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Imagen del vídeo de Angry, primer sencillo de Hackney Diamonds

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Crítica de'Hackney Diamonds', el álbum de los Rolling Stones que es el disco del año sobre todo por la música

Al fin se ha publicado por completo el nuevo e increíble álbum de los británicos octogenarios, una obra sobresaliente por dentro y por fuera

Bite my Head Off no es una canción que puedan componer, cantar y tocar unos señores de 80 años. Pero lo cierto es que lo han hecho. Es el «rollingstonismo» casi insultante, más allá de que, si no lo entiendes, Mick Jagger cuando canta parece que te está insultando. Es como si los Rolling Stones hubieran recuperado por arte de magia toda la carga de sus turbopropulsores como hacía Maverick.

Jagger, Keith Richards y Ronnie Wood son como un viejo F-16 guardado en un hangar de un país del Este en cuya cabina uno se encuentra con casi todo, como si nunca se hubiera bajado de ella, un Whole Wide World que termina con un «riff» supersónico pilotado por un cantante que suelta su «¡hey!» característico una y otra vez hasta que empieza a susurrarte al oído con un «countrysmo» de atardecer en el desierto.

Con los pies con botas de vaquero sobre la barandilla del bar, más allá de la cual se oscurece el desierto de The Searchers o el de The Right Stuff con el ídolo Tom Jaegger cabalgando las notas. Un caballo que es una armónica y un ruido de cascos melodiosos que es la voz todopoderosa no de Jaegger, sino de Jagger. Pero de repente termina la noche antes de haber empezado y suena Mess it Up, que parece otro clásico hasta que un estribillo popero se cuela para hacerlo más clásico.

Live by the Sword tiene un piano que vuela como en medio del tornado de las guitarras, donde también está la de Bill Wyman, excomponente de la banda camino de los nueve décadas. Son los 70 y no el XXI. Es lo bueno de ser el jefe, que puedes viajar en el tiempo y mezclar sesenta años de influencias para terminar haciendo lo mismo que hacías al principio. Driving Me Too Hard es un puente feliz (feliciano, cabría decir, como para bailar con coditos y rodillitas, como decían los de Muchachada), que sirve para llegar a la balada que te canta Keith Richards con el timbre que no esperas, y con la dicción que no te esperas, no sabes por qué. Y hay una hermosa verdad casi prehistórica en la delicadeza del salvaje.

En la belleza de esta salida a estas horas. Un regalo inesperado como el de Lady Gaga en Sweet Sounds of Heaven elevándose a los cielos como el Rolling Stone Blues de Muddy Waters, otra vida (maravillosa), el otro lado de la vida desde una cabaña de Louisiana, un suponer, al otro lado del Angry o del Get Close de los inicios, de los nuevos inicios de esta obra increíble por la música y más allá de ella.

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