Llibertat de coratge
Brague sigue a santo Tomás de Aquino, que sintetizaba la providencia en la fórmula «A cada uno según las necesidades»
Rémi Brague (París, 1947) es uno de los grandes intelectuales europeos. Por ser un maestro de talla continental y por haber explicado Europa —la vía romana— como nadie. Como le sucedió a Ramón Menéndez Pidal, siendo sabio de siempre, con los muchos años ha ganado en profundidad, en soltura expresiva, en visión de las cosas, si cabe. En su último libro traducido en España, A cada uno según sus necesidades (Encuentro, 2024), se plantea la cuestión de la providencia divina.
El ensayo, calificado como «pequeño tratado» por su extensión, no lo es por su profundidad ni por la envergadura de su tema. Advierte desde muy pronto que «pocas cosas se han vuelto tan desconocidas como la idea cristiana de providencia». Brague sigue a santo Tomás de Aquino, que sintetizaba la providencia en la fórmula «A cada uno según las necesidades». Esto es, las leyes físicas a las cosas, el instinto a los animales y la libertad al hombre. Para los humanos, la providencia se transforma en prudencia. El Aquinate da otra vuelta de tuerca: «La criatura racional se encuentra sometida a la divina providencia de una manera muy superior a las demás, porque participa de la providencia como tal, y es providente para sí misma y para las demás cosas». En De Veritate saca las consecuencias: «La participación en la providencia es un rasgo de la dignidad (dignitas) humana, de la nobleza (nobilitas) del hombre».
Con un enfoque quizá característicamente francés, Brague insiste en que la providencia divina consiste en dejar al hombre espacio para su libertad responsable. Simone Weil, en La gravedad y la gracia, decía que es su tendencia deífuga lo que permite la existencia del mundo. La idea ya estaba en san Gregorio de Nisa: «La distancia (diastema) no es otra cosa que la creación misma». Cuando Cristo se despojó (kenosis) de su divinidad estaba «creando nuevas todas las cosas». René Girard explica que el sacrificio del Cordero de Dios tiene el efecto de desacralizar grandes áreas de la vida política y social. El único dolor de Léon Bloy, que es no ser santo, también puede entenderse como una reducción de lo sagrado y trascendente.
La teoría la comparto con admiración. Hace nada oí a Higinio Marín comentar que la ausencia de Dios en la que vivimos, desde la Ascensión hasta la Segunda Venida del Salvador, abre «el tiempo de la honra del hombre». Ahora nuestra libertad debe ganarse el honor de salvarse poniendo todo (lo que pueda) de su parte. Recordé que, en una escena de la película El maestro de esgrima (Pedro Olea, 1992) y supongo que de la novela homónima de Pérez Reverte, un personaje dice que «Dios no es un caballero», porque permite que sucedan injusticias y se perpetren crueldades. Pegué un respingo. El joven que yo era ya lo vio clarísimo: Dios permite, a su pesar, esas maldades para darnos una oportunidad a los humanos de portarnos nosotros como caballeros y damas. Me ha producido una gran alegría ver que Rémi Brague, Tomás de Aquino, Higinio Marín, san Gregorio de Nisa y Simone Weil me precedían.
Sin embargo, en la práctica, no quisiera yo que Dios ni su Providencia me dejasen tan de su mano. Me apunto a la prudencia, hermosamente definida por Ramón Llull como «la libertad del coraje», pero sin fiarme del todo (de mí). Reconvertí en jaculatoria un poema de Rafael Alberti: «Mi libertad es estar preso, / ceñido a Ti, gustosamente./ Mi barco zarpa nuevamente/ para ir más lejos, de regreso». He disfrutado y aprendido con este libro de Rémi Brague lo indecible. Me han enriquecido sus citas muy bien y abundantemente traídas. Pero yo, en el uso de mi prudencia, de mi libertad, de mi logos y de mi naturaleza humana, prefiero no abusar de la subsidiaridad. Dios elegantemente se retira, pero podemos rogarle que no lo haga del todo ni lejos.
Entre oración y oración, el barbero escoge estos fragmentos del libro:
Para Tomás, Dios delega su providencia y deja que se convierta en prudencia en la criatura.
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[John Henry Newman:] «Cuando confesamos a Dios sólo como todopoderoso, todavía hemos adquirido de Él un conocimiento a medias. Su omnipotencia es tal que también es capaz de asumir la debilidad y convertirse en cautivo de sus criaturas. Tiene, por así decirlo, el incomprensible poder de hacerse Él mismo débil».
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En consecuencia, podemos decir que todas las cosas rezan, a su manera. […] Los químicos no dudan en hablar de una «avidez» de las moléculas. […] La ciencia moderna reconoce incluso que la razón de la gravedad le es impenetrable.
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Ramón Llull definió la prudencia como «una libertad del corazón (llibertat de coratge) que sabe y quiere elegir el bien y evitar el mal, o elegir un bien mayor y evitar un mal menor».
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[Heidegger, en Sein und Zeit:] «El auténtico modo de ser del pasado no es el recuerdo, que lo trae al presente y lo despoja así de lo que tiene de pasado, sino una cierta forma de olvido».
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El artificio forma parte de la naturaleza del hombre.
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[La valoración de la libertad] se encuentra en los Padres de la Iglesia, como Gregorio de Nisa, que ve «el más bello y digno de los bienes» en lo que denomina con diferentes nombres: la ausencia de amo (adespoton), la soberanía (autexousion), el poder sobre sí mismo (autokrates), el hecho de estar abandonado a sí mismo (aneton).
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Un adagio escolástico afirma que «operari sequitur esse», que cada ser actúa según lo que es. Cuanto más subimos, más se invierte la relación, y cada vez es más cierto decir: «esse sequitur operari», lo que somos depende de lo que hacemos. […] En lo más alto de esa escala, el hombre decide sobre lo que es. Se le confía su suerte. [Se le confía su naturaleza; por eso, como decía sir Roger Scruton, «caballero es quien se comporta como un caballero».]
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En el hombre, el logos toma la forma de libertad.
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[Conde de Maistre:] «Según los casos, traemos un objeto inerte, llevamos a un animal por la brida o con correa, traemos a un niño poniendo su mano en la nuestra, llamamos a un adulto para que venga a unirse con nosotros».
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Los mandamientos son la lista de lo que un hombre libre no se digna a rebajarse a hacer. «Nobleza obliga» […] La paradoja ya está en Aristóteles: «En una casa, los hombres libres son los que menos tienen permitido hacer cualquier cosa, sino que todas o la mayoría están sometidas a un orden, mientras que los esclavos y los animales contribuyen poco al bien común, y generalmente obran al azar».
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[Gregorio de Nisa:] «Quizá la perfección (teleiotês) de la naturaleza humana consista en estar siempre dispuestos a conseguir un mayor bien».
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El comportamiento de Dios fundamenta así el famoso «principio de subsidiaridad». Que puede definirse con este adagio, atribuido a Esopo en el siglo XII: «Que no sea de otro el que puede ser suyo: Alterius non sit, qui suus esse potest».
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Se pasa de lo ridículo a lo odioso cuando se acusa a la providencia de no haber hecho lo que muy bien podíamos haber hecho nosotros mismos.
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El Altísimo es también el Bien Educado. En consecuencia, todo sucede como si Dios se comportara como un perfecto gentleman. […] Podríamos decir con san Francisco de Asís: «La cortesia è una delle propietà de Dio».
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Nuestro bien es tal que solo podemos alcanzarlo deseándolo. […] Decía el barón de Montesquieu: «Dios no nos pide otra cosa que a nosotros mismos».