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César Wonenburger
Historias de la música

Mariana Martínez, la vecina española de Haydn que triunfó en Viena

Admirada por la emperatriz María Teresa, se codeó con Mozart y Beethoven y llegó a ser considerada la compositora más importante del Clasicismo

La compositora Mariana Martínez

Una mesa adornada con gusto, una suculenta selección de fina pastelería, lo que los franceses denominan atinadamente «viennoiserie», y unos invitados excepcionales: Franz Josef Haydn, Wolfgang Amadeus Mozart, además del jovencísimo Ludwig van Beethoven. La anfitriona, española, aunque nacida en Viena, Mariana Martínez, o Marianne von Martínez, hija del caballero Nicolás Martínez, sabe cómo gastarse una herencia inesperada.

Su antiguo amante, leal amigo de su padre hasta el fin de sus días y ocasional tutor, Pietro Metastasio, uno de los libretistas de ópera más exitosos del siglo XVIII, les ha legado a ella y sus hermanos una suma considerable. En lugar de pulírsela en viajes, vestidos y joyas, la mujer, notable compositora y cantante, cuyo talento suele ser requerido por la emperatriz María Teresa, decide organizar en su hogar, situado en uno de los pisos de la vistosa Michaelerhaus, semanales veladas en las que reúne a algunas de sus ilustres amistades, artistas e intelectuales, lo más granado de la sociedad de la época.

En estas reuniones no solía faltar la música. Michael Kelly, tenor amigo de Mozart, con el que colaboró para el estreno de Las bodas de Fígaro (el chismoso irlandés afirmaba en sus Reminescenses que el autor le había consultado en un par de ocasiones, llegando a formar parte del elenco del estreno de esta ópera en el menor rol de Don Curzio), comentó que el responsable de La Flauta Mágica y Mariana, en alguna ocasión, interpretaban juntos sonatas a cuatro manos. La mujer poseía un talento apreciable: tocaba el piano, cantaba y además componía, aunque sus méritos quedarían en buena medida eclipsados por la extraordinaria conjunción de los tres genios que integran la «Primera Escuela de Viena».

La sombra de los Haydn, Mozart y Beethoven todavía hoy es demasiado alargada, pero aún así ella se esforzó y sus virtudes resultaron reconocidas en su época. Compuso sonatas, sinfonías, conciertos para piano, cantatas, oratorios… hoy olvidados. La Universidad de Pavía llegó a concederle un doctorado «Honoris causa», después de haber sido admitida como alumna, y más tarde miembro de pleno derecho, en la Academia Filarmónica de Bolonia.

Exilio: de Nápoles a Viena

Su padre, Nicolás, había tomado partido por los Austrias en la Guerra de Sucesión, así que cuando Felipe V subió al trono le tocó hacer las maletas. De la bulliciosa Nápoles, una de las grandes capitales musicales de aquel momento, se trasladó a la más cosmopolita Viena, donde encontró acomodo en un puesto en la Nunciatura, como ayudante de cámara.

Durante su juventud en Italia, Martínez, hijo de un militar español, había tenido ocasión de entablar amistad con Pietro Trapassi, luego conocido como Pietro Metastasio, autor, entre otros muchos libretos para los más importantes compositores de la época, del que Mozart se sirvió para su última obra maestra, La clemencia de Tito. Mientras el escritor residió en la ciudad partenopea, además de cultivar su relación con Martínez, realizó el marco dramático para Los jardines de las Hespérides, una obra de Nicola Porpora que fue interpretada por el célebre Farinelli, destinatario de algunas de sus piezas más populares.

Así que cuando Martínez se estableció en Viena con su esposa alemana, Maria Theresia, e hijos, resultó casi una bendición que sus vecinos de edificio, la Michaelerhaus, fuesen el propio Metastasio y Porpora, que entonces tenía empleado como joven asistente al aún imberbe Franz Joseph Haydn, alojado en un desván del último piso. No hay cómo saber situarse en el lugar adecuado. Hasta Stendhal, años más tarde, mostraría su asombro por aquella coincidencia cuando afirmó que la finca albergaba al mismo tiempo «al mejor poeta y al más insigne músico de Europa entera».

También se dice que en el primero, siempre reservado para las familias más respetables según la costumbre vienesa, habitaba algún miembro de los poderosos Esterházy, futuros empleadores de Haydn, determinantes para asegurarle su seguridad financiera durante los primeros años de madurez artística al autor de La Creación. Aquella casa tuvo que haber sido una mina del networking.

Con semejantes vecinos, lo más natural es que en la joven Mariana, nacida en 1744, y a la que Haydn bautizaría más tarde como «la pequeña española», se despertara algún tipo de inclinación musical. Su padre también la fomentó cuanto pudo buscando la complicidad de las amistades. Porpora ejerció de maestro, como el propio Haydn (y más tarde Hasse, otro de los indispensables de la época), pero quien sin duda ejerció una mayor influencia en la conformación de su personalidad, del gusto exquisito y su indeclinable devoción por la cultura, fue el propio Metastasio, del que Luis Antonio de Villena traza un sucinto aunque ameno perfil en su reciente La dolce vita, breve diccionario sentimental de Italia (Ed. Fórcola).

Un amor con 40 años de diferencia

Parece ser que el poeta incesantemente reclamado por Vivaldi, Haendel, Gluck o Meyerbeer se hizo «un Soon-Yi». Como años más tarde ocurriría con Woody Allen y la hija de su entonces compañera sentimental, Mia Farrow, y del compositor (suya es la música de filmes como Los cuatro jinetes del apocalipsis o la excelente ópera Un tranvía llamado deseo), pianista y director André Previn, Metastasio, durante sus aleccionadoras conversaciones, se enamoró de una Mariana cuarenta años menor.

No resultó un capricho pasajero. Aunque el escritor, tan prolífico seductor como libretista, mantuviera una larga relación con la condesa Althann, amiga del káiser, a la muerte de esta mujer, que le proporcionó magníficos contactos muy útiles para aumentar su creciente clientela, retornó por los predios de los Martínez. Mariana y su hermana le cuidaron en su ancianidad, hasta el viaje definitivo, y él les correspondió con la nada despreciable suma de 130.000 florines al fallecer.

Retrato de Pierre Metastasio (1698-1782)

«La pequeña española», la compositora más importante de su tiempo, siguió frecuentando a sus influyentes amigos y maestros en sus tertulias semanales y fundó una escuela para cantantes que dio frutos relevantes: algunas de las mujeres que se forjaron bajo su guía llegarían a a alcanzar puestos destacados en la organización musical. Pero durante sus últimos años, hasta su fallecimiento en 1812, mantuvo alejada su vena creadora. Quizá albergara idéntica esperanza que Gustav Mahler: su tiempo habría de llegar.

No ha sido así, ese momento no se ha producido, se han editado unas pocas entre sus obras (como su interesante Sinfonía en do mayor, objeto de una lejana, desaparecida grabación). Pero tampoco conviene rasgarse las vestiduras. Lo fundamental no es tanto establecer categorías, hacerle un hueco en el canon, como que su obra logre ser, al menos, normalmente apreciada.

Aún sigue siendo necesario, y más en estos tiempos en los que los logros femeninos, rebajados en otras épocas por las circunstancias conocidas, ya pueden ver la luz sin prejuicios, que se divulgue en las mejores condiciones posibles el trabajo de compositoras como Mariana Martínez. Las instituciones musicales españolas tienen el deber de prestarle la misma atención que a otros autores, hoy sepultados bajo la losa de ese inmerecido olvido que menoscaba el riquísimo patrimonio musical de este país. ¿Para cuándo, por ejemplo, una recuperación de su oratorio Isacco, figura del Redentore, con texto del propio Metastasio, que conlleve una grabación con los mejores medios al alcance?