'Surrender', la fiel biografía de Bono y U2 que se eleva y se derrumba como su figura
La música, la religión, el IRA, la revolución y el activismo del líder de la banda irlandesa plasmadas en un literal efecto dominó sobre sus páginas
El mesianismo mítico del joven que agitaba banderas subido a las estructuras que sostenían los escenarios de U2 se ha caído, casi oficialmente, como si lo hubieran hecho esos andamios, incapaces ya de aguantar el peso después de más de cuarenta años.
U2 trajo un despertar de la fe cristiana en aquellas letras poéticas de adolescente curioso y combativo. Eran frases verdaderas, y si no lo eran no importaba demasiado porque era una corriente de emoción, de música, de rock, de influencias. Si a Bob Dylan le dieron el Nobel de Literatura por sus letras, a Bono debieron de darle un premio juvenil por aquella joya letrista que es Boy, el primer disco de la banda.
Toda aquella introspección, toda esa alma, continuó excavándose hasta que llegó al suelo de la sima joven, cada vez más arriba por el peso de la fama creciente, que fue ejerciendo un contrapeso para elevar lo que aún no había terminado de bajar. En medio de los detalles autobiográficos, como el periplo iniciático en busca de una discográfica o la aparición del manager Paul McGuinness, la naturaleza se abre camino.
«Los sombreros» y «los cortes de pelo», como les llamaron a a partir de The Joshua Tree, eran las dos mitades del grupo. Los creyentes Bono y The Edge y los ateos Adam Clayton y Larry Mullen Jr., respectivamente, que se dejaron llevar por el fervor de los primeros. Hasta el punto de la ruptura del grupo por la incompatibilidad del rock y la religión, el idealismo del que les despierta McGuinness con el agnóstico golpe del contrato firmado, la imponente «señal para continuar».
El agotamiento del cóctel
Los jóvenes artistas irlandeses que se sienten profetas. La oportunidad del rock como profecía que se cuenta en Surrender con la pomposidad intacta de entonces, pero en boca de un hombre de 60 años: la representación misma de la deriva. Del rock y la religión a la política, que comienza a tocar a los músicos piadosos.
La mezcla exitosa, por sutil, al principio. Del IRA nacional, de hitos como Sunday Bloody Sunday, a los conflictos internacionales que primero aparecen como guiños en los conciertos, más allá de las letras, hasta el agotamiento del cóctel y el fin de los jóvenes seguidores con chaleco y el pelo largo como el ídolo.
Y eso es casi todo después de Achtung Baby y Zoo Tv, el canto de cisne, la culminación del viraje y la fermentación de la doctrina superficial. La renuncia definitiva, con una obra maestra, al yacimiento aparecido a principios de los ochenta a finales de los noventa. Surrender efectivamente se rinde (o simplemente se muestra sin otro remedio) como un fiel instrumento al servicio de una realidad decepcionante.
Eslóganes baratos y globalismo como estruendo de una caída (o de un destino) nada gloriosa, pese a lo que prometía, pese a lo que Bono y U2 fueron y son porque pese a todo a nadie, tampoco a ellos mismos, le podrán quitar lo bailado.