Cuando Plácido Domingo aún podía actuar en Madrid
El gran tenor español, que esta noche canta en los 100 años de la Arena Verona, llegó a protagonizar varias citas multitudinarias, al aire libre, en su propia ciudad
Estos días, en su camino a Verona, en donde hoy mismo tiene previsto ofrecer uno de los conciertos conmemorativos del primer siglo de su célebre Arena, Plácido Domingo, que siempre suele adornar sus conversaciones con alguna apostilla zarzuelera, habrá recurrido seguramente a la habanera de «La del manojo de rosas»: «¡Qué tiempos aquellos….», al recordar sus multitudinarias actuaciones al aire libre en varios de sus veranos madrileños.
En 1982, el ayuntamiento de su ciudad le brindó la posibilidad de cumplir uno de sus sueños, regalarle un concierto a sus vecinos como el que poco antes había protagonizado en el Central Park neoyorquino. No cobró por actuar durante casi tres horas ante los más de 250.000 asistentes congregados en el entorno de la Ciudad Universitaria, según los observadores más fiables. El alcalde Tierno Galván, con vista de halcón resguardada por unos gruesos lentes, rebajó la cifra hasta los 150.000, siempre según su cálculo personal. Una barbaridad, en cualquier caso, para un programa con fragmentos de óperas y zarzuelas, en el que también actuaron la soprano Paloma Pérez Íñigo y la Sinfónica de Madrid, a las órdenes de García Navarro. Federico Moreno Torroba, que estaba invitado, se animó a dirigir él mismo uno de los dúos de su Luisa Fernanda, mostrándose encantado porque uno de los grandes divos de la época se ofreciera a llevar «la gran música a todas las opciones sociales».
Entusiasmo por la zarzuela
Cuentan las crónicas que hubo alguna carga policial, y varios jóvenes resultaron detenidos por ponerse a vender bebidas a mitad de precio frente a los establecidos «por los tenderetes»: el libre comercio no terminaba de cuajar y quizá alguno de esos chicos, pioneros del emprendimiento, se encuentre hoy al frente de una gran multinacional. También se registraron varios desmayos y una señora, no sabe si por el calor, las apreturas, la emoción, o todo unido, tuvo que ser evacuada de la zona por un amago de infarto. Lo que dio pie a Tierno a asegurar que, si bien solo conocía a Domingo por los discos, a partir de ese momento ya había comprobado cómo la potencia de su voz se imponía incluso sobre el sonido de las sirenas de las ambulancias. Su fama de hombre cultivado debió salir algo resquebrajada, puesto que Domingo llevaba ya cantando todos los años, en Madrid, desde su debut en 1970, y siempre obras de enjundia en la temporada operística que se celebraba en La Zarzuela, como Otello, Carmen, Turandot o el estreno mundial de El poeta del propio Moreno Torroba.
Alguna reseña señala que el público se aburrió en la primera parte, centrada en la ópera, reservando todo su entusiasmo para las páginas de zarzuela, animándose hasta corearlas. Lo cual prueba eso que sostienen algunos acerca de que las clases medias del foro sienten una mayor afinidad hacia el teatro lírico español, más próximo a sus intereses y temperamento, que la sublime épica wagneriana o los marmóreos dramas de Metastasio. También hace 40 años de aquello, vaya usted a saber.
Llenó el Calderón con 'Otelo'
Lo cierto es que el cantante quedó encantado, y como ensayo a lo que más tarde serían las actuaciones de aquella rentable franquicia creada por el avispado agente italiano Mario Dradi, los «Tres Tenores», en 1985, también por julio («cuando hace la calor» de verdad), completó toda una hazaña. Como los Rolling Stones tres años antes, logró llenar el Vicente Calderón. Pero lo suyo tuvo mucho más mérito. No es lo mismo reunir a 40.000 personas para que salten al ritmo del Jumpin Jack flash que poner a esa audiencia a presenciar una de las más grandes creaciones de Giuseppe Verdi, su Otello, basado en el drama inmortal de Shakespeare. Emociona ver al tenor, vestido como el moro veneciano, abrazado a su Desdémona, la grandísima Pilar Lorengar, rendidos ambos al clamor de aquella multitud.
En 1989 llegaría el más difícil todavía. El inmenso Miguel Fleta, uno de los mayores tenores del siglo XX, solía sumar a sus actuaciones operísticas un extra conocido por sus seguidores. Acabada ya la función de Tosca, por ejemplo, con sus compañeros camino de casa, se hacía sacar un piano y sobre el mismo escenario improvisaba un concierto de «propinas» que podía durar dos horas más, durante el cual atendía peticiones como la segura de la deliciosa «Ay, ay, ay» de Pérez Freire, que en su voz se convirtió en uno de los primeros grandes «hits» de la incipiente industria discográfica. Domingo, que había recibido un «doctorado Honoris Causa» por la Complutense, decidió corresponder al reconocimiento con otra nueva muestra de cariño a sus ciudadanos, protagonizando un concierto abierto al público en la Casa de Campo.
La «fatwa» de Cultura
El único problema es que el mismo día designado, un domingo veraniego, el tenor tenía que cantar una función de Sansón y Dalila en el Liceo de Barcelona. Y así lo hizo. Nada más terminar, se subió a un avión, de ahí pasó a un helicóptero y poco después de las once de la noche empezaba ya a desgranar «De este apacible rincón de Madrid», la romanza de Javier de «Luisa Fernanda», con la que encandiló a las 30.000 almas reunidas para la ocasión. No hay nada, según el propio intérprete, que le seduzca más que poder contentar al público de la ciudad donde nació. Y por eso cualquier esfuerzo, fuera incluso de lo humano (alguno de las cronistas del acontecimiento apreció una cierta, lógica fatiga vocal en el artista), le ha valido siempre la pena para intentar darlo todo en la plaza que le vio nacer, en 1941.
Domingo vino al mundo en la calle Ibiza, cerca del Retiro. Y de niño se trasladó con su familia a México, donde entre todos sacarían adelante una estimable compañía de zarzuela. Destinado al canto, su primer compromiso profesional en el mundo de la ópera se selló en Monterrey. Pero para él lo más importante era debutar en Madrid, y a partir de ahí, cantar todos los años en esta plaza, reservando unas fechas para óperas y conciertos. Así fue al menos hasta el verano pasado. En julio de 2022 participó en un concierto en el Real, pero como parte de un festival privado. El Teatro ya se encargó de señalar que aquello no iba con ellos para no vulnerar la «fatwa» del ministerio de Cultura sobre su persona, a raíz de unas acusaciones jamás probadas ni confirmadas. En Italia, Francia, Alemania o Austria, Domingo, una figura aún venerada como uno de los más importantes tenores del siglo XX, puede actuar sin problemas. Aquí continúa vetado por las instituciones públicas.
Esta noche en Verona
Pero como aún no han podido ir más allá, el tenor, siempre que puede, se escapa hasta su urbe para disfrutar del equipo de fútbol adorado, pasear por el Retiro, comer en restaurantes como el de su amigo Sito, «El Pimiento Verde», y sobre todo acudir con la familia a los espectáculos que ofrecen el Real y la Zarzuela, a donde acude para dar ánimo a sus colegas, consejos a los más jóvenes y dejarse querer por la afición, además de disfrutar de su gran pasión. Eso sí, sí quieren escucharle, abandonen toda esperanza, y más ahora que ya no podrá ser rehabilitado por un nuevo gobierno. Deberán hacerlo como esta noche los espectadores de la mítica Arena veronesa, no en su propio país, no en la ciudad a la que ha consagrado algunas de sus actuaciones inolvidables por su vinculación personal, ese espacio privilegiado en donde anidan los afectos más perdurables.