Para TVE, todos somos imbéciles
TVE advierte sobre las películas y condena a Israel, mientras Putin logra una victoria indirecta y Galdós y Beethoven comparten ideario con Vargas Llosa, «comunista» en la hora postrera

Eden Golan, la representante de Israel en Eurovisión 2024
En TVE, sus nuevos dirigentes, personas de una mediocridad pasmosa, pero bien dispuestas a hacer lo que sea para complacer a sus superiores, llevan ya algún tiempo pensando que la gente es imbécil. Y así tratan a la clientela que costea sus abultados salarios mediante los impuestos.
Salen a majadería diaria, sin rendir cuentas, como si sus dislates no tuvieran más freno que el de su propia audacia. El presidente del Ente, José Pablo López, en una muestra de algo muy parecido al antisemitismo, más propio de Goebbels, acaba de solicitar que se debata si es conveniente que Israel participe en el bodrio de Eurovisión (en realidad, ese mismo país daría una lección suprema si se retirara del certamen amparándose en una cuestión estética).
No hay que ser muy perspicaz para ver que lo que este hombre sugiere es el veto o cancelación directa de ese país como invitado del evento musical. Pero lo peor no es la ocurrencia, reveladora de un comportamiento intolerante como el de esos fascistas a los que cada día invocan, sino la propia justificación. Dicen que la medida debería adoptarse porque así lo reclaman numerosos grupos de la sociedad civil española, incómodos con la posible intervención de Israel.
O sea, que podría resultar conveniente y hasta eficaz movilizarse en este caso particular… En cambio, el mismo criterio no se aplica cuando a otras tantas personas les resulta inconveniente que se contrate como presentadora de un programa zafio y deplorable, por tanto, innecesario, a una autoproclamada hooligan del presidente del Gobierno que ha afirmado, por ejemplo, que Madrid es «un sumidero».Saquen la cuenta: por coherencia, incluso si son el mismo número las personas molestas con la actuación de Israel en Eurovisión que las que desearían que el nuevo Sálvame nunca se emitiera en TVE, el empate obligaría, como mínimo, a eliminar el programa de Inés Hernand y Belén Esteban. Quid pro quo, ¿o a la audiencia solo se la escucha cuando su discurso coincide con el de los directivos de la cadena pública?
Y como la estulticia nunca suele parar en mientes, otrosí: los filmes de Mariano Ozores, Esteso, Pajares y por ahí, que se emitan en TVE, ahora incorporarán una seria advertencia: «Las circunstancias contenidas en esta película se enmarcan en una época determinada y deben ser entendidas en el contexto o social de dicha época».
Demasiado largo. Quizá deberían poner en este y todo tipo de programas: «Si no es capaz de pensar por sí mismo, queme la tele».
En Londres, Putin ya ha ganado la guerra
¿Será la percepción de que la guerra se aproxima a su fin o simplemente una decisión económica? Lo cierto es que cuando se anuncian las próximas programaciones de los principales teatros europeos, parece claro que la soprano rusa Anna Netrebko, otrora expulsada por varias de estas instituciones por su afinidad (nunca negada) con Vladimir Putin, ha logrado una relevante victoria, les ha torcido el brazo.
En la temporada 25/26, Anna Netrebko, después de tres años de ostracismo, regresará a las programaciones de Zúrich, Berlín… y Londres. Particularmente resulta sorprendente su retorno a la joya de Covent Garden, porque hasta ahora el Reino Unido y EE. UU. parecían mantener una política idéntica en sus vetos. De hecho, la diva continúa sin poder actuar en el Met de Nueva York, una de sus principales casas artísticas hasta 2022.

Anna Netrebko en la inauguración de temporada del Teatro Real
Es curioso que Netrebko siga cancelada en territorio trumpiano, mientras el ardoroso guerrero británico, Starmer, lo deja correr… Porque en la capital inglesa, acaban de ponerle alfombra roja. Su regreso allí no será cualquier cosa: inaugurará la temporada londinense con una nueva producción protagonizada por ella (Tosca de Puccini), interpretará otro título más y hasta un recital. Una rehabilitación con honores.
Esta súbita mudanza puede resultar un simple detalle pero, en el fondo, parece otro signo más de la probable victoria de Putin (sólo hay que ver la indiferencia con la que se ha acogido la última matanza). Únicamente quedaría por determinar el alcance de las cesiones.
Resulta claro que ni EE. UU. va a comprometer más recursos para ayudar a Ucrania ni Europa, pese a las bravatas de sus dirigentes, seguidas de episodios como el vodevil del kit de supervivencia, puede superar ya su propia inercia: al asumir la representación unitaria de estados nacionales con características particulares y distintas visiones, es casi imposible adoptar decisiones comunes auténticamente relevantes, más allá de complicarle la vida a sus ciudadanos con trivialidades, para justificar la bien remunerada incompetencia.
Aunque también hay quien opina que este cambio de actitud obedece exclusivamente a la necesidad urgente que tienen los teatros de recaudar. La taquilla se resiente desde antes de la pandemia, falta público y prescindir de las únicas estrellas con las que se agotan las localidades, a la larga, resulta tan insostenible como el precio de la guerra. Por eso hay que recular: al final, si se sigue comprando su petróleo, ¿por qué renunciar al talento de sus magníficos artistas? Otra hipocresía más.
Vargas Llosa, Galdós y Beethoven, idéntico compromiso
Uno de los primeros en caer rendido ante las virtudes artísticas (y su belleza, como se desprendía sin disimulo de aquella crónica) de la entonces joven Anna Netrebko fue el difunto Vargas Llosa. El escritor peruano solía acudir a las citas veraniegas del festival de Salzburgo. En una de aquellas visitas, escuchó una Traviata que lo deslumbró hasta concebir un artículo dominguero.
Tampoco solía perderse los estrenos en el Teatro Real hasta que se separó de Isabel Preysler. En cambio, apenas hay referencias a esa afición musical en sus libros, más allá de la pieza periodística mencionada, y alguna otra, en sus maravillosas novelas y ensayos. Al menos no le sucedió de un modo tan relevante como a otro asiduo del teatro madrileño, su admirado Pérez Galdós.

Mario Vargas Llosa
Claro que el autor de Fortunata y Jacinta cultivó la crítica musical durante veinticinco años: escribió de lo que sabía o conocía mejor, por eso las novelas del canario están repletas de referencias a los dramas líricos de Meyerbeer o Rossini, compositores que en su día ocupaban un lugar central entre los aficionados de la capital. Sus comentarios poseen un interés relativo, como los de su buena amiga, la Pardo Bazán.
No, no ha habido muchos escritores en lengua castellana que, como Thomas Mann entre los germanos, llegaran a sumergirse a fondo en el hecho musical. Seguramente el más eficaz de todos fuese Alejo Carpentier, del que Vargas Llosa decía que había escrito la mejor novela hispanoamericana del siglo XX, la mahleriana Los pasos perdidos.
Pero volviendo al responsable de los Episodios nacionales, la divulgadora musical Marta Vela acaba de publicar estos días un interesante librito, Beethoven y Galdós, vidas paralelas. La autora defiende la tesis de que, más allá del tributo constante que el escritor dedicó en sus creaciones literarias al coloso de Bonn, esa devoción se sostenía mediante una cierta afinidad ética entre ambos. «Compartían una misma idea de virtud a través del cultivo del espíritu por medio del arte», apunta.
Ambos, Galdós y Beethoven, eran liberales a su manera: «abanderados del progreso –artístico y, por ende, social–, honraron al modelo de artista comprometido con los conflictos de su tiempo, en pos de un sociedad más libre, justa e igualitaria, contra el oscurantismo de los poderosos y el fanatismo de los ignorantes (…) Beethoven, desde una posición más idealista de la libertad, con la esperanza del fin de la tiranía; en Galdós, desde una visión más pragmática de la realidad, ligada a la economía de mercado y al supremo arbitrio de la ley», escribe Vela. Imposible no ver reflejado ahí, también, al autor de Conversación en la catedral, el último gran escritor hispanoamericano.
Murió comunista, cómo no…
Con el cadáver aún tibio, ya algunas plañideras de la izquierda, más o menos ilustres (poco, su fama se agota en el minúsculo rincón de sus tasadas cofradías literarias), han comenzado «a arrimar el ascua a su sardina». Por suerte, aquí se verifica lo de verba volam, scripta manent, que viene a querer decir algo así como que, frente a la futilidad volandera de la palabra, siempre permanecerá la solidez de lo que se deja por escrito.
Porque quienes no pudieron tolerar que el último Nobel verdadero no se revelase a última hora como un convencido socialdemócrata (conocedor de la falacia de un término referido a personas que normalmente tienden poco a lo social, y menos aún creen en la democracia) andan enredando para que Vargas Llosa admita, post mortem, que en realidad él se dedicó a jugar con las palabras para lograr un puesto de honor entre «la gente bien», ya que, como todos saben, jamás abjuró de un precoz comunismo curado a tiempo.
Que si Sartre por aquí…, que si a mí me llegó a confesar durante una cena a la luz de las velas, en aquellos postreros días madrileños de su libertad recobrada (cuando decidió que los canapés ya no tenían el mismo sabor), que quizá se había equivocado, … La tarea de reconstrucción nacional ha comenzado. Vargas Llosa es demasiado valioso, cuenta con demasiados adeptos como para propiciar una cancelación que, en cualquier caso, de producirse llegaría tarde, cuando los vientos de la historia parecen estar virando en una dirección que haría irrelevante cualquier operación denigratoria para evitar que la influencia de su ejemplo, el prestigio, se mantenga incólume en el tiempo.
Así que, en lugar de eliminarlo, lo mejor es comenzar a difundir la especie de un incierto arrepentimiento póstumo que incluso avalarían algunas de sus postreras decisiones. La huida de la mansión de Puerta de Hierro, por ejemplo, conllevaría un inteligente cambio de postura, una enmienda de sus principios, una conversión a la inversa.
Pues se van a quedar con las ganas. Porque, salvo que aparezca una obra inédita en la que el escritor decidiera hacer pública contrición para mostrar su rechazo a todo aquello en lo que creía (y estaría perfectamente en su derecho) para volver a la casilla inicial, no hay nada en sus escritos (las interesadas confesiones a media luz pertenecen al ámbito del chascarrillo) que pueda hacer intuir que Vargas Llosa no fue otra cosa más que un intelectual profundamente comprometido con la defensa de la libertad.