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El experto en inteligencia artificial Paolo Benanti
Entrevista
Paolo Benanti, experto en Inteligencia Artificial: «Temo por el fin de la clase media»
El franciscano cree que la humanidad está en crisis por su incapacidad para diferenciarse de la máquina
Mientras estudiaba ingeniería, le sobrevino la vocación franciscana, cuyo austero hábito luce en las reuniones a las que acude: es miembro de la Academia Pontificia para la Vida y presidente del Grupo de Trabajo de Inteligencia Artificial dentro de la correspondiente agencia creada por el Gobierno de Italia.
Acaba de publicarse en España la edición castellana de su libro La Era Digital (Encuentro), en el que expone las claves del cambio de época que vivimos. Es Paolo Benanti (Roma, 1973) y conversamos con él minutos antes del coloquio que ha mantenido en la Fundación Pablo VI con Jesús Avezuela (director de la Fundación) y Carme Artigas, que ha sido secretaria de Estado de Digitalización. Artigas y Benanti coinciden en el órgano asesor de la ONU para la IA.
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La era digital (Encuentro) de Paolo Benanti
Según Benanti, la tecnología «puede moldear y definir nuestras preferencias y libertad de expresión», de modo que la exigencia ética que supone la IA es ineluctable. Asegura que «no hay tecnología neutral», pues toda tecnología conlleva un impacto; en el caso actual, la creación de una «realidad diferente». Aunque evita el tono fatalista, advierte de que esta nueva realidad sustituye el derecho a la propiedad física por un mero uso de software, y que puede acontecer una concentración de poder. Y añade: «temo por el fin de la clase media».
–En su libro habla sobre la relevancia de la cultura pop y su relación con la «era digital». ¿Podría explicarlo?–La cultura digital sucede dentro de una cultura pop. Si no tenemos en cuenta que lo digital sucede dentro del universo cultural pop —que no es el folk, no es lo tradicional, sino que acontece en productos que no son simplemente bienes de consumo, sino que además, en ausencia de identidad, ayudan a asumir la identidad—, es evidente que no estamos percibiendo toda la gama de valores simbólicos que constituyen los objetos digitales. El teléfono móvil en cuanto tal, el smartphone, en cuanto que smartphone, no es simplemente un objeto de consumo, sino un objeto de consumo que es capaz de comunicar una identidad, de tener un poder simbólico, de alcanzar una serie de significados que, de otro modo, quedarían fuera de nuestro alcance.
Basta con ver el contenido de nuestros bolsillos, (...) porque el teléfono móvil ha absorbido a muchos de esos objetos (...) Ahora todo eso se encuentra dentro de este paralelepípedo de acero y silicio
–Dice Robert Redeker que nosotros somos los gadgets de nuestros móviles. ¿Está usted de acuerdo?
–Habría que añadir que quizá el análisis más interesante, desde este punto de vista, es el de Adam Greenfield en su libro Radical Technologies, el cual nos recuerda que son dos las tecnologías que están prácticamente reescribiendo los límites de nuestra realidad: el Internet de las Cosas y los smartphones. Basta con ver el contenido de nuestros bolsillos, lo que llevamos en nuestros bolsillos. En los últimos diez o quince años, se ha reducido de manera drástica, porque el teléfono móvil ha absorbido a muchos de esos objetos: llaves, tarjetas y toda una serie de elementos de nuestro día a día. Ahora todo eso se encuentra dentro de este paralelepípedo de acero y silicio que convierte la realidad en algo permeable, nos mantiene siempre conectados y siempre presentes.
–Usted habla en este libro de lo posthumano. ¿Qué es lo posthumano?
–No se trata de una respuesta fácil, porque lo posthumano es más bien un conjunto de autores con muchas tendencias diferentes que se caracterizan por una dificultad de fondo a la hora de reconocer qué es la naturaleza humana y qué significa ser hombres. Es una etiqueta que nos ayuda a distinguir a una serie de autores, no tanto una escuela, porque se parece más a un contenedor como pudo ser el post–estructuralismo. De manera que lo posthumano es una fase en la que, entre la máquina que funciona y el hombre que existe, nos cuesta decir qué diferencias debería haber.
Hoy no buscamos a los dioses, sino que buscamos convertirnos en dioses, es decir, cambiar nuestra condición humana a una condición no humana
–¿Debemos tener miedo de lo posthumano, o hemos de confiar en su advenimiento, como aseguran ciertos profetas?
–El auténtico problema atañe a la ética, y buscar el bien no consiste en dejarse guiar por el miedo. Si queremos tener una perspectiva ética de las tecnologías, debemos preguntarnos qué implica la intención de pretender hacer el bien mediante estas tecnologías, y no dejarnos guiar por un miedo que no sea completamente cierto.
–En el mito de Prometeo podemos encontrar una alusión al impacto de la tecnología (el fuego) y la inteligencia humana, porque el hombre no es ni una bestia ni tampoco un dios. ¿Qué diferencia hay entre el fuego de Prometeo y nosotros?
–Básicamente, que ya no hay dioses a los que robar el fuego. Esta es la principal diferencia: si Prometeo pretendía simplemente robar el fuego a los dioses, nosotros hoy no buscamos a los dioses, sino que, mediante el fuego, buscamos convertirnos en dioses, es decir, cambiar nuestra condición humana a una condición no humana. Por eso, ya no tenemos mitos, sino ciencia ficción. En este paso de la creencia en el mito —pensar que hay algo en el pasado que explica nuestro presente— a la ciencia ficción —la utopía hacia la cual deberíamos encaminarnos—, se despliega todo el drama de los tiempos modernos, dictados por la ciencia ficción, que asumen un poder mitológico y una ausencia de fundamentos que nos ayude a enfrentarnos a los desafíos.
Frankenstein era un monstruo, ahora va a ser un cyborg indistinguible que provoca que la línea de demarcación entre el hombre y la máquina resulte sustancialmente muy problemática
–¿Es Frankenstein el «moderno Prometeo»?
–En realidad, no. Cuando la tecnología se desarrolle más, nos encontraremos con un nuevo modelo —el cyborg— en el cual será indistinguible lo bueno y lo malo. El cyborg es como el hombre, pero no es humano. El cyborg altera la naturaleza humana haciéndola irreconocible. Los habrá superhéroes y también supervillanos. Lo que en su momento era el monstruo —y Frankenstein era un monstruo porque tenía algo que mostrar a los demás— ahora va a ser un cyborg, que lo lleva oculto en su interior, lo hace indistinguible y provoca que la línea de demarcación entre el hombre y la máquina resulte sustancialmente muy problemática. Todo esto tiene rasgos de posthumano. Pero también tiene rasgos de una humanidad en crisis que parece incapaz de decir qué diferencia hay entre ella y la máquina —y cuál es el lugar de la dignidad—, entre una máquina que parece muy capacitada y un hombre que padece sus fragilidades.
–Acaba usted de referirse a la humanidad en crisis. ¿Estamos cansados de ser humanos?
–Es algo que cabe plantearse, pero creo, sin más, que nos hallamos en una etapa en la que debemos redefinir qué significa ser humano. Y la necesidad de esta redefinición constituye el desafío intelectual de nuestra época, de la fe, pero también de la vida cotidiana. Nos encontramos ante la necesidad de volver a decirnos a nosotros mismos qué significa ser humanos.
Somos una especie rara, porque disponemos de esta capacidad de adaptarnos y coexistir con la tecnología
–¿Somos hoy quizá menos inteligentes que ayer, porque hemos delegado nuestra inteligencia en las máquinas?
– Me parece algo muy ilusorio, porque ¿Cuántos de nosotros tienen el poder de usar estas máquinas? En realidad, las personas que pueden acceder a las inteligencias artificiales son muy pocas. En cambio, lo que tenemos ante nosotros es la idea de una humanidad que, desde siempre, con sus herramientas, adapta su naturaleza. Si miramos cómo se desplazan los seres vivos sobre la tierra, el hombre es el menos eficiente energéticamente. Un guepardo es mucho más eficiente que nosotros, y un pájaro aún más. Pero si montamos en bicicleta, de repente nos convertimos en el ser más eficiente que existe a la hora de desplazarse. En parte, la tecnología nos cambia; pensemos en las gafas, los marcapasos, los dispositivos médicos. Somos una especie rara, porque disponemos de esta capacidad de adaptarnos y coexistir con la tecnología.