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El barítono Carlos ÁlvarezWeb del Teatro Real | Javier del Real

Entrevista con el barítono Carlos Álvarez

«Mientras haya gente que desee emocionarse, la ópera sobrevivirá como el gran espectáculo total»

El Debate entrevista al barítono Carlos Álvarez, el protagonista español en Aida, el gran estreno de la temporada del Teatro Real

Una de esas inesperadas cornadas del destino a punto estuvo de retirarle, pero Carlos Álvarez (Málaga, 1966), grande de España sin necesidad de títulos que lo acrediten, pudo sobreponerse y volver a pisar los escenarios, algo habitual para él desde que aún muy lejos de peinar canas empezase a cautivar al mundo con la nobleza, el poderío y la expresividad de una de las voces de barítono más hermosas de los últimos treinta años.

Superado el envite, el cantante andaluz retomó su habitual periplo por los principales teatros y festivales internacionales, aunque el regreso a Madrid se le resistía incompresiblemente. Ahora que su agenda vuelve a estar repleta, en el Real cuentan con él desde la temporada pasada, y ya no parecen dispuestos a soltarle más. Este lunes será el protagonista español en el estreno de Aida, pero no será el único Verdi que cantará aquí. Durante los próximos años, con títulos aún por desvelar, regresará sobre este mismo escenario a su compositor de cabecera, por el que ha obtenido las mayores aclamaciones a lo largo de su gloriosa carrera e importantes reconocimientos, como el de los Premios Ópera XXI, concedido hace un par de años al mejor cantante por su memorable interpretación en Don Carlo.

Foto de la Ópera de AidaWeb del Teatro Real | Javier del Real

–En la época de la composición de Aida, la música alemana marcaba el paso en Europa con Wagner a la cabeza, cuyas óperas eran percibidas como lo más novedoso, el sonido del futuro. Ante ese imparable avance germano, Verdi pronunció su célebre frase: «Volvamos al pasado y será un progreso», señalando la primacía del melodrama italiano basado, desde sus inicios, en la capacidad de las voces para conmover. La producción del director Hugo de Ana que ahora se verá en el Real representa también, en cierto modo, una vuelta a otras épocas, cuando la puesta en escena servía a la música en lugar de constituir un mero pretexto para exponer otras cuestiones que, muchas veces, se dan de bruces con las auténticas intenciones del autor. ¿Se ha abusado demasiado en la ópera de las propuestas llamadas «conceptuales»? ¿Ha llegado, quizá, el momento de serenarse y retornar a enfoques menos rebuscados y extravagantes?

–Coincido con Verdi en su sentencia y ratifico que lo más «moderno» es ser respetuoso con la partitura: toda la información, todas las acotaciones representan lo que el autor imaginó para la mejor puesta en escena de su obra. Las lecturas «alternativas», producto de la evolución en Centroeuropa del «Regietheater», dieron carta blanca para la alteración libre de los elementos circunstanciales de la obra (localización geográfica y cronológica), llegando incluso a cambios en la trama mediante historias paralelas o referencias externas, todo esto en pro de un acercamiento ideológico y temporal a la sociedad del tiempo contemporáneo, sin darse cuenta que quizá lo que el público quiere percibir es cómo se desarrollaron los acontecimientos en la época y localización originales. Yo propondría un estudio sociológico en algún teatro centroeuropeo: háganse dos producciones paralelas de la misma ópera con idéntico reparto, una en forma «tradicional» y la otra con lectura «conceptual» y veamos cuál es la respuesta del público… No me hagan apostar porque ganaría.

–Esta Aida del Real ha arrancado con una cierta polémica en los medios por el elevado precio de las entradas. Los espectadores más privilegiados deberán pagar 632 euros por una butaca el día del estreno, el triple que en cualquier otra gran capital europea por un espectáculo similar. ¿Este tipo de excesos, en un momento como el presente, no incide en la difusión de ese estigma elitista que a menudo se asocia con la ópera?

–Permítame una reflexión: ni siquiera con esos precios se amortizaría el coste real de una producción como esta (o de las producciones operísticas a las que tienen acceso nuestros conciudadanos). Durante estos días el ministerio de Sanidad ha propuesto la emisión de una factura virtual en la que se haga conocer al paciente lo que debería pagar por el tratamiento recibido y que, debido a su carácter público, no debe afrontar. También el sistema público de salud hace pagar un precio subvencionado por la medicación necesaria. Pues bien, de igual modo los teatros públicos tiene una política de precios que nunca permite la amortización del desembolso realizado en la producción. Es por ello que han de recibir inversión para que el público no sea el último responsable de su financiación. ¿632 euros? Sí, es muy caro (un 60 % del salario mínimo) por una gran gala de inauguración de temporada pero, en compensación, existe un preestreno para jóvenes menores de 35 años a precios muy bajos. Otra reflexión: para un ciudadano que viene de Andalucía donde la oferta es menor pero sus precios también lo son, esa idea del elitismo desaparece… ¿reminiscencias del síndrome de la capital?

Foto de la Ópera de AidaWeb del Teatro Real | Javier del Real

–Parece que ahora, en Norteamérica, solo los artistas negros podrán interpretar a personajes de ese color. ¿Habrá «blackface» en esta Aida? ¿Cómo será su caracterización como rey de los etíopes? ¿Qué le parecen estas polémicas derivadas de la corrección política y el fenómeno woke?

– No sólo en Norteamérica, es un precepto compartido en el mundo anglosajón que está llevando al extremo de tener que elegir a alguien por sus características físicas y no por lo específico de sus cualidades vocales y artísticas. Yo siempre apunto que, en igualdad de condiciones, elíjase a la persona que más cualidades reúna, sin menoscabo del respeto debido. Comparto los principios de conciencia frente a la desigualdad pero la corrección política no puede exceder lo ridículo. No es la primera vez que me encuentro en una situación similar: cuando tuve que incorporar el papel de Rigoletto en el Covent Garden de Londres, la pasada temporada, surgieron dudas sobre la conveniencia o no de presentar al personaje en su deformidad física cuando, en lo que se refiere a su depravación moral, nadie presenta duda alguna (de manera lógica, puesto que desaparecería la razón primigenia del drama). Respondiendo a la pregunta inicial, sí, seré un rey etíope oscuro, con características culturales africanas: véase aquí mi corrección política (sonrisa).

–El de Amonasro no figura en la nómina de los mayores roles que Verdi concibió para la voz de barítono, quizá le falte una aria, pese a su belleza y complejidad... De hecho, el compositor, que adoraba las voces graves, le reservó una de las frases musicalmente más bellas de toda la partitura por su intensidad, esa que extraída del dúo entre el monarca etíope y su hija dice: «Pensa che un popolo vinto, straziato...» (“Piensa que un pueblo vencido, destrozado..."). ¿Puede llegar a imaginarse las circunstancias amargas de algún conflicto reciente cuando la canta, o simplemente se deja llevar?

–Y termina la fase así: «Sólo por ti puede resurgir». El papel reservado a los barítonos en casi todas las óperas verdianas es el de la ostentosa paternidad. En el caso de Aida, además, representa la confrontación de los poderes políticos que llevan a la resolución más desastrosa de cualquier conflicto: la guerra. El papel de Amonastro es necesario pero no imprescindible, por lo que sus intervenciones aportan información importante aunque, ciertamente, no precisa de aria. La música de Verdi y su forma de adaptarse a la necesidad dramática aportan ya al intérprete toda la intensidad y la directriz para conseguir el objetivo, que no es otro que emocionar al público.

–El titular ucraniano de la Filarmónica de Jersón fue ejecutado estos días por militares rusos tras negarse a dirigir un concierto para celebrar la anexión de este territorio y la concordia que debería reinar allí a partir de ahora. Muy pocos músicos en todo el mundo han salido a condenar este hecho repugnante, pero entre estos un ruso, el director, nacido en San Petersburgo, Semyon Bychkov, que ha hablado sin reparos de genocidio. Se echan en falta más gestos... ¿Estamos anestesiados ante tanto horror, preocupados únicamente por cómo pasaremos el invierno o sencillamente no se quiere molestar a Putin por si luego resulta que gana la guerra y hay que volver a actuar en ese país?

–Yuri Kerpatenko, otra víctima más de esta guerra de invasión sin sentido, y que coloca a la cultura en el punto de mira. Aunque no anestesiadas (cada día de guerra es una nueva herida en la conciencia humana), las personas nos acostumbramos a lo cotidiano, aun en las peores circunstancias. Cada uno debería posicionarse cuando llegue el momento de la paz y decidir si quiere trabajar allí donde no se respeten los derechos humanos.

–Su colega y amiga, la excelente soprano norteamericana Sondra Radvanovsky, entonó el pasado verano una suerte de réquiem por la ópera en su país. Dijo que el relevo del público en EE UU no parecía garantizado, y señaló que las instituciones musicales están muy preocupadas por la tendencia negativa que se observa desde la pandemia, con los espectadores que no han regresado aún a los teatros como se había pensado inicialmente. ¿Sobrevivirá la ópera, como la conocemos ahora, más allá de este siglo?

–Mi parecer al respecto es positivo porque está basado en un concepto público de la cultura que en Estados Unidos no existe: el ultraliberalismo acérrimo que predica «los servicios médicos, la educación y la cultura, para el que los pueda pagar» no permite un mayor acercamiento de la ciudadanía (concepto que últimamente está siendo sustituido por el de consumidor, con sus connotaciones económicas y sociales). Con nuestro sistema de financiación público-privada (¡Ay, cuándo llegará la tan necesaria ley de mecenazgo real a nuestro país!) se establece un casi consuetudinario derecho al acceso a la cultura. Por eso, y sin que suene pretencioso, aconsejaría a los estadounidenses que miraran un poco a sus familiares europeos, capaces de intervenir positivamente en estas necesidades. Con respecto a la ópera y su forma futura, viviremos con mucha atención cómo evoluciona: mientras el público quiera seguir asistiendo a espectáculos en directo que le emocionen, la lírica será una de las mejores opciones como espectáculo «total» que es.

–Al gran barítono italiano Leo Nucci, uno de los últimos representantes de la época dorada de los años 70 y 80, le he escuchado varias veces decir que él no es famoso si no célebre, como una categoría distinta del estrellato. Usted también era célebre hasta hace muy poco; pero desde que ha participado activamente en un programa de la televisión de su comunidad, Andalucía, parece que ahora sus paisanos le reconocen por la calle. Treinta años después, usted ya es famoso, profeta en su tierra. ¿Este reciente reconocimiento popular, quizá inesperado, gracias a la tele, supone una cierta cura de humildad? ¿No ocurre que a veces los cantantes de ópera, encerrados en su propia burbuja, se creen más de lo que en realidad son?

–Para aclarar mi posicionamiento ante la realidad, si en algún momento se me hubiera ocurrido «andar dos centímetros por encima del suelo», que nunca se me ha ocurrido, tanto la familia como los amigos han ejercido un tratamiento iconoclasta a la figura del artista. Mirar alrededor y ser consciente de la sociedad en la que uno convive, primer mandamiento del cantante comprometido. Luego, como la concepción de lo que hago es un trabajo, primoroso, sí, privilegiado, también (¿cuánta gente puede decir que se dedica a lo que más le gusta y que, encima, le paguen por ello?), me convierte en un «operario» (acepción neologista para designar al que trabaja en el mundo de la ópera) que tiene la posibilidad de transmitir a la población de su comunidad la idea de que el talento sólo no basta, que se necesita esfuerzo, preparación… y que la lírica también forma parte de la cultura representativa andaluza. Sí que fue una gran sorpresa tener un reconocimiento más amplio debido al programa, pero si eso hace que alguien quiera venir a conocer más de su oferta musical, bienvenida sea la celebridad o la fama.

–Lo cual nos lleva directamente a la cuestión educativa. ¿Qué se podría lograr si la ópera y la música clásica tuvieran una mayor presencia en los medios, y por cierto en los programas escolares?

–En primer lugar, aumento de la sensibilidad y de la inteligencia emocional de la población general. Después, un mejor criterio en el análisis y aceptación de los productos musicales que, mediante el sistema de radiofórmula, se nos ofrecen. Luego, la posibilidad, más frecuente, de contemplar la música como una opción laboral. Y por último, pero no menos importante (y un poco interesadamente), la creación de un público aficionado y conocedor sin que tenga que poder acceder a ello por la circunstancia de su casa.

La gran presencia de los artistas en las redes no suele corresponderse con su calidad artística

–¿Tendría éxito una serie de Netflix centrada en la vida de los divos, y no tanto, de su profesión; darían juego las andanzas de los artistas líricos dentro y fuera de los escenarios?

–Puedo hacer algún comentario sobre este tema sin la intención de provocar un spoiler. Los escenarios y todas sus circunstancias son atractivos e interesantes; las vidas privadas de los artistas tienen, casi siempre, los mismos claroscuros que la de cualquier otra persona que no se dedique profesionalmente al canto. Disfrutemos de su/nuestro trabajo, respetemos una vida llena de compromiso profesional, renuncias familiares, factores de salud… a menos que el propio protagonista quiera hacer público lo que, en algún momento, fuere privado. Puedo añadir que hoy es fácil conocer la vida privada y profesional de algunos artistas puesto que ellos mismos la comparten en las redes sociales, creando así una falsa identificación entre la gran presencia en redes con un alto grado de calidad en su trabajo. ¡Uf!

Plácido Domingo durante un concierto en la República ChecaGtres Online

–Bueno, hay quienes seguramente pensarán que esa parte que algunos pueden llegar a intuir de la vida de Plácido Domingo fuera de los escenarios podría servir, al menos, para un buen culebrón. ¿Qué le parece que este gran artista, que lo ha sido todo en el mundo de la música, se encuentre ahora mismo vetado por las autoridades de su propio país para actuar en los teatros nacionales mientras, al mismo tiempo, se le abren las puertas de las óperas de Viena, Milán, Nápoles o Berlín?

–Hay que tener en cuenta tres conceptos. Primero: cualquier tipo de abuso de poder debe ser condenado y no debe obviarse en las relaciones privadas y/o profesionales. Segundo: la «pena de banquillo de telediario», sin sentencia judicial, no puede defenestrar al implicado. Y tercero: la equívoca identificación de verdad, belleza y bondad, virtudes que no siempre se corresponden entre sí, pero que llevan a desconcertarnos cuando alguien a quien admiramos puede actuar desproporcionadamente. ¡Qué difícil es ser siempre coherente!

–Usted estuvo algún tiempo alejado del Teatro Real para desesperación del público madrileño. Pero desde el año pasado parece haber regresado con fuerza al coliseo de la capital. ¿Qué le aguarda aquí aún? ¿Podemos esperar escucharle en un Simon Boccanegra y un Falstaff, sendos monumentos de Verdi, uno de sus compositores de cabecera?

–Mi presencia está prevista para los próximos años. Me permitirá que no desvele aún, por respeto al Teatro Real y sus tiempos de comunicación, cuáles serán las óperas que interpretaré, pero sí puedo adelantar que Verdi será protagonista.

–Málaga, su ciudad, está de moda. Usted actúa en ella todos los años desde el inicio, aunque el grueso de su carrera se desarrolle habitualmente en los principales teatros y festivales del mundo. ¿Qué está ocurriendo allí? Parece que el modelo de urbe volcada en la cultura, como antes ya ocurrió en Bilbao, funciona como modelo de desarrollo. ¿Es así o un mero espejismo?

–Como bien apunta, desde el principio comprometí mi presencia en casa (ahora también lo es Sevilla) por varias razones: trabajar y salir y volver a tu hogar es un privilegio en mi caso, así el público podría ratificar el resultado de lo que hago en otros lares operísticos; además, mi presencia (perdón por la posible presunción) potenciaba o impulsaba la precaria temporada lírica de mi ciudad. La apuesta de Málaga por la cultura, sobre todo en lo que se refiere al ámbito museístico, ha favorecido la mejor percepción de una capital que busca su mejor ubicación en el desarrollo sostenible y variado. La oferta musical es de calidad y amplia… pero mantiene desde hace décadas un punto negro: es la única capital española de más de 500.000 habitantes que no tiene un auditorio. ¿Espejismo o realidad?

Ya no llevo los calzoncillos por fuera, como Superman

–Usted se fue y luego afortunadamente ha vuelto. Durante un tiempo tuvo que permanecer alejado de los escenarios, mientras algunos pensaban que ya no regresaría más. Sin embargo, no solo lo ha hecho si no que se encuentra en un momento particularmente feliz de su carrera, con importantes compromisos en Londres, Viena, Berlín... ¿Pensó alguna vez que ya nunca volvería a cantar? ¿Cómo pudo afectar aquella retirada parcial a su visión del mundo y de la profesión?

–Todos los aficionados conocen, porque yo mismo lo conté, que en 2008 apareció una lesión displásica severa (precancerosa) en mi cuerda vocal derecha de la que fui operado tres veces. Y que hasta mi definitiva vuelta a los escenarios, en 2011, produjo un tiempo de incertidumbre absoluta. Mis amigos (que, circunstancialmente, son mis doctores) indicaron la posibilidad de que nunca más volviera a cantar… pero había que intentarlo. Y así lo hicimos (no es que hable en plural mayestático, es que somos un equipo los que trabajamos para producir el mejor resultado vocal y artístico). Creo que la anécdota no es apócrifa, pero «se non é vero, é ben trovato». Una vez a Montserrat Caballé le preguntaron por su gran capacidad técnica para realizar los pianísimos, a lo que respondió: «La necesidad, oiga, la necesidad». Pues eso. Las únicas consecuencias de aquel período han sido la priorización de lo importante y que, ahora, ya no llevo los calzoncillos por fuera, como Superman.

–Barenboim parece que se retira... Algunos sugieren lo mismo para Domingo y el gran pianista Maurizio Pollini. Hay que saber marcharse a tiempo, es cierto. Pero, ¿volveremos a contar con artistas de ese nivel? El mundo está lleno de músicos, afortunadamente, y pese a que algunos auguren la decadencia final del canto, cada vez hay más personas dispuestas a iniciarse en esta carrera. Sin embargo, se aprecia la falta de ese algo especial que los grandes verdad como usted poseen, la indescifrable pero elocuente personalidad, lo que distingue el talento verdadero de la masa... ¿no le parece?

–Querido amigo, me parece que en todas las generaciones existen grandes artistas, pero aporto sólo un comentario: conozcamos nuestros orígenes y valoremos su legado.