Estreno
Joaquín Sabina, el artista de izquierdas un poco «anarquistón, liberalón y ateo semanasantero»
Fernando León de Aranoa dirige Sintiéndolo Mucho, la película sobre la vida del cantante y poeta ubetense que se estrena el próximo 17 de noviembre
Joaquín Sabina está frente a la cámara. Sale bien. Se siente a gusto durante las dos horas que han debido de ser muchas más. No podría haberse hecho esta película protagonizada (y dirigida) también (y tan bien) por Fernando León de Aranoa, que sólo aparece de vez en cuando, aunque parezca que está siempre. A él, a León de Aranoa, se dirige Sabina todo el rato, contándole sus cosas cerradas siempre con un verso de broma, casi siempre una sabiduría, y una carcajada final convertida en costumbre de punto y aparte.
Una vida machadiana
Está Serrat muy serio (y muy contento) en su gira conjunta Dos Pájaros de un Tiro. Los dos se besan, se quieren. Joan Manuel dirige, Joaquín le sigue. El cantautor stajanovista y el cantautor poeta. Joselito y Belmonte, como les llaman. Sabina, que se pide Belmonte, dice que su compañero se perdió tocar en los pubs y en los sitios pequeños porque escribió Mediterráneo con 19 años y «fue Dios desde siempre». Un cigarrillo omnipresente y una tos arraigada, lejos ya del sexo, drogas y rock & roll que se le acabaron a los cincuenta: «No está mal», dice con su sonrisa y su carcajada cigarrera.
Después de los pubs viene Suramérica, donde en Argentina le decían que todas sus canciones son tangos y él piensa que no van desencaminados porque en todo lo suyo está lo que le gusta: «El arrabal y los cuchillos y las putas». El hombre que empezó tarde a hacer canciones porque tenía pensada una vida machadiana de provincias, de profesor de instituto que los fines de semana escribe la gran novela que nadie lee y los críticos alaban. Quien le iba a decir a ese hombre que iba a acabar en el Tenampa mexicano, donde contaba Chavela Vargas que entraban un lunes y salían un martes de la semana siguiente.
El local donde se juntaban Frida Kahlo y Trotsky. Su voz, la voz sabiniana del hoy le canta a Chavela, cuyo timbre roto, desgarrado por la vida, pero vivo, parece querer competir en gravedad con el de la de san Joaquín, mientras celebra «el valor de la demagogia y la cursilería en la canción popular». Todo eso es la vida «preciosa» en los escenarios «porque no es la vida», hasta que aparece su Úbeda natal, con su «caspa clerical y fascista». «Ellos tenían prejuicios contra mí, pero yo también los tenía contra ellos», dice, como también que allí lo que verdaderamente pasaba es que «era un lugar gris y hacía frío. Y no pasaba nada».
El recuerdo del padre y del hermano que se hizo policía como el padre y se casó y tuvo hijos. Él eligió el camino contrario, o no tanto porque su padre, policía también, era «poeta de campanario». Un Sabina emocionado lee los versos de su padre sobre el escenario del teatro de su ciudad y llora y besa el libro. Dice que su padre escribió una autobiografía que duró más en sus escritos de lo que en realidad había vivido. Y dice que piensa ahora mucho en él «incluso cuando le ve en el espejo».
El viejo Joaquín que les dice a sus paisanos que es «de izquierdas, un poco anarquistón y liberalón, ateo semanasantero y un amante de los animales al que le gustan los toros». El viaje que siempre comenzó en la estación de Linares, con un aire feliz a la de Varykino de Doctor Zhivago. «La puerta del paraíso» por la que se accedía a Madrid y a Barcelona y a Granada, donde estudiaba. Una suerte del Eugene Gant de Thomas Wolfe que atraviesa las otras estaciones.
El que quería ser Bob Dylan y trabajó en un geriátrico como Ken Kesey en un psiquiátrico y en vez de escribir Alguien voló sobre el Nido del Cuco escribió sonetos y canciones. Sereno y borracho, como cantaba José Alfredo Jiménez: «Llegó borracho el borracho» que dejó la cocaína hace veinte años y recuerda a los que se fueron con ella, mientras balbucea cuando habla y se serena cuando canta en casi un automatismo mágico. Y hay más en Sintiéndolo mucho, próximamente en los cines, a partir del 17 de noviembre, la vida feliz, como en la estación de Linares, del artista que pasó «de la adolescencia a la vejez, sin pasar por la madurez».