‘Las crisis de las democracias liberales. De la Marcha sobre Roma al triunfo de Meloni’
Durante mucho tiempo, la crisis de las democracias liberales era un concepto histórico, ligado al periodo de entreguerras del siglo XX. Ahora, sin embargo, nos hallamos en un momento en el que parece haber recuperado toda su actualidad
Desde hace unos años, existe una preocupación creciente por lo que se percibe como un debilitamiento o crisis de los sistemas democráticos, socavados por la polarización, la aparición de populismos a izquierda y derecha o el auge de modelos autoritarios fuera de Occidente como la Rusia de Putin, la Turquía de Erdogan o el gigante comunista chino. Para gran parte de la intelectualidad y la opinión pública, el signo más preocupante y que sin duda ha causado más alarma ha sido el retorno de una nueva derecha alternativa que abandera el identitarismo nacional contra la globalización. Las comparaciones entre el ascenso de «los fascismos» hace un siglo y la situación actual se han convertido por tanto en un lugar común del debate público.
Ediciones SÍlex (2024). 580 Páginas
Las crisis de las democracias liberales
La victoria en 2022 de Giorgia Meloni en Italia y su coincidencia con el centenario de la «Marcha sobre Roma», que llevó al poder a Mussolini en 1922, han avivado el interés académico, nunca extinto del todo, por el complejo y manido concepto de «fascismo». El presente libro, exquisitamente editado por Ediciones Sílex, es una de las mejores aportaciones en esta línea. La dirección corre a cargo de los profesores Ricardo Martín de la Guardia, de la Universidad de Valladolid, y Juan Carlos Jiménez y Cristina Barreiro, de la Universidad CEU San Pablo, todos ellos reconocidos especialistas en la historia política del siglo XX. Su labor de coordinación ha permitido aunar en esta obra el trabajo de más de veinte autores de varios países, entre los que se encuentran algunos de los investigadores punteros del momento, para ofrecer una visión plural y completa del fenómeno fascista, su impacto histórico y su pervivencia actual.
El primer escollo que encuentra cualquiera que quiera estudiar el fascismo es la dificultad de definirlo. Por un lado, el sistemático abuso del término como insulto político, hasta límites absurdos, ha difuminado su auténtico significado histórico. Por otro lado, a diferencia de lo que ocurría con el comunismo, que estaba en gran medida unificado por un corpus marxista-leninista que, por su carácter internacionalista, se podía replicar en distintos países, el «fascismo» nunca existió realmente como ideología unificada. Esta dificultad para entender qué fue verdaderamente está brillantemente salvada en el libro. El profesor José Luis Orella explica claramente en su capítulo «Fascismo: origen ideológico y conquista de la sociedad italiana» las características de la formulación original de Mussolini; mientras Óscar González, Pablo Sagarra y Lucas Molina profundizan en los elementos propios de esta corriente, en «Rebelión, ímpetu y nación: anatomía de la ideología fascista». Marco Tarchi afina la definición del fascismo para distinguirlo de los movimientos populistas en boga.
La experiencia histórica del fascismo italiano se aborda desde varias ópticas. Cristina Barreiro, en «La monarquía liberal de Víctor Manual III, ¿fascismo o imperio?» trata la relación del nuevo Estado fascista con los prexistentes conceptos de monarquía e imperio colonial. Matteo Re estudia al fundador de este movimiento y su trayectoria, en «Mussolini, el hombre y el mito: de la revolución socialista al postfascismo». El profesor Roger Griffin ofrece una nueva interpretación de la mitificación de la Marcha sobre Roma, a la luz de los hechos que realmente sucedieron en 1922. Jaime Ortega se centra en las relaciones del fascismo con la Iglesia Católica y, concretamente, en su ruptura por la condena de los Papas a las leyes antisemitas, recogida en la encíclica Humani Generis Unitas.
Si bien el fascismo propiamente dicho fue únicamente el que instauró Mussolini en Italia entre 1922 y 1945, sus ideas inspiraron numerosos movimientos por toda Europa. La caracterización de estos «fascismos» es difícil, pues en cada país adoptaron características propias, fundiéndose o confundiéndose muchas veces con movimientos de derecha autoritaria, que no eran propiamente fascistas. En el caso de España, por ejemplo, hay indudables influencias fascistas que van desde la Dictadura de Primo de Rivera hasta el franquismo, pero coinciden y conviven con otras corrientes muy variadas. Roberto Villa, gran experto en el periodo, estudia la Dictadura de Primo de Rivera en el marco del triunfo del fascismo y la crisis liberal de la época, para destacar las influencias y las diferencias que hubo entre este régimen y el de Mussolini. Carlos Caballero, sin duda uno de los mejores conocedores de los fascismos europeos, profundiza en esta línea, en «Mauristas y costistas, las primeras aproximaciones al fascismo en España». Erik Norling compara los acercamientos al fascismo dentro de las juventudes de la CEDA con los del rexismo belga de Leon Degrelle. El modelo más claro de fascismo propiamente dicho en España es sin duda La Falange, conexión que Francisco Javier Jiménez de Cisneros estudia a través del «culto a los caídos falangistas» tras la Guerra Civil. La caída del fascismo en Italia también influyó, aunque en sentido contrario, en la decisión de Franco de alejarse de los modelos fascistizantes de la Falange, como señala Álvaro de Diego, a través de las crónicas de dos falangistas que fueron testigos directos: Rafael Sánchez Mazas e Ismael Herraiz. Fuera de España el impacto del fascismo fue también notable, como demuestra Carlos García de Polavieja, en «El 'austrofascismo' de Dollfuss, un régimen entre Mussolini y Hitler», o Joanna Rak y Maciej Skrzypek al estudiar el caso polaco.
El éxito del fascismo para extenderse por la Europa de entreguerras se debió, en buena medida, a que no era solo una ideología política, sino que propugnaba una estética y cultura propias que sabían usar los instrumentos de la modernidad como el cine, la prensa, el deporte o el arte. Roberto de Vicente estudia el fascismo en su vertiente arquitectónica, Esmeralda Hernández Toledano en su uso del cine de propaganda, Luis Montero Trénor en el deporte y Carlos Gregorio Hernández a través de la utilización de la prensa.
Todo lo anterior bastaría para hacer que este volumen se convirtiese una referencia indiscutible para estudiar la historia del fascismo. Sin embargo, y como el título indica, el libro no se limita a explicar lo que fue el fascismo de hace un siglo, sino que se adentra en el presente, para ver su pervivencia, real o figurada. El uso del fascismo como un elemento estigmatizador por parte de la izquierda y su demonización, como el gran derrotado de la Segunda Guerra Mundial, son fundamentales para entender la cultura política de posguerra. Así lo explica Jorge Vilches en «Memoria del fascismo en el antifascismo posterior a 1945». El profesor Steven Forti analiza cómo ha marcado la política italiana hasta la actualidad en «De Berlusconi a Meloni: la memoria del fascismo en la Italia de la Segunda República».
El ascenso de las nuevas fuerzas de derechas, desde Trump hasta Le Pen, no parece dar signos de agotamiento, lo que nos hace pensar que en el futuro será cada vez más necesario conocer y comprender los motores de estos movimientos. El mero recurso al «fascismo» como etiqueta peyorativa, sin ningún análisis crítico, no será suficiente en unas sociedades donde estas fuerzas son ya mayoritarias. Por eso, un estudio histórico y político riguroso del fenómeno fascista, como el que ofrece el presente libro, alejado de generalizaciones y alarmismos, no puede llegar en mejor momento.