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Cartel 'El verano también es nuestro' del ministerio de IgualdadMinisterio de Igualdad

Igualdad e Irene Montero también arremeten contra el arte en su cartel 'El verano también es nuestro'

La hermosa tradición cartelista iniciada en el París del XIX por Jules Chéret, e inmortalizada por artistas como Toulouse-Lautrec o Ramón Casas, se ve ensuciada por el inadecuado cartel del ministerio

El cartel es arte. O más exactamente se convirtió en arte. Fue una especie de rebeldía contra el academicismo. «Vamos a hacer arte con esto, en otro soporte», pensaron esos artistas. O mejor, Jules Chéret, el padre del cartelismo. Una estrella de Montmartre con gran fama a mediados y finales del XIX.

'Yvette Guilbert' (1891), de Jules Chéret

Por el cartel de Chéret vieron muchas grandes artistas una nueva forma de expresarse, una ventana, un balcón con vistas, que además aproximaba el arte a la gente, a la vida normal, a la vida común, lejos del elitismo de los lienzos que podían ser representados, y con gran libertad, en grandes espacios públicos donde todo el mundo podía verlos.

Nueva forma de expresión artística

Era además el dinero de la publicidad, de las marcas, de las empresas, para esos genios, la mayoría pobres, encerrados en su montaña del Sagrado Corazón. Toulouse-Lautrec casi se entregó al cartelismo que le permitía ganarse bien la vida. Pierre Bonnard fue otro de los destacados artistas-cartelistas.

'Moulin Rouge: La Goulue' (1891), De Toulouse-Lautrec

El español Ramón Casas también elevó a grandes cotas el género. Fue toda una inspiración con grandes influencias. Buena parte de los llamados nabis, influidos por Gauguin y dirigidos por Sérusier, impulsaron el cartelismo con su característica esencial del color. Los nabis llenaron todo tipo de publicaciones con sus colores irreales y sus líneas sencillas, gruesas.

'France-Champagne' (1891), de Pierre Bonnard

El papel amarillo de las estampas japonesas era otro de los pilares. El arte, la decoración, lo representativo o el mundo real pintado para siempre. O escrito para siempre. El influjo en otras artes fue notable y la maravillosa vitalidad del cartelismo se extendió por todo el mundo. Quién le iba a decir a, por ejemplo, la humilde artista de cabaret, Jane Avril, que pasaría a la eternidad gracias a los carteles de Toulouse-Lautrec.

'Anís del Mono, mono y mona' (1898), de Ramón Casas

Y quien nos iba a decir que más de un siglo después, una preciosidad como el cartel de Chéret, de los nabis, Toulouse o Ramón Casas iba a ser vandalizado por los carteles del ministerio de Igualdad español, que debe de contratar a «artistas» con la misma capacidad de sus ministeriales, empezando por la titular.

No parecía sencillo conseguir que la igualdad en realidad nos separara a todos, pero ellos lo consiguieron. Desde el mismo momento en que se tuvo la idea de crear una cartera sobre el concepto, la cosa ya pintaba fea. Imagínese una vez creado el monstruo, dirigido por incapaces y sectarios y regado con chorros de dinero público.

«Violencia estética»

Personas reales representadas sin permiso ni conocimiento, cuerpos editados, una pierna ortopédica que desaparece, tipografías sin licencia para hacer un cartel innecesario y doctrinario contra una «violencia estética» que no se ve en ninguna parte.

Solo hace parte comprobar in situ la normalidad con la que las personas muestran sus cuerpos sin tapujos en las playas españolas. Hasta Cayo Lara, el exlíder de Izquierda Unida, ha reconvenido a Montero en Twitter por la impropiedad de la campaña.

Este ministerio que ni siquiera puede hacer un cartel, no ya de calidad, sino solamente veraz, hubiera sido otra cosa en manos de Toulouse Lautrec o Ramón Casas, al menos en lo que se refiere al cartelismo. Quizá hubiéramos podido ver a una Irene Montero inmortal como a Jane Avril, o, si no, simplemente un cartel no manipulado y tergiversado.

Aunque qué se puede esperar del engendro. ¿Arte? Tampoco. Ni mucho menos. Desde luego que no. Ni siquiera en los carteles que ensucian un género tan hermoso.