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César Wonenburger
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Historias de la música

Indiana Jones debió haber seguido los pasos de Parsifal

Richard Wagner ubicó su última obra, que este verano ha vuelto a ser noticia por su reposición en el Festival de Bayreuth, en un lugar indeterminado de España

Actualizada 04:30

La producción de Jay Scheib de "Parsifal" de Wagner en el Festival de Bayreuth 2023

La producción de Jay Scheib de «Parsifal» de Wagner en el Festival de Bayreuth 2023Festival de Bayreuth

En el capítulo inicial de la entretenida saga de Spielberg y Lucas, Indiana Jones recorre varias exóticas localizaciones en busca del Santo Grial. Debe evitar a toda costa que la reliquia pueda caer en manos de los nazis, que a buen seguro se proponen hacer algún uso indebido de los mágicos poderes que se le atribuyen, finiquitando la guerra a la medida de sus intereses hasta imponer a todo el mundo su poder. El aventurero se hubiera ahorrado la tarea, y varios sustos, de haber seguido los pasos de Parsifal.

Aunque tampoco su padre, aquel despistado antropólogo al que daba vida Sean Connery en el filme, parecía estar debidamente informado acerca del lugar preciso donde se hallaba el preciado cáliz, pese a dedicarle a la cuestión casi todo el tiempo de estudio. En su caso, todavía resultaría aún más grave porque Henry Jones, que así se llamaba el personaje, tiene toda la pinta de conocer a fondo la obra de Richard Wagner.

Harrison Ford con el Santo Grial en la película 'Indiana Jones y el Último Cruzado', de Steven Spielberg

Harrison Ford con el Santo Grial en la película 'Indiana Jones y el Último Cruzado', de Steven Spielberg

En su última ópera, detestada por Nietzsche por sus inequívocas aspiraciones cristianas, y que este verano ha vuelto a acaparar todos los titulares musicales en su regreso al Festival de Bayreuth, en una versión que incorpora la «realidad aumentada», Wagner sitúa la acción de su «festival escénico sacro» entre un lugar indeterminado del norte ibérico, denominado Montsalvat, y el castillo del malvado Klingsor, localizado por su parte en el sur español.

El primer enclave, espacio de recogimiento, es la sede de los celosos guardianes de la sagrada copa, unos tipos muy serios, los caballeros del Grial, mientras el segundo acoge un emplazamiento reservado para el disfrute de los placeres sensuales, entre un spa con vistas y una lujosa casa de lenocinio: interesante dicotomía entre el norte espiritual y el sur gozoso la que parece establecer el compositor.

Wagner, el Grial, Cataluña y Galicia

El Santo Grial se hallaría, por tanto, a buen recaudo en alguna de las regiones norteñas de nuestra privilegiada geografía. Sí, ¿pero dónde exactamente? Los catalanes, que siempre han mantenido una relación particular con Wagner (la primera representación autorizada de Parsifal fuera del recinto de Bayreuth tuvo lugar el 1 de enero de 1914 en el Liceo de Barcelona), no albergan ninguna duda: arrimando el ascua a su sardina, Montsalvat (que ya aparece en Lohengrin) no puede tratarse más que de Montserrat.

En cambio, el poeta mayor entre los gallegos del siglo XX, Ramón Cabanillas, lo rebate. Así como el Grial forma parte esencial de la bandera gallega, «la copa milagreira», cuyo hallazgo el Rey Arturo encomendó al ignoto caballero Galahaz, «el esperado», se encuentra sin duda en la montaña de «O Cebreiro-Montsalvat». De ese modo lo refleja en su poema O Cabaleiro do Santo Grial, aquel que comienza: «Estrelas de ouro no ceo/dunha noite de Nadal…» («Estrellas de oro en el cielo/de una noche de Navidad…»).

En realidad, Cabanillas, que junto con Rosalía, Valente y ahora mismo César Antonio Molina, representan el máximo fulgor de la poesía escrita por autores gallegos (y fue, por cierto, responsable del libreto de una magnífica ópera aún por descubrirse en los grandes escenarios, El Mariscal de Rodríguez-Losada), no hizo más que proporcionar sustrato lírico a lo que las leyendas y los estudios de expertos como Bonilla San Martín, Ángel del Castillo, Arias San Jurjo o Elías Valiña han validado históricamente. Bonilla San Martín sostiene, por ejemplo, que las noticias de los misteriosos lugares de Salvatierra y Montsalvat, donde se encontraría el Grial, «fueron divulgadas por algunos peregrinos que volvieron de Santiago de Compostela».

Varios testimonios citan a O Cebreiro como el lugar donde se custodia la santa vasija. El más popular de todos relata cómo a principios del siglo XIV Juan Santín, un paisano de Barxamaior, que no perdonaba un día sin subir hasta allí para oír misa, experimentó en su carnes el milagro eucarístico. En una jornada marcada por una abundante nevada, el monje que oficiaba la misa se mofó de la devoción del hombre: «Venir con este tiempo desde tan lejos, y exponiéndose a morir por el camino, sólo para postrarse ante un poco de pan y vino...».

En ese preciso instante, como si se tratara de las imágenes de la peli de Indiana Jones, se obró el prodigio: la hostia transformóse en carne y el vino en sangre, finalmente derramada sobre un cáliz. El clérigo se desvaneció mientras el hombre intentaba aún atenderlo, sin éxito. Yacía ya sin vida. El supuesto milagro fue conocido incluso por los Reyes Católicos, que en 1486 peregrinaron hasta el lugar y donaron el relicario que, junto con el cáliz, una pieza románica del siglo XII, se exponen en una caja fuerte en la Iglesia de Santa María la Real, la más antigua del Camino de Santiago.

Cáliz Iglesia de Santa María de la Real, en O Cebreiro (Lugo)

Cáliz Iglesia de Santa María de la Real, en O Cebreiro (Lugo)

Quizá Wagner, gran admirador de los escritores del Siglo de Oro, y devoto lector de Calderón de la Barca, al que colocaba en el mismo rango literario que Shakespeare, sin saberlo o con toda intención, ubicó la última de sus geniales creaciones en Galicia. Por eso Ángel-Fernando Mayo, el hombre que posiblemente hizo más por la difusión de la obra del compositor en España, falleció en 2003 sin ver cumplido uno de sus sueños más caros. El jurista, alto funcionario del Estado y crítico había conocido de primera mano los entresijos de Bayreuth. En el verano de 1962, después de escribirle una carta solicitándole un empleo, cualquiera que fuese, en su festival, Wieland Wagner, nieto del genial compositor, le contrató como tramoyista. Aquella inicial experiencia transcurrió en los días en que el director Hans Knappertsbusch y el propio Wieland Wagner alumbraron una de las más influyentes producciones de «Parsifal» de la historia, recordada por siempre por su inigualado nivel artístico.

Ángel-Fernando Mayo y Wagner

A partir de ahí, este hombre singular, soberbio conversador, se convertiría en el más devoto, entusiasta defensor de la obra del autor de Lohengrin en España, ya fuera a través de sus escritos publicados en los principales medios, en libros (como su referencial análisis del Anillo del Nibelungo) y amenas conferencias, siempre repletas de informaciones valiosas, sazonadas además por toda suerte de anécdotas y detalles jugosos.

A lo largo de su plena existencia, el gran erudito wagneriano pudo asistir a todo tipo de producciones en Bayreuth y otros lugares, dedicadas fundamentalmente (no siempre con pareja fortuna) a preservar la vigencia de una música gracias a la cual «salimos de la vida cotidiana y previsible, de lo rutinario y sabido, y accedemos a un mundo de valores y formas distintos a los que estamos acostumbrados, un mundo de excesos y de extremos, de absorbente belleza y aterradores peligros, de pasiones desorbitadas y sensaciones exquisitas», como ha descrito Vargas Llosa. Pero Ángel-Fernando Mayo albergó siempre la esperanza de presenciar, algún día, un Parsifal en tierras xacobeas al que nunca pudo asistir.

Ángel-Fernando Mayo

Ángel-Fernando Mayo

La última obra maestra de Wagner no llegó a escucharse por primera vez en Galicia hasta 2010, siete años después de su partida, con motivo de las conmemoraciones de aquel acontecimiento jubilar, fruto de la sensibilidad de un político cultivado como el diplomático Roberto Varela, entonces con responsabilidades culturales.

Parsifal es, entre otras muchas cosas, la narración del peregrinaje de su protagonista por el camino que conduce al lugar donde se conserva el Grial, un periplo que, como el anciano Gurnemanz explica al joven inocente en el primer acto de la obra, debe ser sobre todo espiritual. Lo relevante no es dónde se encuentre el cáliz de la Santa Cena, el mismo que utilizó José de Arimatea para recoger la sangre de Jesucristo cuando el soldado Longinos le hirió con una lanza.

Pero, qué duda cabe, a los admiradores del músico siempre nos hará una cierta ilusión que el autor hubiese ubicado su obra testamentaria, reflejo y compendio de todos sus saberes, en un lugar próximo de nuestra geografía. Aunque catalanes y gallegos se disputen ese privilegio. También hay quien reclama la gloria para Cádiz, Valencia y Aragón. Otra historia.

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