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Cartel del documental 'Moonage Daydream', de Brett Morgen

Cartel del documental Moonage Daydream, de Brett MorgenMoonage DayDream

Preestreno

'Moonage Daydream': el viaje final de David Bowie, uno de los grandes artistas de un tiempo pasado

El espléndido documental de Brett Morgen consigue hacer del espectador un joven adolescente británico de los 70 loco por la estrella de Brixton

En Moonage Daydream, el documental salido (como una frase de Faulkner de una frase de Faulkner) de la canción homónima, David Bowie llega del espacio para el éxtasis (un delirio redivivo, una de las mayores cualidades de esta obra de Brett Morgen) de sus fans de los 70 (y los que queden del XXI, un emocionado servidor presente) con sus atuendos fantásticos: pajaritas gigantes, maquillaje, sombreros de gánster o el rayo de Ziggy Stardust cruzándoles el rostro de felicidad.

Ziggy o casi el esqueleto de Bowie del que se nutrió la Movida Madrileña, que le quitó los machos y hasta la taleguilla al ídolo para ponerlos en su casa. En el viaje se empieza a ver al artista que surgió de sus personajes, sobre todo de Ziggy, en lo que parece una escena de Godard. Bowie sin el colorete y las plataformas y los vestidos, pero con sus ojos sinceros de diferente color. La vida en Marte donde los marcianos empiezan a decir que «no hace falta ser marica para maquillarse».

«La terapia del arte»

El siglo XXI en 1971, para que nos vengan a decir. Bowie es el artista que no existe, lo dice él, porque «el artista no existe, sino que lo crea el fan». Él solo colecciona personalidades para mostrarlas, el niño que no entendía las letras del rock, que no entendía a Fats Domino y quería estar allí, donde no se le entendiera ni siquiera persiguiéndole como le persiguieron porque, en el momento que llegaba, partía hacia otros universos.

Después de Ziggy apareció el dandi. Es cuando habla de Terry, el hermanastro que le regaló En el Camino, de Kerouac, el libro que le cambió la vida, antes de que aquel volviera con esquizofrenia de las Fuerzas Aéreas y ya nunca saliese de un hospital. Por el miedo a que le pasara lo mismo, David cultivó la «terapia del arte»: sentir, escribir sobre todo: sobre cuatro, cinco, seis ideas distintas cada día y luego recortar y mezclarlas.

Así es como se conoció el joven Bowie, que descubrió mundos propios inimaginables, que en las primeras entrevistas se parecía hasta en el timbre a un Johnny Rotten con los dientes amarillos, un Walt Whitman sicodélico y delicado que se fue educando, refinándose desde la Space Oddity hasta la época de Berlín y de Sound and Vision, donde pidió ayuda a Brian Eno para seguir creciendo en el espacio, mucho más allá del éxito (una casualidad), su única y sincera motivación.

David Bowie en 1995

David Bowie, en 1995GTRES

El azul eléctrico y el rubio platino del Rutger Hauer replicante en medio del dandismo, del cuidado de su cuerpo, del deporte (el boxeo) que empieza a practicar y con el que su cuerpo nervudo se endurece, se yergue, más si cabe para asumir el caos, su «manifiesto de naturaleza esotérica»: el nuevo lenguaje artístico que ha creado junto a Eno. Es ya el tiempo de Héroes y su propuesta casi neoreligiosa en medio de todos sus fieles: «Podemos ser héroes, ¿qué dices?».

Si hubiera tenido su Yasnaia Poliana, como Tolstoi, hubiera creado allí su «iglesia», pero por entonces nunca se había comprado una casa para no pararse, para cambiar ante cualquier amenaza de estancamiento. El hombre que es creativo «para construir un lugar del que no caer cuando llegue al final del mar».

El hombre de las estrellas

Siempre la idea del espacio por el que siempre orbitó entre estrellas como flores, como Buster Keaton o como Pasolini, de donde aterrizó cuando conoció a su mujer, Imán, y supo que había tenido «una vida fantástica por la que volvería a pasar». Es el Bowie que sigue sugiriendo en la madurez terráquea: «Adéntrate hasta donde no hagas pie, porque es allí donde puedes lograr algo emocionante». Es David Bowie volviendo para abrir los viejos caminos, mientras resuena la última guitarra del despegue de Starman.

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