Fundado en 1910
Pedro González-Trevijano en la presentación de 'El juicio: causa contra Bruto y Pilatos'

Pedro González-Trevijano en la presentación de 'El juicio: causa contra Bruto y Pilatos'Cristian Marfil

Entrevista a Pedro González-Trevijano

«Los baluartes de la civilización occidental son la filosofía de Grecia, el derecho de Roma y el cristianismo»

El expresidente del Tribunal Constitucional presentó su libro 'El juicio: causa contra Bruto y Pilatos'

Bruto, como asesino más destacado de Julio César en la Curia del Teatro Pompeyo de Roma, y Poncio Pilatos, prefecto de la provincia romana de Judea, como responsable por omisión de la muerte de Jesucristo, han sido dos personajes condenados por la historia debido a sus actos.

¿Y si se planteara una apelación que llevara a una revisión de su caso y a un juicio histórico en el que se defendieran?

Con esa premia, el expresidente del Tribunal Constitucional, Pedro González-Trevijano, plantea su libro El juicio: causa contra Bruto y Pilatos, un ensayo teatral sobre el encausamiento histórico de Bruto y Pilatos.

González-Trevijano explicó a El Debate el contenido del libro justo antes de su presentación en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España.

Presentación del libro 'El juicio: causa contra Bruto y Pilatos'

Presentación del libro 'El juicio: causa contra Bruto y Pilatos'Cristian Marfil

Allí, se hizo una lectura del texto teatral con la participación del expresidente y magistrado de la Sala Segunda del Tribunal Supremo, Manuel Marchena, del exfiscal general del Estado, Eduardo Torres-Dulce.

— Un juicio histórico a Bruto (uno de los asesinaos de César) y a Poncio Pilatos es una premisa inmejorable. ¿Puede explicar el contenido del libro?

— El libro tiene dos contenidos estructurados de formas distintas, pero en la misma publicación. Por una parte, recoge un ensayo teatralizado, muy pormenorizado, muy detallado, con más de 400 notas a pie de página, en la que se construye la hipotética recreación de un juicio, un juicio ante la historia que se realiza, por un lado, a Bruto, que es la persona más conocida de los que atentan contra la vida de Julio César. Y simultáneamente, a Pilatos que, en este caso, no un homicida por acción, sino por omisión, pues aun sabiendo que Jesucristo es inocente, permite su condena.

Esta primera parte del libro, que es muy detallada, se complementa luego en sentido contrario con una síntesis del ensayo, que tiene 200 páginas y más de 400 notas de pie de página, en 80 páginas. Sería una versión breve, sin notas a pie de página, para poder representarlo.

La tesis que construye el libro es la siguiente: La historia está llena de magnicidios de todo tipo. Desde la muerte de Filipo II, el padre de Alejandro Magno, que fue asesinado por un guardia cuando se iba a casar en segundas nupcias; continuando con la muerte de Enrique III y Enrique IV, Reyes de Francia, por dos fanáticos religiosos; la muerte del Archiduque Francisco Fernando de Austria en Sarajevo, que provoca ni más ni menos en el año 1914 la Primera Guerra Mundial; y quizás el más significativo, la muerte del presidente Kennedy en el año 1963. También el presidente Lincoln fue asesinado.

España ha tenido también muchos magnicidios. España es el país con más magnicidios de los países occidentales. Aquí tuvimos la muerte del general Prim, después el magnicidio de Cánovas del Castillo, luego asesinaron a Canalejas, después a Eduardo Dato y, finalmente, a Carrero Blanco.

Algunos de los asistentes a la presentación del libro

Algunos de los asistentes a la presentación del libroCristian Marfil

En los últimos tiempos también hemos tenido asesinatos e intentos de asesinato: mataron a Aldo Moro, mataron a Olof Palme, intentaron matar a Reagan, intentaron matar hace poco al presidente Trump…

Bruto y Pilatos: estos dos personajes se encuentran en una recreación en el noveno círculo del Infierno de Dante y presentan un recurso de revisión ante la historia.

Este recurso de revisión ante la historia cae en manos del emperador Marco Aurelio. Son trasladados a Roma y en Roma se visualiza un juicio. Por lo tanto, este juicio lo preside como magistrado el emperador Marco Aurelio, el emperador filósofo que es el que escribe el libro de las Meditaciones, que es quien canaliza el procedimiento.

Luego hay un fiscal que es Robespierre, que es el que ejerce la acusación fiscal contra Bruto y contra Pilatos. Y luego hay dos abogados que defienden uno a Bruto y otro a Pilatos.

Se produce un juicio, exactamente igual que los que se han visto en una obra o en las películas. El secretario le pregunta a Pilatos cómo se declaran y ellos dicen que se declaran responsable, pero no culpable.

Entonces, Bruto explica que César, el padre de Roma, era un general victorioso, una persona importantísima, pero se había convertido en un sátrapa, en un tirano que quería derrumbar los principios de la República que se veía obligado a defender.

Pilatos dice: ‘Yo era un militar romano de escasa formación que llegó a una tierra inhóspita, donde la gente llevaba matándose miles de años. Intenté salvar a este señor, hice todo lo posible y un poco más, pero en fin, a veces en la historia uno no se comporta con la probidad y con la justicia con que se tiene que comportar. En cualquier caso, yo no soy creyente, yo no soy adivino. Yo no sabía que esta persona era el Hijo de Dios’.

La obra de teatro, pues, es una diatriba con acusaciones y con defensas a favor de Bruto y de Pilatos y, en consecuencia, a favor o en contra también de César y el papel de Cristo, de los judíos.

— ¿Qué lecciones extrae de esta configuración del juicio a Bruto y Pilatos?

— La primera circunstancia es que los magnicidios llevan existiendo miles de años, desde los tiempos clásicos de la antigüedad griega y romana, y se siguió desarrollando a lo largo de la Edad Media, de la Edad Moderna y siguen persiguiéndonos en la historia contemporánea.

Parecen una constante en nuestra vida política, tanto occidental como no, y tanto en regímenes autoritarios o en regímenes del Antiguo Régimen, como en democracias constitucionales o regímenes constitucionales en las que, bueno, pues, los magnicidios sigan produciéndose de una forma u otra.

Parece que las sociedades y las organizaciones políticas, sean democracias o no lo sean, no acaban de librarse nunca de determinados magnicidios que ponen fin a la vida de los jefes de Estado o de los presidentes del gobierno.

En la antigüedad, en el pensamiento de la Escuela Española de Derecho Natural y en algunos movimientos políticos, se dice que hay algunos casos extremos en los que no solamente hay que desobedecer al príncipe, sino que cuando el príncipe se convierte en un sátrapa, se convierte en un tirano, pues hay incluso el derecho, en ocasiones muy excepcionales, a matarlo. Es lo que se llama la teoría del tiranicidio. Hoy en día esta teoría es una teoría que está evidentemente superada, que desde un punto de vista moral y político es reprobable.

Pero en su momento, desde los tiempos de la antigüedad clásica, desde los tiempos de Roma, desde el derecho de la Edad Media, se construyó toda una teoría para explicar qué se hacía cuando un príncipe, un Rey, iba más allá de lo que le estaba consentido.

Cuando matan al presidente Lincoln, en el Teatro Ford, la persona que lo mata, que era un sudista de nombre Wilkes, al disparar contra él exclama una frase muy conocida: «Sic Semper tyrannis», «así siempre a los tiranos».

En este libro se hace un estudio muy detallado de César, de Bruto, de cómo era la vida política en Roma, de cómo se produjo el asesinato de César, del contexto político, religioso, ideológico de los años de la muerte de Jesucristo...

Y aquí laten, aunque sea tangencialmente, las grandes cuestiones de los grandes principios de la vida política. El primero de ellos, si el fin justifica los medios. En segundo término, la obligación de los gobernantes de comportarse correctamente, de adecuar su comportamiento a los principios morales. La vida política también debe estar sometida a principios morales.

Si en un supuesto extraordinario está justificada la sublevación de la sociedad civil y que ha supuesto, incluso en un momento extraordinario, un tiranicidio.

— Recurre al género teatral. ¿Le gustaría ver su libro llevado al escenario?

— Esta es la segunda obra de teatro que he escrito. La primera de ellas la escribí el año 2020, que se llamaba Adonay y Belial, que era el nombre de uno de los diablos. Se publicó en el año 2020 y se representó en 2022 en el Teatro Fígaro de Madrid durante 30 días. A toda persona que escribe una obra de teatro le gustaría ver representada su obra de teatro. Es verdad que el destino natural del teatro es representarlo, que es donde gana toda la viveza, toda la entidad. Pero también es cierto que el teatro es un género literario y a las personas que les gusta también se satisfacen leyéndolo.

— Su libro nos remite a la antigua Roma, a la cultura clásica. ¿Debemos volver a mirar a nuestros orígenes para ver con más claridad nuestro presente y, sobre todo, nuestro futuro?

— Decía Javier Zubiri, discípulo de Ortega y Gasset, que la civilización occidental, y yo lo comparto plenamente, se ha construido sobre la filosofía de Grecia, el derecho de Roma y el cristianismo. Son los tres grandes baluartes de la construcción de la sociedad occidental.

Creo que en estos últimos 20 o 25 años hemos observado cómo se ha producido una estupenda socialización de la educación que ha permitido, sin duda, que personas con escasos medios económicos tengan la oportunidad de poder acceder a la enseñanza media y también a la enseñanza universitaria en unas dimensiones desconocidas en otros tiempos.

Pero también es verdad que, tristemente, esta extensión de la educación no ha preservado, a mi modo de ver, los debidos niveles de exigencia y de calidad. La extensión del conocimiento es una noticia excelente, pero hay que preservar la excelencia, la calidad y el esfuerzo. Y yo creo que no se puede construir una personalidad en el siglo XXI, sin tener un conocimiento de las fuentes clásicas, y las fuentes clásicas, se encuentra fundamentalmente en Grecia (en lo que se refiere al pensamiento filosófico) y en Roma (en lo que se refiere al derecho romano). Este es un déficit que a mí me parece extremadamente peligroso.

Yo creo que la formación de las personas, más allá de encauzarse para poder desarrollar un trabajo, que es importantísimo, y buscarse una actividad profesional, no puede quedar encorsetada solo a satisfacer contenidos especializados y técnicos sin tener una formación general.

comentarios
tracking