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Cubierta del libro "Correspondencia (1931-1935)" de Stefan Zweig yRichard Strauss

Detalle de la cubierta del libro «Correspondencia (1931-1935)» de Stefan Zweig y Richard StraussAcantilado

'Correspondencia' entre Strauss y Zweig: crear una ópera bajo la amenaza del nazismo (1931-1935)

Las cartas entre el compositor y el escritor llegaron a estar vigiladas por la Gestapo

La correspondencia que mantuvieron el compositor Richard Strauss y el escritor Stefan Zweig entre 1931 y 1935 ha dejado momentos apasionantes, reflejos de una época en la que la música, la ópera y los libros eran faro de una Europa en cuestión. Hace unos días ya contamos en El Debate uno de los episodios más curiosos que se pueden leer en el libro, quizá el que tiene más relación con España y sus letras, cuando Zweig y Strauss trabajaron juntos para llevar a cabo una ópera adaptando La Celestina. Pero hay mucho más. Con la obra que edita Acantilado, el lector más fisgón -en el buen sentido-, husmea en los buzones del escritor austriaco y el compositor alemán, que se admiraban mutuamente.

Comenzaron a cartearse a finales de octubre de 1931, cuando Zweig se puso en contacto con Strauss a través de un contacto común, Anton Kippenberg, director de la editorial Insel. El compositor había perdido a su principal libretista, Hugo von Hofmannsthal, un par de años antes, y se enfrentaba a un punto de inflexión en su carrera. O encontraba otro de nivel o dejaría de componer. Y ahí aparece Zweig, con quien empieza a trabajar en varios proyectos. El que vio la luz, la ópera La mujer silenciosa, se estrenó en Dresde en 1935.

Cubierta del libro

acantilado / 160 páginas

Correspondencia (1931-1935)

Stefan Zweig y Richard Strauss

El libro ilustra a la perfección los caracteres de dos artistas de renombre. Permite, por ejemplo, leer la versión que da Strauss de su proximidad al régimen nazi. Fue acusado de colaboracionismo, de hecho fue el presidente de la Cámara de Música del Reich y compuso el himno olímpico de Berlín 1936. Pero él tenía una justificación y así se lo explicó a Zweig, que era judío. De la forma de ser del escritor también se pueden extraer detalles. Al principio de su relación, rechazó en numerosas misivas alojarse en casa del compositor cuando se conocieron por primera vez. Lo hacía por no molestar, o al menos es lo que argumentaba en las cartas.

Es apasionante seguir el proceso de creación de su ópera, la negociación del contrato de La mujer silenciosa y el reparto de ganancias, así como los comentarios que hacen de otras obras mundiales. Como cotilleo, y sin desvelar demasiado, Strauss se llega a burlar de los seguidores de Mozart y habla de lo que él define como «mozartiana simplicidad». Incluso vivimos desde la distancia el proceso de escritura y publicación de obras magnas de Zweig como María Antonieta o María Estuardo. A lo largo de la correspondencia, hablan de honorarios para escribir prólogos, de balnearios, de hoteles, de libros de otros autores y de proyectos futuros.

Escribir el libreto de la ópera de Strauss pudo incomodar a Zweig por si se interpretaba que había cierta colaboración con el Tercer Reich

Cómo no, la situación política tiene un hueco vital en sus misivas. «La política pasa, el arte permanece», escribe Zweig, que añade que «la historia demuestra que es en las épocas convulsas cuando más concentrados trabajan los artistas». Strauss tenía relación con Joseph Goebbels, a quien llegó a preguntarle si había «cuestiones políticas» contra Zweig. El ministro respondió que no. Era 1934, el mismo año en el que poco después vigilan al escritor en sus viajes. Así se lo explicó Strauss: «Le comunico, en la más estricta confidencialidad, que en Londres lo vigilaron y su espléndida conducta se consideró ‘correcta y políticamente impecable’».

Pero el Reich, que llegó a interceptar sus cartas a través de la Gestapo, adoptó medidas en el país que impidieron a los artistas verse con facilidad. Ambos hacen referencia al cierre de la frontera de Austria con Alemania, tras el prohibitivo impuesto de mil marcos que estableció Adolf Hitler para cruzarla. Hablan de salvoconductos que facilitan los círculos oficiales y Zweig llega a decirle a Strauss que «ojalá esta situación no dure mucho». En verano de ese año, le comunica al compositor que ya no quería viajar en esos momentos porque «últimamente es noticia y objeto de innumerables comentarios que un escritor austriaco viaje a Alemania, y preferiría ofrecer la menor carnaza a la imaginación de los periodistas». Escribir el libreto de la ópera de Strauss durante estos años pudo incomodarle por si se interpretaba que había cierta colaboración con el Tercer Reich y siempre quiso dejar clara su solidaridad con el perseguido pueblo judío.

¡Esa testarudez judía es como para hacerse antisemita! ¡Cuánto orgullo de raza y solidaridad!Richard StraussEn una carta a Stefan Zweig

Aunque lo aprobaron oficialmente, ni Hitler ni Goebbels asistieron al estreno de la ópera en Dresde argumentando que su avión no pudo despegar de Hamburgo. En una carta de Strauss puede leerse que «el canciller ha autorizado la representación» pero a pesar de ello el compositor llegó a pedir a Zweig que abandonase el Club Internacional de Música «en interés de nuestra Mujer silenciosa». Incluso trató de convencerle de que era mejor que no se supiera que estaban trabajando en otros asuntos musicales de futuro. Zweig no lo compartía. «Un día -le dijo-, sus cartas, sus decisiones, serán patrimonio de la humanidad, como las de Wagner y Brahms. Por ello me parece inadecuado que tenga que hacer ciertas cosas, relacionadas con su vida y con su obra, en secreto. Incluso si yo no dijera una palabra de que estoy trabajando para usted, más tarde se descubriría que lo he hecho en secreto. Y eso, desde mi punto de vista, lo rebajaría a usted». Parece que el propio Zweig quería dejar un mensaje escrito a quienes lean hoy esta correspondencia.

La ambigüedad de Strauss

Strauss pensó que perdía al escritor y llegó a exhalar en una carta que «¡esa testarudez judía es como para hacerse antisemita! ¡Cuánto orgullo de raza y solidaridad!». Sin embargo, quizá fue una inapropiada salida de tono -como otras que tuvo y pueden leerse en el libro-, puesto que ya había definido a su Gobierno como antisemita y varias veces expresó que si no podía seguir trabajando con Zweig se retiraría. Eso sí, no entendía por qué «el ‘artista’ Zweig» no estaba «por encima de las ‘modas políticas’».

Desde luego su postura fue controvertida y en ocasiones ambigua -en un episodio llega a decir que «el malvado Tercer Reich tiene su lado bueno» porque les adjudicaron una subvención-, sobre todo viéndola desde la distancia, y parece que el propio Strauss era consciente puesto que posteriormente dejó escrito que «habría que enumerar las víctimas que he causado por no haberme mantenido de buen principio al margen de todo el movimiento nacionalsocialista». En el apéndice de la obra también leemos otras críticas al antisemitismo, «un oprobio para el honor alemán, un testimonio de incompetencia, el medio de lucha más bajo de la mediocridad perezosa y la falta de talento contra las mentes y los genios superiores».

En 1947 Strauss fue absuelto tras las acusaciones de colaboracionismo

La última carta antes de ese apéndice data de julio de 1935. En 1947 Strauss fue absuelto tras las acusaciones de colaboracionismo. Cinco años antes, Zweig se había suicidado en Brasil junto a su esposa por, en gran medida, el miedo a una posible expansión del nazismo, que años antes había prohibido sus libros y el estreno de nuevos trabajos musicales.

La edición es de Willi Schuh y la traducción de la obra corre a cargo de Carlos Fortea, también responsable de llevar al español otras obras de Zweig como Fouché y María Estuardo, a las que se hace referencia en la correspondencia con Strauss.

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