«El hombre de la bata roja». Travesía por la Belle Époque en compañía del doctor Pozzi
El británico Julian Barnes escribe una obra de difícil clasificación genérica, donde el apunte ensayístico y la historia conviven con la biografía, la crítica de arte, la crónica y la ficción.
El hombre de la bata roja (Anagrama, 2021) de Julian Barnes (Leicester, 1946) es un fabuloso fresco político, social, cultural y estético de la Belle Époque. Esta expresión, con la que se designa el tiempo de paz transcurrido entre la derrota de Francia en 1870-1871 y la victoria francesa de 1914-1918, «no se incorporó al lenguaje hasta 1940-1941, tras una nueva derrota de Francia», como precisa el escritor británico.
Lector voraz, estrechamente ligado al universo de la palabra como lexicógrafo para el Oxford English Dictionary, fascinado por el cuadro El doctor Samuel Jean Pozzi en casa de John Singer Sargent, escribe una obra de difícil clasificación genérica, donde el apunte ensayístico y la historia conviven con la biografía, la crítica de arte, la crónica y la ficción. Sobre el telón de fondo de una época «de gran riqueza para los ricos, de poder social para la aristocracia», de sofisticado esnobismo, de mecenazgo artístico «con más de una pincelada de decadencia», el lector asiste al retrato del último florecimiento de las artes y del esplendor de una alta sociedad que se mueve por los círculos de los grandes salones, casinos y óperas, antes de que fueran dinamitadas todas sus seguridades.
anagrama / 336 págs.
El hombre de la bata roja
El lector se adentra en la Belle Époque a través del retrato de tres hombres que en junio de 1885 llegan a Londres con una carta de presentación del pintor Sargent, cuyo destinatario era Henry James. Se trata del doctor Pozzi, un científico brillante y liberal «plebeyo con apellido italiano», coleccionista de libros y de obras de arte (Bellotto, Tiepolo, Guardi, Turner, Delacroix, Géricault, Corot…), traductor de Darwin y conversador cultivado, que estaba especialmente dotado de una refinada habilidad para conocer a tout le monde y para estar en todos los sitios en los que hay que estar y en el momento preciso, sin que esto le convirtiese en un omnipresente oportunista sino en la más oportuna de las presencias.
El segundo personaje es el singular y excéntrico conde Robert de Montesquiou-Fézensac, esteta, «arquetipo del aristócrata-poeta-dandi» y «uno de los primeros franceses que se ponía un esmoquin para las veladas», que fue retratado por Giovanni Boldini; experto en arte y árbitro de la moda, se definió a sí mismo en la dedicatoria de una fotografía que le envía a Proust como «el monarca de las cosas transitorias»; escribió poesía parnasiana y fue el inspirador de dos inmensos personajes novelísticos: el duque decadentista y enfermizo Jean Floressas des Esseintes en À rebours de Joris-Karl Huysmans y el Barón de Charlus en À la recherche du temps perdu de Marcel Proust; y el tercero es el príncipe Edmond de Polignac, homosexual no declarado, gran conocedor de Europa y compositor; un hombre agudo y caprichoso, al que Proust consideró «una mazmorra en desuso convertida en una biblioteca», que fue retratado por James Tissot en El círculo de la rue Royale (1868).
Julian Barnes explora con ingenio, ironía y mordacidad la relación entre ficción y objetividad, entre literatura e historia, a semejanza de W. G. Sebald
Siguiendo las andanzas del anglófobo y científico cirujano Pozzi, que compraba telas de cortinas en Liberty & Co., el autor de El loro de Flaubert y de El ruido del tiempo se adentra en el fenómeno anglo-francés del dandismo, en el proceso judicial de Oscar Wilde, en el juicio de Dreyfus y en el Yo acuso de Zola, o en las rivalidades e injusticias entre algunos escritores. Barnes precisa los contrastes entre Francia e Inglaterra y ofrece interesantes reflexiones sobre la naturaleza de la obra de arte («el arte siempre tiene al tiempo de su parte»), sobre la concepción de la obra literaria que tienen algunos escritores («Para qué arriesgarse a conocer la realidad cuando la imaginación puede ser igual de poderosa, si no más», de Huysmans), o sobre la labor del artista y la percepción de la obra de arte: «casi todos los periodos del arte, incluso los que parecen voluntariamente retrospectivos, como el neoclasicismo o el prerrafaelismo, fueron considerados por sus adeptos en su tiempo definitoria y desafiantemente modernos».
Barnes precisa los contrastes entre Francia e Inglaterra y ofrece interesantes reflexiones sobre la naturaleza de la obra de arte
Con su pasión europeísta y su amor por la cultura francesa, Julian Barnes capta con profundidad la agonía del fin de siécle con sus vigorosas y superficiales promesas de fama y de dinero, mientras retrata con pinceladas precisas y, en ocasiones, crudas y descarnadas, la vida de las ciudades, los duelos parisinos, la mentalidad de los bulevares, las miserias humanas, los anhelos de placeres y paraísos artificiales, y los ideales estéticos.
Tras una profunda y rigurosa labor de documentación que duró aproximadamente cuatro años en fuentes de naturaleza diversa (biografías, diarios, epistolarios, memorias, prensa, obras literarias, traducciones), Barnes reseña obras literarias, muestra su talento como crítico literario, despliega su hondo conocimiento de la literatura contemporánea y ofrece un fresco fascinante con numerosísimas semblanzas de personajes de la época: escritores (Víctor Hugo, Huymans, Leconte de Lisle, Alphonse Daudet, Léon Daudet, Charles Baudelaire, Stéphane Mallarmé, Arthur Rimbaud, Paul Verlaine, Catulle Mendès, Jean Moréas, Ruyard Kipling, Guy de Maupassant, Paul Bourget, Léon Bloy, Edmond de Goncourt), la actriz Sara Bernhardt, el diseñador inglés Edward Coley Burne-Jones, el caricaturista George du Maurier, el dandi Beau Brummell o los periodistas y escritores Jean Lorrain y Barbey d’Aurevilly, entre muchos otros.
Según consta en el breve epílogo que escribe en mayo de 2019, le sorprendió al escritor la salida del Reino Unido de la Unión Europa. Y, mientras rememora la máxima del doctor Pozzi de que «el chauvinismo es una de las formas de la ignorancia» y se lamenta de que «los ingleses (más que los británicos)» se hayan enorgullecido de su autoaislamiento, «de ser insulares, de no sentir curiosidad por el otro», compensa su pena con la alegría de haber conocido al célebre cirujano que vivió en «la distante, decadente, vertiginosa, violenta, narcisista y neurótica Belle Époque».
El hombre de la bata roja es una muestra espléndida de las relaciones que pueden establecerse entre la historia y la escritura. Mediante la interacción dialéctica que entablan los testimonios orales y escritos, los relatos y las ilustraciones visuales (cuadros, fotografías y curiosos motivos decorativos, como las pequeñas fotografías de las chocolatinas que componen las tres series de Célébrités Contemporaines de Félix Potin), Julian Barnes explora con ingenio, ironía y mordacidad la relación entre ficción y objetividad, entre literatura e historia, a semejanza de W. G. Sebald. Y, como el escritor alemán, evidencia la insuficiencia, las contradicciones y las porosidades de los testimonios y proyecta la realidad de manera fulgurante, partiendo de que la comprensión de una época histórica surge de la interacción entre la conciencia y el mundo, siguiendo la máxima de Goethe: «El ser humano se conoce a sí mismo siempre y cuando conozca al mundo, al que sólo percibe dentro de sí, mientras que a sí mismo solo se percibe en aquél».