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Imposible decir adiós Han Kang

Cubierta de 'Imposible decir adiós', de Han Kang

‘Imposible decir adiós’, o por qué Han Kang sí merecía el Nobel de Literatura

La última novela de Han Kang, Imposible decir adiós (Random House) despeja todas las dudas sobre el merecidísimo Premio Nobel de Literatura 2024

Al anunciarse que la escritora surcoreana Han Kang se había hecho con el Premio Nobel de Literatura 2024 más de uno levantó la ceja, y más de dos se preguntaron: «pero ¿quién diablos es Han Kang?».

Lo cierto es que, pese a tener sus dos novelas principales traducidas al español, La clase de griego y La vegetariana, Han Kang era una verdadera desconocida en España.

La segunda pregunta que muchos se plantearon fue: «¿realmente merece el Nobel? ¿Tiene más méritos que eternos aspirantes como, por ejemplo, Haruki Murakami, Can Xue, Thomas Pynchon, Don Delillo o Salman Rushdie?».

Después de leer su última novela, Imposible decir adiós –que Random House ha publicado tras conocerse el premio junto con otra de sus novelas inéditas, Actos humanos–, se puede dar una respuesta a esas dos últimas preguntas.

Imposible decir adiós Han Kang

Random house. 252 páginas

Imposible decir adiós

Han Kang

Sí, Han Kang merecía absolutamente el Premio Nobel de Literatura, porque es una grandísima escritora y probablemente una de las novelistas más originales, sorprendentes y que mejor maneja el lenguaje y los recursos narrativos en este momento concreto.

En cuanto a la segunda pregunta: no, no tiene Han Kang más méritos para obtener el Nobel que Murakami, Xue, Rushdie y, mucho menos, que unos gigantes como Thomas Pynchon o Don Delillo.

Dicho eso, entremos en Imposible decir adiós. ¿De qué va lo último de la flamante Premio Nobel de Literatura 2024?

Se puede decir que son dos historias dentro de una. La primera flota en la superficie para captar la atención del lector, mientras que para acceder a la segunda hay que sumergirse hasta las profundidades abisales del alma humana, donde viven esos demonios de la perversidad de los que hablaba Poe.

El argumento principal de Imposible decir adiós es muy sencillo y, aparentemente, un poco tonto.

Gyeongha es una escritora que sufre depresión y terribles jaquecas que la prostran y que han provocado la ruptura de sus lazos familiares y amistades.

El detonante de su encierro es un libro que está escribiendo sobre una terrible masacre de civiles por parte del ejército surcoreano durante la dictadura militar. La obsesión por esa historia le provoca horribles pesadillas. Ella cree que cuando termine el libro y lo publique podrá recuperar su vida, pero no es así.

Un mensaje telefónico de su mejor amiga, Inseon (a la que hace años que no ve) la obligará a salir de su círculo vicioso destructivo.

Inseon es una artista, vive en la remota isla de Jeju, donde tiene un taller de carpintería, y ella y la protagonista llevan años tratando de sacar juntas sin éxito un proyecto que consiste en reconstruir y grabar las pesadillas de Gyeongha.

Inseon se encuentra ingresada en un hospital de Seúl para amputados. Ha sufrido un accidente en su taller y tratan de salvarle los dedos de una mano.

Gyeongha acude a su lado e Inseon le hace una sorprendente petición: debe volar esa misma tarde a la isla de Jeju ir a su casa y dar de comer a su pequeña y frágil cotorra. Si no lo hace, a la mañana siguiente el pájaro morirá.

Con la llegada de Inseon a Jeju, escenario de otra terrible masacre de civiles durante la guerra y la dictadura, la novela adquiere una nueva dimensión.

Se va desplazando poco a poco hacia la irrealidad, hacia un realismo mágico que lleva a la historia a lo alegórico, no se distingue bien qué es real y qué no.

Han Kang maneja con maestría diversos recursos, como una omnipresente tormenta de nieve –que marca ese reino de los sueños en los que se introduce la protagonista y el lector–, la incógnita sobre el estado de la cotorra y, sobre todo, el recuerdo de las decenas de miles de personas que murieron en las masacres de Jeju.

Con todo ello, Han Kang crear una atmósfera onírica, a veces aterradora, a veces sedante, siempre hipnótica.

La escritora insiste también en el silencio como recurso narrativo, y consigue que el lector perciba ese silencio, lo sienta a su alrededor y se encuentre cómodo en él.

Un silencio que le lleva a percibir un extraño misticismo, pero no un misticismo religioso. Es un vacío espiritual, como el que siente la protagonista, inmersa en una isla habitada por los fantasmas de un terrible crimen de guerra.

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