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Franco Fagioli, durante su concierto en el Teatro Real

Franco Fagioli, durante su concierto en el Teatro RealJavier del Real

Franco Fagioli cautiva a medias a su legión de admiradores

El concierto del monarca actual de los contratenores, centrado en arias y piezas de Mozart, incluyó además algunas obras poco propicias para el ciclo que el Teatro Real dedica a las voces del momento

Más que un concierto de Franco Fagioli, los asistentes al ciclo que el Teatro Real dedica a las voces más relevantes del momento se encontraron esta vez con una «Academia musical», una de aquellas veladas que en tiempos de Mozart y Beethoven reunían a un número de suscriptores que habían pagado por escuchar movimientos sueltos de sinfonías, conciertos, cantatas y hasta alguna aria operística, todo agitado en una suerte de totum revolutum. De ahí, quizá, que el aforo del teatro se resintiese esta vez. Casi toda la primera parte transcurrió en un clima de cierta frialdad, mientras algunos espectadores optaron por no regresar a la sala después del intermedio. La culpa no la tuvo la música escogida, toda de innegable valor y belleza, si no, más bien, un programa inesperado que no logró satisfacer las expectativas de quienes principalmente se habían dado cita allí para escuchar a su ídolo, uno de los cantantes más interesantes de hoy.

Franco Fagioli, junto a sus músicos, actuando en el Teatro Real

Franco Fagioli, junto a sus músicos, actuando en el Teatro RealJavier del Real

Sobró, por ejemplo, la Quinta Sinfonía de Franz Schubert: o se da completa, o intercalados sus movimientos entre las arias, como se hizo, se resiente la coherencia, el conjunto. Tampoco ayudó la interpretación, es cierto. Con una casi treintena de efectivos, la Capella Cracoviensis propuso la antítesis de lo que cabe esperarse de esta obra luminosa, plena de brío y delicadeza. El zambullirse en su «Allegro» resulta como el golpe de luz que inunda el cuarto al abrir una ventana en un día de primavera, a la vez que casi nos arrastra a salir y disfrutar con lo que pueda ofrecernos la jornada, seguramente propicia.

Versión mortecina de Schubert

En la mortecina lectura expuesta por Jan Tomasz Adams, al frente de su, por otra parte, excelente conjunto de instrumentos basados en originales, ese súbito estallido de rayos solares se convierte en el tenue fulgor de una mísera vela. Y en lugar de la invitación a abandonar de una vez el lecho, lo que se sugiere aquí parece todo lo contrario: nos invade a cada rato el sueño que procura una mañana gris. Versión anémica, pálida, aburrida que contrasta con las habitualmente asociadas a los grandes directores y sus formaciones más nutridas, a lo mejor hoy «pasados de moda». Sólo para algunos.

Fagioli, actuando en el Teatro Real de Madrid

Fagioli, actuando en el Teatro Real de MadridJavier del Real

Mucho mejor funcionaron las cosas con esta formación en los acompañamientos, en el motete Exultate Jubilate escogido para la conclusión y, sobre todo, en esa maravilla que es el Quinteto Para Clarinete y Cuerdas, KV 581 de Mozart, por más que su inclusión en esta velada resultara sorprendente: el público, más proclive al belcantismo que a las sutilezas camerísticas en esta citas, se mostró algo desconcertado llegando a aplaudir al concluir cada movimiento, algo impensable en los habituales ciclos sinfónicos capitalinos. Al fin y al cabo, la mayoría había acudido simplemente para escuchar a Fagioli.

Fagioli no es un contratenor al uso

No se prodigó demasiado el cantante argentino afincado en esta ciudad (dudo en referirme a él como contratenor porque el propio artista se considera a sí mismo, más bien, como mezzosoprano). En esta ocasión, se trataba de promocionar el interesante cedé Anime Inmortali que ha publicado recientemente un sello discográfico, y que sirvió, además, como título de un programa que en su volandera versión en papel ya ni siquiera ofrece unas breves notas (compárense con los de otras épocas, o con los que ahora mismo provee La Scala). Del registro editado este mismo año, además del motete referido, se incluyeron una de las tres arias de La Finta Giardiniera, las dos de La Clemenza di Tito y la de Lucio Silla. El hilo conductor, o el deseo del intérprete, sería evocar proezas como las que era capaz de ejecutar uno de los más célebres «castrati» de aquella época, Venancio Rauzzini, para el cual el compositor salzburgués compuso, por ejemplo, el rol principal de su Lucio Silla.

Un contratenor distinto del resto

A la legión de seguidores de Fagioli les complace la idea según la cual este cantante reuniría parte o todas las cualidades atribuidas idealmente a los «castrati», figuras casi mitológicas por cuanto no se conservan más que testimonios escritos de sus prodigios (la conocida, temprana grabación de Moreschi aporta poco en ese sentido), capaces de provocar desmayos entre las damas de la época, como ocurría cuando actuaba Farinelli, la mayor «rock-star»de su tiempo. Lo cierto es que el argentino no es un contratenor al uso, comparado, por ejemplo, con los más bien decepcionantes que cantan estos días en las funciones de Orlando, en este mismo teatro. Exhibe un instrumento mucho más interesante y valioso, rico y contrastado en la expresión; con poderío para negociar los pasajes que exigen auténtica fuerza y brío; una coloratura ciertamente espectacular, avasalladora casi como la que exhibía la Bartoli en sus primeros tiempos; un registro grave más presente de lo que suele ser habitual en estos casos, y agudos bien enfocados en su mayoría.

Los miembros aportaron ductilidad y transparencia

Él se proclama seguidor de la escuela italiana, que privilegia un canto más directo y elaborado, sin esquivar la expresividad. Y así le va estupendamente. Ahora mismo no tiene rivales, y por lo que se aprecia aquí (y por algunas de sus declaraciones) podría iniciar en los próximos años, por ejemplo, una aproximación a los roles que Rossini compuso para contralto, terreno siempre espinoso. Escuchándole sus esmeradas versiones de las arias de Sesto, por más que resulten de una irresistible belleza, uno no puede más que echar en falta parte de la expresividad siempre ajustada al valor de la palabra, la calidez, el sonido más pleno de una Berganza o de una Von Otter en sus mejores días.

Cuestión de gustos, en cualquier caso. Fagioli es un intérprete sensacional, que cautiva tanto por sus acrobacias como por el sentido que logra transmitir a su depurado fraseo. El triunfo fue incontestable, obligándole a ofrecer un par de propinas de casi obligada factura mozartiana, un fragmento de una cantata y el Voi Che Sapete de Las Bodas de Figaro, sugerente, ambiguo, pleno de picardía y candor (sería más que interesante escucharle el rol completo). Fuera del desliz con la equivocada sinfonía de Schubert, los miembros de la Capella Cracoviensis, bajo la atenta dirección de Jan Tomasz Adamus, aportaron ductilidad y transparencia, tanto en conjunto como en sus contribuciones individuales: magnífico el clarinetista, primero en el «Parto, parto" y más tarde en el «Quinteto».

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