
Don Quijote visto por Gustave Doré
Así influyó el 'Quijote' en el modo de hablar en español
La importancia del Quijote es tan grande que su impronta ha quedado marcada para siempre en el modo de hablar de los hispanohablantes de cualquier generación
La lengua española está irremediablemente ligada, y tal vez para toda su existencia, al Quijote de Miguel de Cervantes.
La influencia e importancia de la obra fundacional de la novela moderna se puede considerar también como fundacional del español moderno.
Es indudable que en la historia del castellano y de la literatura castellana hay un antes y un después del Quijote. También de la literatura universal.
Su importancia es tan grande que el Quijote incluso ha influido en el modo de hablar de los hispanohablantes.Da igual que hoy sean cada vez menos los hablantes y lectores que hayan leído la genial obra magna de Cervantes.
El texto protagonizado por Alonso Quijano y Sancho Panza se ha mimetizado tanto con la lengua española que su influencia ha quedado en el subconsciente colectivo de los 500 millones de hispanohablantes de (valga la referencia a la Constitución de Cádiz) ambos hemisferios.
Bien podría producirse un olvido generalizado del Quijote –si se diera la peor de las distopías posibles– quemarse todos los ejemplares de la novela y que desapareciera todo su rastro de la faz de la tierra, que sería lo mismo.
Las andanzas del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha seguirían impresas a fuego en el alma y la lengua de los hablantes de español.
Solo hay otro libro que haya plasmado su impronta con semejante fuerza en el imaginario colectivo de los hispanohablantes, y es la Biblia, pero de ello hablaremos en otra ocasión.
Su influencia capital es tal que la expresión «la lengua de Cervantes» –que no la de Quevedo, Lope o Calderón– se emplea hoy como sinónimo de lengua española.
Las referencias al Quijote, bien o mal citadas –que hasta para pervertir a los clásicos son los hispanohablantes inigualables–, son frecuentes en nuestro modo de hablar y pensar.
¿Quién no ha empleado la expresión «con la iglesia hemos dado, Sancho»? ¿O su versión errónea pero más popular, «con la iglesia hemos topado»? De tanto oírla en contertulios y políticos cada vez que se da un choque Iglesia-Estado se ha convertido en cliché. Pero cliché cervantino, que le da más empaque.
Ningún español es incapaz de no pensar en el Quijote cada vez que circula en su coche por las carreteras que atraviesan los campos yermos y castigados por el sol de La Mancha y se topa con los impertérritos molinos blancos que Alonso Quijano –llevado por su bendita locura o confundido por el diablo– tomó por gigantes y acometió contra ellos para terminar catando el polvo.
Un hispanohablante un poco más cafetero de la obra de Cervantes gritaría en ese momento: «¡Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete!».
Cervantes supo retratar a la perfección en su personaje inmortal –Don Quijote– esa gallardía y arrogancia de la que ha hecho históricamente gala el español como elemento cultural distintivo de su raza. Incluso en los tiempos de hoy, donde el delirio woke hace estragos en los espíritus débiles, los españoles seguimos siendo «quijotescos», porque hasta para eso nos ha dejado Cervantes un adjetivo.
«Gigantes he vencido, y follones y malandrines le he enviado», bien podría ser la divisa de cualquier español de siempre.