos e identificamos a Tales de Mileto como el primer filósofo de la historia. Aunque no conservamos ningún texto suyo, a él se atribuyen las primeras reflexiones sobre el arjé, ese elemento común al que puede reducirse todo lo que es y que, en su caso, sería el agua. Además, como matemático, pone nombre a un famoso teorema geométrico.
Más allá de sus propuestas teóricas, la vida de Tales cumplió con uno de los tópicos que, a lo largo de los siglos, se achaca a quienes practican la filosofía. Cuentan que nuestro hombre pasaba demasiado tiempo con la cabeza en las nubes y se olvidaba de las cosas que pasaban delante de sus narices. Recoge Platón en su diálogo Teetetes una anécdota que pone en boca de Sócrates y que dice que estando el de Mileto ocupado en la astronomía y mirando al cielo se cayó en un pozo, lo que provocó la risa de sus vecinos.
Sócrates, que no daba puntada sin hilo, utilizaba este chiste para exponer ese problema que él relacionaba con los filósofos y que dejaba de lado aquellas cuestiones más próximas al hombre. El ateniense entendía que la búsqueda del saber debía servir para conocer el Bien, la Justicia, la Belleza, para alcanzar la virtud y, por lo tanto, para hacer de la polis, de lo común, algo mejor.
Más de veinte siglos después, la filosofía parece no haber dejado aquellos vicios del pasado. Pensadores como Julián Marías no dudaban en señalar como el hombre actual «ha perdido la confianza en la filosofía, porque cree que es una especulación acerca de minucias que no le interesan y que no comprenden». Como apostillan algunos de sus discípulos, como el profesor Enrique González, los tratados y manuales se han ido retorciendo de manera progresiva, convirtiendo en inteligibles muchas de sus propuestas y teorías.
Como ya recomendaba Sócrates en el siglo V a.C., la filosofía no puede perder de vista al hombre y su realidad. El español José Ortega y Gasset será todavía más claro al encontrar en la vida esa realidad radical y, por ello, Marías insistirá en que la actividad racional debe tener como objetivo obtener una visión responsable sobre ella.
Para facilitar la posibilidad de alcanzar esa meta, el autor de La rebelión de las masas recordará a sus colegas que «la cortesía del filósofo es la claridad». Bajo esa premisa será más fácil reconocer a la filosofía como «maestra de la vida», definición clásica y en ocasiones olvidada que debemos a Cicerón.