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La película 'Matrix Resurrections'

Clip de la película 'Matrix Resurrections'

El Debate de las Ideas

¿Qué puede enseñarnos 'Matrix' sobre el mundo en que vivimos?

Con motivo del 25 aniversario de la película original analizamos cómo la última entrega de la saga desvela que la lucha por el cambio social ha sido sustituida por la batalla por los relatos y los marcos mentales

La última entrega de la saga Matrix, Resurrections, supone una inflexión importante con respecto a la primera y mítica película, de cuyo estreno se celebra este año su 25 aniversario. Una inflexión que nos desvela el cambio de perspectiva que ha operado en la izquierda en este tiempo y que pasa por un desplazamiento de las prioridades: la aspiración a una transformación socioeconómica cede terreno en favor de la revolución cultural. No se trata ya de modificar las condiciones materiales de la sociedad, sino de cambiar los relatos con los que se piensan las personas. Con la esperanza, eso sí, de que esa intervención en las mentes sea la base que haga posible algún otro efecto posterior.

Para entender de qué transformación estamos hablando basta comparar la primera y la cuarta entrega de la saga. Comparación sencilla, por otra parte, porque Matrix Resurrections es una reelaboración de la película pionera, (un reboot, dirían algunos) a la que sigue en su estructura y planteamiento. Como en aquella, nos encontramos a Neo atrapado en Matrix (se nos explica que las máquinas lo resucitaron tras la explosión final de Revolutions) y a un grupo de rebeldes empeñados en despertarle y recordarle quién es, y su papel redentor. En esta ocasión, Trinity se encuentra también en la misma situación (y por los mismos motivos), lo que es una de las variaciones. Como en la película original, una vez rescatado, Neo debe tomar conciencia de sus poderes para enfrentarse a los mutantes señores de negro. Pero, en esta ocasión, y es otra de las diferencias, Trinity protagoniza un proceso similar, de modo que no tenemos un único superhéroe, sino dos, una dupla paritaria y muy sensible al nuevo igualitarismo feminista.

A partir de ahí, llegan los cambios más relevantes. Para los que no tengan fresco el argumento original, conviene recordar que la primera entrega nos situaba en una distopía futurista en la que los hombres han sido sometidos por las máquinas, quienes les usan como pilas, como generadores de energía, para abastecer sus necesidades. Para conseguirlo, las personas son encapsuladas, y enchufadas a un gran sistema de generación de electricidad. Y, para lograr su sumisión y que no sientan la necesidad de rebelarse, su cerebro es formateado con una realidad imaginaria, que los sometidos perciben como cierta y en la que creen tener una identidad y una vida cotidiana. Ese mundo ficticio es Matrix.

Dentro de ese mundo, los rebeldes son los humanos que han logrado desconectarse. Su objetivo, en 1999, era derrotar a las máquinas para liberar a la humanidad de su esclavitud. Pero no está nada claro que lo sea aún en la nueva entrega.

Aquel Matrix se convirtió en una película mítica por muy buenos motivos, pero especialmente por las atinadas resonancias filosóficas y éticas de su trama, que nos invitaban a percibir la parte de engaño que se escondía en nuestra vida cotidiana. Había una acertada intuición crítica del papel que los medios de comunicación, así como las productoras de narrativa audiovisual, tenían como creadores de marcos mentales que condicionan la relación de las personas con el mundo real, aislándoles de los otros.

Pero, además, en aquel primer Matrix, había una valiosa defensa ética del valor de la verdad incómoda frente al autoengaño confortable. Que la apuesta por la verdad se representara con una pastilla roja (el color del partido republicano en EE.UU.) y el autoengaño, con la pastilla azul (el color de los demócratas) con toda probabilidad fue una asociación involuntaria por parte de los creadores, los muy progresistas hermanos Wachovsky -desde hace años convertidos en hermanas Wachovsky, merced a los milagros trans. Pero es un error llamativo, que los conservadores creemos que refleja bastante bien lo que ocurre en la realidad: que la derecha se caracteriza por mirar al mundo real de frente, y, por ello mismo, resulta en ocasiones incómoda y áspera, mientras que el progresismo tiende al embellecimiento y a la construcción de relatos emotivistas confortables que alimenten la buena conciencia de la gente.

En aquella primera película, lo hemos avanzado, el objetivo final era liberar a los hombres sometidos. En su momento muchos interpretaron la trama como una alegoría crítica del capitalismo contemporáneo, ese sistema, que, siguiendo la metáfora de Matrix, explota a los seres humanos para chuparles la sangre, mientras les ofrece, a cambio, apenas distracciones efímeras. Entre ellas, el disfrute de los placeres sexuales (incluidos los placeres virtuales), esas libertades de bragueta de las que habla Juan Manuel de Prada. Pero estamos también ante un sistema que anestesia a las personas y las encierra en su propia burbuja, mediante el entretenimiento que proporcionan las series de televisión y plataformas como Netflix (que nació dos años antes de la primera entrega de Matrix, en su primera encarnación, como servicio masivo de alquiler de películas en DVD por correo). La perspectiva de la película original era clara: Matrix era un engaño que debía ser desvelado para liberar a los hombres de la explotación a que eran sometidos.

Pero algo ha cambiado muy sustancialmente en los más de 20 años transcurridos entre la primera y la cuarta entrega (estrenada en el año 2021). No estamos sólo ante un cambio narrativo, que sería algo anecdótico, sino ante una nueva visión del mundo y de los problemas sociales, lo que nos permite interpretar los cambios en Matrix como señales, como signos reveladores, de las alteraciones operadas en la izquierda occidental en las dos últimas décadas.

Para empezar, los rebeldes ya no aspiran a derrotar a las máquinas, sino a sobrevivir, y han llegado a una especie de acuerdo tácito por el que ellos renuncian a liberar a los hombres sometidos y, a cambio, las inteligencias artificiales permiten que vivan en paz en el mundo real. No solo eso, sino que si, en el Matrix original, las máquinas eran siempre hostiles hacia los humanos, en Resurrections algunas conviven con ellos y les ayudan: hay máquinas ‘buenas’.

Si reinterpretamos estos hechos narrativos a la luz de la alegoría que suponía el Matrix de 1999, lo que nos encontramos es que la nueva izquierda ya no busca derrotar al capitalismo, sino que ha aceptado que no queda más remedio que convivir con él. No sólo eso, sino que ha hallado en algunos de sus principales representantes (Soros, Bill Gates, Jeff Bezos…) aliados dispuestos a colaborar con su agenda política. La película, por tanto, da cuenta de cómo, en los más de veinte años transcurridos desde la primera entrega, se ha constituido una nueva ideología global: el globalismo progresista, que se caracteriza por la alianza entre la nueva fase del capitalismo y los valores de la izquierda woke y posmoderna: feminismo ‘MeToo’, ecologismo climático, antirracismo radical, transgenerismo…

De modo que la consideración de enemigo se desplaza. Ya no son las máquinas en sí (los capitalistas explotadores), sino el constructor de mundos, la inteligencia artificial que diseña Matrix. La batalla socioeconómica, la pretensión de cambiar las condiciones materiales de las personas, se ve desplazada por la batalla cultural, por la guerra de relatos y de marcos mentales. Significativamente, la gran victoria final que la película celebra es que Neo y Trinity van a ser los nuevos creadores de contenidos de Matrix, y ya anuncian que lo llenarán de arco iris. Una alusión bastante evidente a las temáticas LGTB que ya proliferan tanto en películas como en series de televisión. De este modo, Matrix Resurrections vendría a elaborar, y justificar, un cambio que ya se ha dado.

Por otra parte, la propia trama de Matrix plantea como un proceso muy difícil la liberación material de los hombres, lo que seguramente sea también una conclusión a la que han llegado los progresistas en el mundo real del siglo XXI. Una izquierda que, ciertamente, no abandona las referencias a esa vieja lucha por las condiciones materiales de vida (la subida del salario mínimo, el Ingreso Mínimo de Inserción, las políticas de tope al alquiler… por citar ejemplos españoles) pero que, a la postre, ha encontrado en las batallas culturales y en las políticas de identidades colectivas su principal soporte social y la tecla más eficaz para activar la movilización política.

He querido usar Matrix como ejemplo para explicar cómo los relatos audiovisuales a menudo reflejan distintos aspectos de los discursos dominantes. E incluso pueden servirnos para detectar los cambios, tácitos o explícitos, que se han producido en ese discurso y que son objeto de debate en el mundo real. Matrix Resurrections utiliza su trama para justificar el cambio de paradigma en la izquierda y presentarlo de forma positiva. Pero esa misma transformación ideológica es objeto de análisis crítico por parte de cada vez más pensadores. Como el marxista Diego Fusaro, que ataca al progresismo mayoritario actual justamente por defender valores individualistas que sirven a los intereses de los poderosos y que no ayudan a corregir las desigualdades sociales. El debate existe en el mundo intelectual desde hace años y puede detectarse en una obra como ésta, que, justamente por tener vocación de difusión masiva, adquiere, lo pretenda o no, un cierto carácter representativo del entorno ideológico en el que los creadores se mueven, en este caso los movimientos de la izquierda más woke.

Lo que Matrix Resurrections nos sugiere es que el discurso anticapitalista ha dado paso a un nuevo enemigo que ya no es material sino cultural. No es difícil identificar (aunque la película no lo mencione) al malvadísimo heteropatriarcado, un ‘monstruo’ contra el que se lucha mediante nuevos relatos, como vemos cada día en nuestras pantallas, a poco que afinemos la mirada. Relatos inclusivos (también en esta película hay diversidad racial, con protagonistas de distintas procedencias); relatos feministas (Neo y Trinity comparten superpoder y es ella la primera que aprende a volar dentro de Matrix); historias de empoderamiento femenino (el cabecilla de los rebeldes es ahora una mujer); relatos de amores homosexuales… Si no podemos cambiar la realidad, podemos al menos formatear las mentes y definir su forma de mirar e interpretar el mundo, nos dice Matrix Resurrections. Esa es la batalla en la que estamos. Y por ello no sólo es conveniente, sino imprescindible, estar prevenidos.

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